Por: Elías Aguilar García Twitter: @Elyas_Aguilar
Esfera pública
Las crisis siempre tienen impactos para quienes las gestionan en la sociedad donde ocurre el evento o factor que pone en riesgo a la población. Las consecuencias no siempre son negativas; en muchas ocasiones, las crisis permiten la consolidación de liderazgos en la población.
Recordemos, por ejemplo, que el ataque a los torres gemelas de 2001 le permitió a George Bush recomponer su imagen en Estados Unidos: pasó de 51% a 90% de aprobación en tan sólo un mes. Por supuesto, la crisis del 2001 fue muy diferente a la que se vive en la actualidad, pero lo que sí es similar es que las crisis dan una oportunidad a quienes detentan el liderazgo formal para consolidarlo o, por el contrario, para desgastarse y perder legitimidad.
Y la razón es simple: las emergencias permiten a presidentes, gobernadores o alcaldes llevar la agenda de los temas durante ese período, de tal forma que al exhibir un desempeño congruente con la coyuntura, la población confiere un mayor nivel de aprobación por la actuación del líder ante el peligro que se enfrenta. Y, por el contrario, ante un desempeño errático, la población incrementa su desaprobación y desconfianza al responsable de conducir las acciones en la emergencia.
¿Cuál es la situación del presidente López Obrador en su desempeño ante la emergencia sanitaria de la pandemia de COVID-19? A decir de los datos, se incrementa la desaprobación. Veamos y comparemos. Hasta marzo pasado, la aprobación al presidente se encontraba por encima de los 60 puntos a nivel nacional y la desaprobación por debajo de los 35 puntos.
En la actualidad, la aprobación presidencial ha venido a la baja por más de 10 puntos, en promedio, mientras que la desaprobación se ha disparado, y en algunos momentos ha superados por unos puntos a las valoraciones positivas.
Este descenso es muy probable que se deba al mal manejo de las autoridades federales a la contención de la pandemia. Así lo sugieren los resultados de una encuesta telefónica levantada por Indicadores S. C. entre 400 electores de la Ciudad de México y nótese que los habitantes de la capital se caracterizan por simpatizar con la figura de López Obrador, pero al preguntar cómo califican las acciones que han realizado las autoridades sanitaria del país para la contención de la epidemia del coronavirus, un 63% respondió entre malas y pésimas, mientras un 20% opinó que regulares y 17% las evaluó como buenas; nadie consideró que fueran excelentes. (Ver gráfica 1)
El estudio telefónico fue realizado en un estado en color naranja en el semáforo de riesgo epidemiológico –permite hacer las actividades económicas esenciales y a un 30% las no esenciales–, es decir que sus habitantes experimentan una mayor actividad económica y social en comparación con una entidad en semáforo rojo, como es el caso de Puebla, que recomienda a sus habitantes no salir de casa.
Esta explicación resulta necesaria para destacar la relevancia de los resultados, pues será el contexto en que viviremos los pobla nos cuando el semáforo cambie a naranja. Cuando preguntamos sobre las prácticas de seguridad recomendadas por las autoridades sanitarias, sorprende el porcentaje de personas que reconoce que no las lleva a cabo.
En lo que se refiere a usar cubrebocas, sólo un 18% lo hace siempre, 42% casi siempre, 17% algunas veces y 23% casi nunca o nunca. En cuanto a la sana distancia, sólo un 4% siempre la conserva, 15% casi siempre, 22% algunas veces y 59% casi nunca o nunca. Y finalmente llevar caretas o goggles de protección sólo un 2% lo hace siempre, un 6% casi siempre, 14% algunas veces y 78% casi nunca o nunca. (Ver tabla 1) La aprobación del Ejecutivo federal sería muy diferente si hubiera tenido una comunicación congruente con la emergencia sanitaria. Esto lo comento como un espectador más; probablemente las cosas son diferentes en la toma de decisiones y su operación.
Sin embargo creo que la comunicación ha sido contradictoria y eso ha afectado la percepción que tenemos los mexicanos sobre López Obrador. Es muy difícil entender por qué el presidente niega la gravedad de los temas; yo recuerdo tres veces en que ha anunciado que la curva de contagio ya se domó, que ya se aplanó, y casi de manera inmediata la evolución de la pandemia lo contradice de manera tajante.
Y qué decir de su optimismo en cuanto a la economía, ¿qué gana el presidente con tener una postura demasiado alegre sobre los riesgos del país, fuera de tono con la realidad que vive la mayoría de los mexicanos? Otro gallo cantaría si tuviera una postura realista.
Ser objetivo no significa que falle en su desempeño; al contrario, sería un mensaje de empatía con lo que la mayoría percibe y vive. Y hay algo aún más importante en esta pandemia, que depende de López Obrador frente a las cámaras: el mensaje contradictorio del gobierno federal explica por qué gran parte de los mexicanos no toman en serio las medidas para prevenir el contagio.
En otras palabras: la mayoría no usa el cubrebocas ni aplica otras medidas de protección porque, simplemente, ve que el presidente no lo hace. Eso es lo más grave. Y es comunicación pura.