Por: Jaime Carrera
Chignahuapan, en la Sierra Norte de Puebla, es la casa del dios que se negó a morir: Axólotl (Xólotl). Aquel, que aun siendo convocado en Teotihuacán –lugar donde los hombres se convierten en dioses– por su gemelo Quetzalcóatl al sacrificio que tuvo como resultado la creación del universo, prefirió tomar diversas formas: guajolote, maguey, Xoloitzcuintle, planta de maíz y finalmente un ajolote.
Después de ser perseguido por el Viento hasta ser capturado, por órdenes de los dioses, debido a que su inmolación era requerida, Axólotl acabó por arrojarse a un lago en donde tomó la forma de un pequeño animal de ojos quietos y una boca pizpireta que, por momentos, esboza sonrisas y del cual, bastó una sola gota de sangre para que los astros empezarán a moverse según la cosmovisión azteca.
Hoy, detrás del ajolote no sólo existe toda una historia sobre cómo adquirió su forma y esas branquias en forma de cuernitos que asemejan hojas de la planta de maíz, sino que es eje medular de actos de investigación por la capacidad de regenerar sus extremidades y órganos, incluido el cerebro y el corazón, detalle curioso porque intentó escapar de la muerte, pero se convirtió en un ser que puede dar continuidad a la vida.
El ajolote es una especie animal endémica de este país, especialmente del Valle de México, donde está vinculada a culturas como la mexica, aunque también eligió como hogar la zona “donde abunda el agua”: el municipio de Chignahuapan, la tierra conocida como el lugar “sobre las nueve aguas” por su origen náhuatl.
Pobladores de la zona, todavía disfrutan de ver a estos animales en su hábitat natural, incluso, tal y como cuenta la leyenda, han sido testigos de la metamorfosis del anfibio a una salamandra terrestre, como resultado de su maduración sexual y adaptación al entorno cuando existen cambios de temperatura en el agua o el nivel de ésta disminuye.
Debido a sus propiedades regenerativas, de paliativo para tratar padecimientos respiratorios a través de jarabes, pomadas y hasta infusiones, así como por formar parte del listado de gustos culinarios exóticos, la especie Ambystoma Mexicanum, busca ser preservada por un grupo de especialistas y amantes de la vida concentrados en MUMAX (Museo Mexicano del Axolote).
Este museo, Casa Xólotl, es una de las 10 mil 383 Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMAs), que se encuentran registradas –hasta 2010– ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), la cual en calidad de museo trabaja bajo un solo objetivo: preservar al ajolote mexicano y todas sus variantes.
EL MUSEO
El MUMAX es un museo vivo con nueve sistemas que albergan a más de 20 ejemplares del Axolote o ajolote, “axolotl” que en náhuatl se traduce como “animal de agua”. Algunos de estos animales son originarios del municipio de Chignahuapan, aunque también se pueden encontrar fácilmente en los canales de Xochimilco, en la Ciudad de México.
El personal encabezado por Ariel y Yanin Carbajal, socios fundadores de esta iniciativa, acompañados de diversos especialistas que van desde biólogos y biotecnólogos hasta los expertos en materia de conservación animal y en sistemas artificiales de soporte de vida, realizan una labor titánica para preservarla.
Entre las tareas del MUMAX se encuentra la recuperación de especies de ajolote de la Sierra Norte de Puebla, así como la capacitación para la reintroducción, manejo y reproducción del ajolote en las variedades A. Dumeril, A Mexicanum y A. Velasci, por lo que también se imparten talleres a infantes.
LOS RETOS
Un pujante sector turístico se ha consolidado desde hace nueve años a la fecha en Chignahuapan, después de haber sido nombrado “Pueblo Mágico”. Y justamente, en MUMAX buscan impulsar la modalidad del ecoturismo como manera responsable de evitar la degradación de los ecosistemas, sobre todo, en los que vive el ajolote mexicano.
Lo anterior, dado que la mayoría de los ajolotes se encuentra sujeta a una protección especial en el país, pues su población en sus hábitats naturales se está secando o es sobreexplotada por los humanos, como parte de las históricas invasiones con asentamientos y la contaminación de los mantos acuíferos por el arrojo de desechos, así como por otras causas.