Por: Álvaro Ramírez Velasco
La ciudad de Nueva York tiene una buena noticia: las muertes por COVID-19 están en un promedio diario de 100, cuando a principios de abril eran cerca de 800 cada 24 horas.
Esa cifra, paradójicamente, llega con esperanza para los poblanos de esta urbe y, particularmente, para quienes viven en los límites de los condados de Brooklyn y Queens, en donde se han concentrado los más de 16.4 mil decesos de la “capital del mundo”, hasta este martes.
Algunos paisanos comienzan a ver la posibilidad de que se abran de nueva cuenta las fuentes de trabajo, pues hace dos meses que no tienen ingresos.
No hay envíos de dólares a sus familias en Puebla y, en algunos casos, la comida se les ha acabado. De la renta, ni hablar. Muchos no la han podido pagar y sólo queda por delante un mes de la protección legal que dio el Estado, para no ser desalojados.
Otros están en riesgo de perder sus negocios y buscan con desesperación los apoyos para los pequeños empresarios, que otorgan las autoridades.
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POBLANOS DE RINGWOOD
Las avenidas Wyckoff, Knickerbocker y Myrtle, en el barrio de Ringwood, precisamente en la colindancia entre estos dos de los cinco condados de la ciudad, ha visto pasar la vida de muchos paisanos que salieron de Puebla hace décadas, para buscar una mejor vida allá.
Hay una comunidad latina abundante y muchos de los poblanos que ahí viven son una excepción a la regla del migrante: Tienen la doble nacional, pues llegaron antes de la “Amnistía Reagan”, de 1986, con la que el expresidente entregó papeles a 2.7 millones de migrantes irregulares. Luego de la residencia, alcanzaron la naturalización estadounidense.
Son de una segunda generación, pues los pioneros poblanos, la mayoría fallecidos, arribaron a Estados Unidos en los años 40. En algunos de eso hogares el recuerdo del también actor Ronald Wilson Reagan tiene alcance de veneración, por esa última amnistía que realizó un gobierno estadounidense.
En las campañas algunos prometen otra, pero se ve imposible. Ahora menos con Trump.
Ellos y ellas son también padres de poblano-americanos que nacieron en suelo estadounidense y muchos hoy tienen entre los 20 y 30 años de edad. Algunos no conocen la tierra original, pero tienen la evocación desde las voces de su ascendencia.
Sin embargo, esos poblanos binacionales son minoría y alcanzan los beneficios de ser ciudadanos de ese país. Han venido recibiendo el cheque de mil 200 dólares que el gobierno de Donald John Trump les ha enviado, como apoyo por la recesión del coronavirus y con la coincidencia de las elecciones presidenciales en puerta.
La contundente mayoría tiene condiciones distintas. La migración poblana sigue con la constante de la indocumentación y la vida difícil. Son hombres y mujeres, la mayoría de la Mixteca, quienes viven en esa zona hacinados en casas regularly, edificios acondicionados para decenas de departamentos, muy pequeños.
No tienen más de cuatro habitaciones, contando cocina y baño, y habitan hasta ocho paisanos. “De ahí también que haya habido tantos contagios” de coronavirus, explica Guadalupe Cabrera, presidenta de la Asociación Cultural Mexicana de Brooklyn.
La poblana, oriunda del municipio mixteco de Cuayuca de Andrade, en entrevista pinta así el panorama de los poblanos en esas calles de Queens y Brooklyn: es desolador y todavía falta mucho.
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LA HERMANDAD, EN LUTO
En Wyckoff Avenue se pueden ver, afuera de varios negocios de latinos, entre ellos mexicanos y poblanos, pequeñas ofrendas en memoria a los muertos.
Sobre el piso, se pone la fotografía del fallecido y, en ocasiones, se acompaña con una cajita en la que cada quien deposita lo que puede, para contribuir a los gastos funerarios muy altos, que oscilan entre los 10 mil a 15 mil dólares, si es que se busca regresar el cuerpo y no solamente las cenizas a México.
La mayoría de quienes han perdido algún familiar, lo mismo los paisanos que son obreros de la construcción, que los dueños de panaderías, de tiendas de víveres, de casas de cambio y envíos, parecen andar ya sin brillo en los ojos, como extraviados. Poco hablan en estos días. Ha bajado la alarma por el COVID-19, tanto como las cifras funestas, pero el duelo permanece; todavía se asimila.
Otros se pierden en la preocupación de no tener dinero para enfrentar lo que resta de la pandemia y ese poco halagüeño “¿después qué?” “En el 190 de Knickerbocker se colocó un refrigerador. Quien puede dar comida, la deja; quien la necesita, la toma”, narra Guadalupe Cabrera.
En la ciudad hay unos 400 puntos de entrega diaria de comida, pero la transportación es también otro problema. Muchos paisanos “se han quedado sin dinero y quienes podemos prestamos algo, aunque sea”, agregó la inquieta activista que suele ayudar a las poblanas y latinas que ejercen la prostitución en bares de esa zona (otra desgarradora historia).
La solidaridad es otra vía para la sobrevivencia en estos días en la ciudad de los “zapatos vagabundos” –como reza la famosa canción del italoamericano Francis Albert Sinatra–, a donde también han dirigido sus pasos muchos poblanos.