Por: Rubén Salazar/Director de Etellekt/ www.etellekt.com [email protected] @etellekt_
E n un video subido a Youtube que corresponde a una gira de campaña por Mérida, Yucatán, a principios de 2018, aparece dando “caricias” a un árbol el entonces candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), mientras se comprometía a terminar con la violencia y reducir los índices delictivos a la mitad de su sexenio.
Lo hizo tramposamente, sin fijar una meta y objetivos tangibles. ¿Qué significaba para el político tabasqueño “terminar con la violencia”? El planteamiento, de por sí difuso, se prestaba a un sin fin de interpretaciones, que iban de la utopía de regresar a la incidencia de homicidios dolosos de la que gozó el expresidente Vicente Fox en su último año de gobierno (10 mil 452 víctimas), hasta aplanar la curva que les heredó Peña Nieto en 2018 (36 mil 685 víctimas), o aterrizar en un futuro distópico en el que los asesinatos se duplicarán o triplicarán con respecto a ese mismo año.
Es decir, López Obrador jamás asumió compromiso alguno, consciente de que ofrecer un dato concreto, en un tema sumamente volátil, que pudiera medirse y contrastarse con los hechos, podía diluirse tan rápido como su promesa de no talar un solo árbol en la construcción del Tren Maya. Y no lo hizo, no sólo por tratarse de una entelequia filosófica de su parte –“la paz es fruto de la justicia”–, sino por carecer de un plan que lo hiciera factible.
Lo que deja ver que nunca supo cómo hacer frente al problema, toda vez que en lugar de proponer una política de seguridad al electorado, basada en el conocimiento y la evidencia, optó por el camino de la fe, al anunciar –dos meses antes de los comicios presidenciales– que invitaría al papa Francisco a participar en los foros de consulta para su elaboración; la presencia del pontífice sería confirmada más tarde por Loretta Ortiz, coordinadora del proceso de pacificación del equipo de transición, lo que sería desmentido de inmediato por un portavoz del Vaticano.
Resulta incomprensible, que siendo un asiduo predicador de la palabra y obra de Jesús de Nazaret, el inquilino de Palacio Nacional contradijera en aquel momento una de las más icónicas frases que le han sido acreditadas al nacido en la provincia de Judea, y que representa el fundamento primigenio de la laicidad del Estado moderno y democrático –la misma que nos heredó Benito Juárez, el mejor presidente de la historia, según AMLO–, que permitió la separación del poder político del religioso, quizá no en la persecución de la justicia, cuyo fin comparten ambas esferas, pero si en los medios, competencias e instrumentos para alcanzarla: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 15-21). Algo que, por lo visto, el mismo papa Francisco, jefe de la Iglesia Católica, supo distinguir mejor que el jefe de Estado y de gobierno mexicano.
Ya en la cúspide del poder, sin un rumbo definido, carente de brújula y hoja de ruta, el mandatario navega con los ojos vendados hacia un destino incierto, dando palos de ciego a los cárteles y encomendando a las Fuerzas Armadas una tarea para la que no se encontraban capacitadas, lo que ha terminado por rebasarlas, exponerlas a la mismos abusos y actos de corrupción cometidos por las policías (por qué razón sustituyeron a la Guardia Nacional por elementos de Marina, para encargarse de la custodia del Aeropuerto de Ciudad de México y de otras seis terminales aéreas del sureste) y hacerlas ver como incompetentes.
Pues a la luz de las estadísticas oficiales, la estrategia de abrazos, no balazos, consistente en no combatir a los cárteles, en no ponerlos a disposición de la justicia y en atender las causas de la criminalidad, mediante programas sociales dirigidos a poblaciones económicamente vulnerables, con el propósito de evitar que terminen siendo cooptados por ella, y que queden expuestos a sus interminables conflictos y ajustes de cuentas, lo que ha resultado un rotundo fracaso.
En los primeros tres años del actual gobierno (2019-2021), el país acumuló un total de 107 mil 746 víctimas de homicidio doloso y feminicidio (Secretariado Ejecutivo, 2022; Inegi, 2021). Si comparamos este desastre con los primeros tres años de los gobiernos de Enrique Peña (2013-2015) y Felipe Calderón (2007-2009), la violencia letal a nivel nacional se incrementó en 69 y 152 por ciento, respectivamente. En otras palabras, la cantidad de muertos por la violencia criminal con AMLO es más del doble de la registrada en el mismo periodo de la gestión de Felipe Calderón Hinojosa.
Todo indica que las expectativas de pacificación de AMLO siempre estuvieron por debajo del desempeño que tuvo Felipe Calderón, por lo que no le quedó más remedio que limitarlas al aplanamiento de la curva de asesinatos del último año de Peña Nieto, lo cual logró con dificultad y ahora festeja con bombo y platillo. No así la ciudadanía, pues de acuerdo con la última encuesta de Mitofsky (diciembre, 2021), 69% de los mexicanos tienen una percepción de seguridad igual o peor en el gobierno de López Obrador.
De continuar la tendencia de más de 30 mil muertes violentas por año, concluirá su mandato rebasando las 200 mil víctimas, debido a un fenómeno de violencia que no quiso enfrentar, según él, por ser humanista –el narco también es pueblo, también son seres humanos–, aunque en la oposición subyacen otras posibles explicaciones del por qué se cruzó de brazos contra el narcotráfico, que apuntan a su presunta complicidad con los criminales.
“Si no terminamos de pacificar a México, por más que se haya hecho, no vamos a poder acreditar históricamente a nuestro gobierno”, reconoció López Obrador, hace medio año, en su mañanera. Está claro que su nombre quedará grabado en la historia, pero no por haber consumado su proyecto de paz, sino por haber dejado como legado a las futuras generaciones el periodo más sanguinario, por tasa poblacional, del que se tenga memoria, desde la época represiva del gobierno de Adolfo López Mateos, con quien tiene mucho en común –además del apellido–, y a quien también lo llamó un buen presidente, por haber nacionalizado la industria eléctrica en 1960.