Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Cada vez son más evidentes los signos de indolencia e indiferencia que la cuarta transformación (4T) muestra ante la tragedia que se cierne de manera dramática sobre los 130 millones de mexicanos, producto de una pandemia que en principio no se dimensionó correctamente y que, hoy, no se enfrenta acertadamente.
Este lunes 25 de enero iniciamos la última semana del primer mes de 2021, con prácticamente 150 mil mexicanos muertos (oficialmente) y un milllón 750 mil contagiados de COVID-19.
Pero podrían ser 200 mil o 300 mil los decesos, porque todo parece indicar que para las autoridades responsables del manejo de la mortal enfermedad, los números fatales de esta pesadilla ya no importan, porque no pueden ni podrán detenerlos.
La indiferencia y el desprecio con que se trata de ignorar la peor tragedia humanitaria del México moderno y contemporáneo raya en una clara estrategia para evitar, a toda costa, hablar y reconocer el grave momento que nos envuelve a los incautos que habitamos en este país.
Es preferible hablar de la ansiada vacuna, de la autorización para que empresarios y gobernadores puedan intentar hacerse del biótico anticovid (en una misión muy difícil según reconoció el propio presidente) y, en el mejor de los casos, hablar de las “lucesitas” que ya se ven en el oscuro túnel que nos impuso la pandemia y su errático manejo en nuestra nación.
Sin embargo, la cada vez mas pesada y dolorosa realidad sigue aplastando a cientos de miles de familias mexicanas, que en este arranque de 2021 sufren –como nunca– el infierno de encontrar una cama de hospital, esperar con angustia indescriptible la llegada de una ambulancia, observar con horror que sus familiares no logran “subir” sus niveles de oxigenación o bien conseguir –al costo que sea– un tanque cargado con algo de oxígeno.
Los mexicanos están en franco estado de indefensión ante la falta de apoyos, un sistema público de salud rebasado y la ausencia de autoridades que protejan a la sociedad del robo descarado que industrias, como la farmacéutica y los hospitales privados, están imponiendo con absoluta impunidad.
Hablar de ello y reconocer esta gravísima crisis nacional, no es una opción en un año electoral donde está claro que la prioridad es conservar el poder alcanzado en un México distinto y distante, aunque el costo sean 100 mil, 200 mil o 300 mil muertos.
Cada vez son más los políticos desinformados e ignorantes que afirman que lo peor de la pandemia está por terminar en la última semana de enero, bajo la absurda teoría de que “estos muertos que estamos viendo” son los últimos de una elevadísima movilidad reportada durante las fiestas de diciembre y la celebración del Día de Reyes.
Nada más falso, los índices de positividad a la pandemia siguen creciendo, el número de casos positivos (en un país donde no se hacen pruebas como estrategia) superan los 20 mil diarios, las muertes se enlistan por miles, porque a decir de muchos científicos que siguen a la enfermedad desde la academia, esta ya no sólo se localiza en las calles, en el transporte público, en los mercados o tianguis, ni en las grandes concentraciones que se siguen reportando por fiestas, bodas, reuniones públicas y privadas.
La pandemia ha logrado contagiar a tantos mexicanos que el virus logró instalarse al interior de un incalculable número de hogares, atacando sin piedad a todos por igual.
El circulo de enfermos y muertos se cierra cada día más, todos nos hemos enterado o sufrido la amarga experiencia no sólo de un deceso, sino del verdadero viacrucis que significa luchar contra un enemigo microscópico que invade y pone una potencial fecha fatal a su victima.
Familias enteras se extinguen por la irresponsabilidad y el escepticismo sembrados desde una pila de mensajes confusos, desinformados, irresponsables y cargados de soberbia.
Los hospitales no sólo no tienen espacio para tratar de atender a pacientes infectados, tampoco hay espacios para apilar los cuerpos de las víctimas mortales, y es que esa misma cadena de tragedias ha alcanzado a funerarias, crematorios y otros servicios que sencillamente no pueden con una desgracia no deseada, pero sí advertida desde los primeros días en que llegó a México y fue desestimado, con brutal ignorancia y desprecio.
Aún con todo esto, comenzar a hablar hoy mismo con claridad y crudeza de este drama, a fin de tratar de corregir una equivocada conducta social y con ello intentar también detener una masacre sanitaria, sencillamente no es conveniente, porque reconocer la tragedia y sus proyecciones, es reconocer las equivocaciones, sería admitir responsabilidades y eso es esta administración, no es una opción.
Así pues, muchos países como México están atrapados entre una pandemia que en estos momentos va ganando una batalla mundial con nuevas cepas más virulentas y mortales, pero acorralado también por la irresponsabilidad e indiferencia de quienes desde el poder han optado por alejar la mirada del dolor, la impotencia y la rabia de millones que sufren en carne propia, ya no sólo el irremediable principio de la vida y la muerte, sino un final cargado de abusos, de carencias, de ausencias y falta de poyos.
Muchos nos quejamos de un dramático 2020, hubo incluso quienes lo maldijeron por los estragos que este inolvidable ciclo dejó en nuestro país y en el mundo entero, sin embargo, todos los indicadores y la información disponible apuntan a que 2021 será un año mucho más cruel dada la ausencia de estadistas, la permanencia en posiciones clave de ignorantes, la indiferencia de líderes y la irresponsabilidad de una sociedad internacional que se resiste a aceptar la pérdida de un estilo de vida, donde la libertad de acción, de movimiento y de encuentros fue, sin saberlo, nuestro tesoro más preciado.
Hoy, entre pifias, limitadísimas vacunas, miles de muertes, servicios desbordados, voceros descarados, un proceso electoral venidero, esa dolorosa indiferencia oficial y “lucesitas”, México se perfila a la peor tragedia sanitaria y social de su historia, una que fue advertida con meses de anticipación y que, a casi un año de estar hundidos en ella, no somos capaces de reaccionar ni institucionalmente, ni como sociedad.
Si México no reacciona, la ruta esta trazada.