Lo blindaron después de que un manifestante, con aerosol, le rayó el apellido y escribió “era un racista”.
Ahí a pocos pasos del Big Ben, en Londres, estuvo acorazado el monumento al líder de Reino Unido que enfrentó el nazismo.
Lo acorazaron porque el premier actual aseguró que impedirá cualquier otra falta de respeto contra la memoria emblemática del hombre que encaró a Hitler solo, con Estados Unidos en punto muerto y Rusia de enemigo, entre junio de 1940 y junio del 41.
Pero los manifestantes que la semana pasada aplaudieron al autor de la pinta dicen que lo racista que le achacan a Winston Churchill se debe a que dejó morir de hambre a casi tres millones de personas en India en 1943.
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Y el jaloneo entre historiadores, biógrafos y antirracistas continúa. Ayer hubo paréntesis porque la estatua fue destapada para lucir en la visita del premier canadiense, Justin Trudeau.
Bajo estas líneas, los luchadores en Ciudad de México piden ayuda. Reciben despensas de un colectivo recaudador porque con los gimnasios y rings cerrados no tienen modo de ganarse la vida.
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