Es Relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Las mujeres y los hombres en todas sus edades han señalado o han querido ser, en especial, de los grandes seres humanos que han hecho bien y contribuido a la humanidad.
Nos gustaría tener la forma de pensar, de hablar, de escribir, de haber sido un gran descubridor o un importante dirigente de la colectividad quien a través de su palabra y acción supo conducir a la sociedad a etapas superiores de desarrollo.
Nos gustaría haber vivido determinada época y ser el héroe de la misma; ganar todas las batallas y recibir todos los honores; los sueños no deben estar destinados a situaciones tristes o de derrotas.
Estamos atravesando por un mundo confundido y es necesario escuchar las voces de los mexicanos de todas las épocas para orientar nuestro porvenir. Ahora la respetable dama Amalia de Castillo Ledón nos permitirá escuchar su pensamiento a través de su fresco ideario plasmado en múltiples discursos, conferencias y cátedras que la convirtieron en la gran defensora de los derechos de la mujer.
Fue la primera mujer embajadora de México, la primera mujer que se integró al gabinete presidencial con Adolfo Ruiz Cortines y de Adolfo López Mateos. Fundó y presidio el ateneo mexicano de mujeres y el Club Internacional de Mujeres. Autora de obras literarias y de teatro. Egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Escuela Nacional de Maestros de Tamaulipas. Fue pionera en la lucha por la igualdad de hombres y mujeres participando en la Conferencia Mundial de San Francisco.
Ella nos expresó en El Mensaje Cultural de México, pronunciado en París, con lo siguiente: “Es grave responsabilidad y honor dirigirme a vosotros en el nombre del gobierno de México. Consciente de la magnitud de la representación que se me ha conferido y consciente, asimismo, de la dificultad de expresar en palabras el simbolismo exacto de este acontecimiento, debo agradeceros cumplidamente vuestra anfictionía y ser digna intérprete del mensaje de nuestro gobierno, que se inspira en la devoción secular y en el respeto fraterno que los mexicanos, de todas las épocas, han sentido por la gran nación francesa.
La ceremonia que hoy nos congrega es ocasión propicia para hablar de la singularidad de la cultura mexicana, pero también lo es, y en grado eminente, para subrayar las múltiples aportaciones que hemos recibido de la cultura vuestra. Y no sólo en el sentido de visibles influencias ideológicas y artísticas que han penetrado profundamente en nuestra historia desde antes aunque naciéramos a la vida independiente, sino también, de modo más concreto y personal, en la preferencia que muchos de vuestros pensadores, eruditos y artistas, han mostrado por el estudio de las cosas de México. Pero así, por su número y celebridad, resulta imposible señalarlos a todos, la sola mención de contemporáneos tan ilustres como el reciente desaparecido Paul Rivet, como Marcel Bataillon y como el señor ministro de Asuntos Culturales, André Malraux, que hoy nos honra con su presencia y para quién traigo un mensaje de profundo aprecio del señor ministro de Educación de México, señor don Jaime Torres Bodet, bastará para darnos idea de la calidad intelectual y humana de los componentes de este grupo y de la dimensión de nuestro reconocimiento.
La exposición mexicana que hoy abre sus puertas al público parisiense en el prestigioso escenario del Petit Palais, es el resultado de muy diversos factores y experiencias. Su proyecto original nace de la voluntad del gobierno mexicano de fomentar, por todos los medios a su alcance, el intercambio cultural, convencido de que es éste uno de los instrumentos privilegiado del conocimiento entre pueblos diferentes y, por lo mismo, elemento activo en el logro de la paz y de la concordia internacional.
Es necesario señalar y agradecer la importancia decisiva que ha tenido la colaboración del gobierno francés en los trabajos preparatorios de este evento, así como la entusiasta acogida que el público parisiense dispensara, en ocasión pasada, a otra exposición semejante. El favor popular con que fue recibida abrió el camino a la siguiente y, por tal razón y en más de un sentido, la actual es su legítima heredera.
Hace apenas una década, sólo un grupo minoritario de especialistas y aficionados tenía una imagen vertebrada del arte mexicano. Ahora, en cambio, se ha multiplicado asombrosamente el número de los que, en Francia participan en ese conocimiento y de ese interés, hecho que confirma hasta qué punto la búsqueda de una sabiduría ecuménica sigue siendo una de las más altas virtudes del espíritu francés.
La exposición de arte mexicano ha querido ser, y a vosotros toca decidir si lo ha conseguido, una verdadera inmersión en el tiempo, un corte transversal que muestre, como en un diagrama geológico, los estratos, los sedimentos y las desgarraduras de una cultura milenaria, que deje entrever, a través del florecimiento y decadencia de sus estilos artísticos, a través de la elección de temas y materiales, el fulgor de cosmogonía desaparecidas, el rastro espectral de certidumbres, dudas, luchas y aspiraciones que son bajo apariencia diversa las mismas certidumbres, dudas y aspiraciones que han dado vida a todas las civilizaciones del planeta.
No es casual que la parte más importante de esta exposición esté consagrada al arte prehispánico, expresión ambigua que comprende por igual a la cerámica primitiva del llamado horizonte preclásico que a la soberbia estatuaria tolteca. Y no es casual, en razón de la amplitud temporal de este periodo y de la gran cantidad de pueblos que convivieron y engendraron culturas distintas en el territorio de lo que muchos arqueólogos designan con el nombre de Mesoamérica. Por otra parte, y aunque resulte difícil el deslinde de los elementos que componen a una nación mestiza, debo decir que, para nosotros los mexicanos, de ese pasado arrancan algunas de las raíces más entrañables de nuestro ser nacional.
Del encaje pétreo de los bajorrelieves mayas y de los atlantes de Tula y de la agresiva solidez de la escultura azteca, se pasa la interpretación indígena del barroco occidental. Y de ahí sobre el paréntesis incoloro del siglo XIX, a los grandes pintores revolucionarios. Mientras, el arte popular sigue su curso lento y secreto, apartado por igual de modas y teorías, fiel, idéntico a sí mismo.
Es inútil decir algo más sobre lo que pronto podréis juzgar personalmente. No me queda, pues, sino agradecer vuestra presencia y vuestra cordialidad. Y recordaros que las colecciones aquí reunidas son parte de nuestro patrimonio histórico y el ponerlas en vuestras manos, la mejor prueba de amistad que podemos ofrecer al pueblo de Francia”.
Nació doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón en Tamaulipas; desempeñó diversos puestos diplomáticos que le dieron grandeza al servicio mexicano en este campo. Junto con otras mujeres mexicanas ha puesto el nombre de México en los más altos niveles de respeto y admiración. A ella los mexicanos le expresamos nuestro reconocimiento a esas grandes labores culturales.
Muchas mujeres podrán ser como ella, porque con grandeza, pasión y trabajo sirvió a México, a sus habitantes, a sus instituciones. Es un pensamiento vivo para el provenir de nuestro país.