Dulce Liz Moreno
Ha golpeado hasta cansarse a su esposa embarazada. La arrastra para pasarle el coche encima. Vecinos llegan a impedirlo. Ambulancia. Policía. Ese es el primer recuerdo que Conchi León tiene de su papá. “Por esa golpiza, mi hermano nació con una discapacidad”.
Pero esa escena no es la más amarga grabada en la memoria de la dramaturga yucateca. Ni el desprecio del hombre por el recién nacido lastimado.
“Lo peor fue ver a mi mamá firmar el perdón para sacarlo de la cárcel”. Y de vuelta, golpes. Crecer entre trastes que vuelan, gritos, la mesa volcada por el hombre de los puñetazos hace estragos: crea en las hijas de padres agresores distancias, rencores, desconfianza; y el abandono constante genera desesperanza. Y atestiguar la contradicción: el mismo hombre que ansiaba un hijo varón –para dejar de ser “el chancletero” de la familia y la colonia por tener puras hijas– lo hirió para siempre desde el vientre y, luego, se avergonzó de él, por estar discapacitado. Suena el teléfono. Es su hermana. “Papá ya está muy mal; quiere despedirse de ti”.
Era el tercer infarto. ¿Qué ganas iba a tener Conchi de ir a verlo? Entre la presión social de amar a la familia por sobre todas las cosas, la repetición al hastío de que su mamá junto a ese hombre “cargaba una cruz” –entre más pesada, más premiada por el mismísimo Dios– y el sentido de justicia alterado desde la niñez, la actriz decidió que lo mejor era sanar.
Desde dentro.
Comenzó a escribir su propia historia. La de la niña asustada, furiosa, impotente ante las palizas inhumanas, ante el maltrato y el abandono y la vergüenza y la humillación.
La ruta que recorrió desde que inició su relato autobiográfico –la nena de cuatro años que mira a su papá herir a su mamá a días de dar a luz– hasta el perdón a ese hombre, es ahora guión teatral.
“El humor nos salva”, asegura la autora de “Cachoro de León. Casi todo sobre mi padre”, el monólogo que protagoniza mañana, en alianza con el foro de cabaret más aplaudido del país, “El vicio”, de Coyoacán.
—¿Expones tu drama real haciendo reír a la audiencia?
—Sí, igual que en casa, con mis hermanas: platicamos riéndonos. El humor nos salva a todos. De nada sirve que lloremos juntos; hay que vivir el lado catártico con sentido del humor. Si vamos a sanar contando nuestra historia, que sea riéndonos.
IGUAL A PEDRO INFANTE
Encantador. Fiestero. Con voz hermosa. Muy parecido a Pedro Infante era él, su papá, de buenas. Borracho y mujeriego, igual que el fantasma que acompaña a Conchi desde siempre, porque la casa del más grande ídolo de México estaba a tres calles de la suya. Ahí sigue, hecha hotel; junto, el parque en honor del rey de la serenata y la cantina.
La parte oscura: violentísimo.
Y a ella le tocó ser víctima; pero decidió que el pasado doloroso no iba a definir su carácter ni su destino.
La autobiografía le permitió expulsar el dolor, llorar. “Y sanar. En la temporada anterior confirmamos que esta historia, la mía, es la de muchas; pero hasta que la vemos en otra, nos atrevemos a hablar”.
No se vale sobrevivir con miedo
¿Por qué, si la agredida fuiste tú, tienes que vivir con vergüenza? Esa pregunta es punto de partida para encauzar biodrama terapéutico.
La hace Conchi León en sus talleres de dramaturgia, biodrama, teatro ritual y testimonial. Se dirige a mujeres y casi todas son niñas agredidas por sus propios padres.
“En uno de los penales donde doy taller, una de mis alumnas contó por primera vez que su pareja la prostituía y golpeaba; no lo había expresado porque le daba pena. Sanar es la opción; no se vale sobrevivir con miedo y vergüenza cuando la víctima has sido tú; es tremendo que las mujeres agredidas carguen con ese peso”, afirma León.
Terapeutas especialistas en maltrato infantil señalan que las víctimas crecen con inseguridad, ansiedad, depresión, relaciones personales pobres e incluso patologías psiquiátricas. “Atracones compulsivos y bulimia también se presentan; entre 40% y 50% de quienes sufrieron abuso en la infancia, éste fue sexual”, indica la investigadora Martha Hijar Medina.