Por: Álvaro Ramírez Velasco
La ayuda al prójimo en los barrios y los condados de la imaginaria “Puebla York”, que tiene su asiento físico en la zona triestatal del norponiente de Estados Unidos, lleva un sabor muy natural, a “entrega, voluntad y conciencia”.
Sobre todo, ahora que hay que sumar manos a la reconstrucción de las comunidades de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut, tras el paso mortal de la pandemia del COVID-19.
La solidaridad de los migrantes es más genuina allá –aseguran–, porque nace de la necesidad, de las madrizas, de la discriminación y las penurias que se vivieron en carne propia.
“Si Dios nos da una posición de poder ayudar al prójimo, hay que hacerlo”, sentencia el poblano Alfonso Álvarez, empresario y activista en la ciudad de Yonkers, que colinda con el Bronx neoyorquino, al norte de la Gran Manzana.
Allí, de acuerdo con las autoridades de esa ciudad del estado de Nueva York, hay unos 35 mil poblanos. Desde esa ciudad, en donde el alcalde Mike Spano es particularmente cercano a los paisanos, aunque paradójicamente ni siquiera con los años tiene un español fluido, el pasado 14 de junio inició una campaña de entrega de despensas, liderada por la comunidad poblana y mexicana, con la ayuda de colombianos y, también, de las autoridades locales y el Consulado General de México en Nueva York.
La organización Mecenas, la Cámara México-Americana de Comercio y la asociación colombiana América Viva se unieron a esta causa que los próximos días se extenderá a otros de los condados de Nueva York.
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LOS AÑOS DUROS
En Yonkers, en donde muchos paisanos mixtecos han encontrado su hogar y han fundado empresas exitosas, hoy ellos ven, afortunadamente, ya solamente en el recuerdo los días duros del racismo exacerbado y de las redadas.
Aquel doble fuego que sufrían, porque además de andar a salto de mata para eludir a los agentes de ICE (Immigration and Customs Enforcement’s), tenían que soportar golpizas y vejaciones de los integrantes de otras minorías.
“Nosotros sufrimos mucho por la discriminación. Principalmente, el puertorriqueño y el moreno (afroamericanos) nunca nos aceptaron acá. Nos daban madrizas a cada rato. También nos quitaban las chamarras… y me dejaban pelado ahí, en el aguacero.
Esos años fueron más cabrones, más crudos”, relata el hombre que salió hace 40 años de Ilamacingo, un poblado precario, junta auxiliar del municipio de Acatlán de Osorio, en la Mixteca Poblana.
A él le tocó, como narra la canción popular “Los Mandados” –original de Jorge Lerma, de 1979–, ser deportado muchas veces por “La Migra”; no las 300 que cuenta la pieza musical, pero sí una decena. Pero su empecinamiento fue mucho y la suya es una de historias de éxito, de trascendencia al sueño americano.
Sí, por eso la hermandad allá, entre ellos, los migrantes latinos, mexicanos y poblanos, se vive muy distinta, reflexiona y lo dice entre palabras y pensamientos durante una entrevista con Crónica Puebla.
LAS MANOS DE MECENAS
Alfonso y su esposa, Sury Álvarez, muy conocidos en Yonkers por su restaurante bar Dos Marías y otros, son entusiastas activistas de la ayuda a las comunidades, pues hay muchos paisanos quienes, en medio de la pandemia y sin trabajo, hoy carecen de lo elemental. Llevan años haciéndolo, no solamente durante la actual crisis de coronavirus.
De botepronto, luego de un silencio para consultar con la memoria, Alfonso hace la cuenta de que unos 30 poblanos fallecieron en esta pandemia, específicamente en esa ciudad del norte de la zona conurbada de la Gran Manzana.
“Sí hubo varios. Hace unos días, sepultamos aquí en Yonkers a un amigo de nosotros, empresarios, que era el dueño de la tortillería La Poblanita, Pedro Reyes. Es una empresa muy fuerte.
“Muchos otros compañeros se fueron, empresarios de Brooklyn, Manhattan, mucha gente”. El desastre en la economía, como en todo el mundo, es en aquella zona de la idílica “Puebla York”, otra realidad que quedó al descubierto, luego de que el pasado 8 de junio comenzaron a reabrir algunas actividades comerciales en el estado.
“Muchos negocios de compañeros ya no pudieron abrir más, porque muchos rentan y ya no pudieron con los gastos, no lograron continuar… Y seguimos luchando los que quedamos, pero fue muy difícil para muchos pequeños negocios.
“Tuvimos la fortuna de que el gobierno de acá nos apoyó con cierta cantidad, de acuerdo con los empleos se generaba cada uno, es el monto con que se apoyó. Muchos están sobreviviendo con ese dinero”, describe el también fundador y ex presidente de la Cámara México-Americana de Yonkers, la que continúa apoyando; la organización agrupa a unos 300 negocios de mexicanos, la mayoría del sector restaurantero y de víveres.
“Deberían ustedes publicar lo que hacemos los empresarios aquí, para que allá también se motiven y algunos se organicen y creen un centro de acopio para quien lo necesita”, sugiere en la plática.
—Esas cosas no pasan mucho en México, ¿usted por qué cree que se dé eso? —Es cuestión de conciencia. Hay muchos empresarios (en México) que deberían organizarse entre ellos. Aquí nosotros, a través de la organización, nos fuimos a las empresas grandes a pedirles apoyo y nos apoyaron.
Es cuestión de motivación, de activarse, de tener conciencia. Es muy bonita esa parte, muy humana, porque todos somos iguales, no tenemos diferencias. “Creo que, si Dios nos da una posición de poder ayudar al prójimo, hay que hacerlo.
Mi esposa (Sury Álvarez) y yo con la organización vamos a seguir haciéndolo. La próxima semana lo vamos a hacer en Brooklyn y en el Bronx… Nuestra labor sigue, no nos paramos. “Yo creo que en México también se puede, sí se puede, pero necesitamos tener más conciencia, para poder apoyarse uno con el otro”.
LA NUEVA GENERACIÓN
Tras cuatro décadas de vivir en Estados Unidos, en distintas ciudades y la mayor parte de éstos en Yonkers, Alfonso Álvarez ve con orgullo a la “primera generación” de los hijos de migrantes de su camada, como él la llama, sus compañeros que, como él, llegaron en los años 80, a buscarse la vida por allá.
Y el orgullo es porque ya son profesionistas, pero conservan –dice– la esencia de solidaridad del migrante.
“Me siento orgulloso de ver jóvenes que también están involucrados con nosotros, involucrados con la comunidad, entregados”. “En los 90, no podíamos contar con gente que pudiera representarnos y esa fue la necesidad que nos llevó a hacer la Cámara de Comercio, para poder representarnos nosotros mismos”.
“La mayoría de los compañeros míos, de mi camada, que tienen negocios, no hablan tan bien el inglés, igual que yo, entonces nos limitamos, porque no venimos preparados, con ninguna educación, y aquí solitos nos formamos, como Dios nos dio a entender”.
Los hijos de esta generación, los poblano-neoyorquinos ya tienen preparación académica, tienen el equivalente en México a licenciaturas, maestrías y especialidades y llevan una vida plena, integrados social y laboralmente a la Unión Americana.
“Ya la generación que viene después de nosotros, especialmente los poblanos, que reina la mayoría de los empresarios somos de la Mixteca, estamos mirando la nueva generación, que tiene ya otra imagen”.
“Nosotros sufrimos mucho por la discriminación… Ahora ya no, la primera generación de nuestra comunidad ya tiene más contacto con las autoridades. Yo, como empresario, empecé a tocar las puertas… hasta que por fin tuvimos muchos logros. Incluso, logramos ponerle a una escuela ‘César Chávez’ (en honor al líder de la lucha por los derechos de los campesinos indocumentados, en los años 60)”.
“Ahora queremos ver si le ponemos a un parque algún nombre de algún mexicano. Ahí me mandas unas opciones”, dice para rematar, con ese tono amable y desenfadado con que Alfonso Álvarez llevó esta la larga conversación.