Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
El próximo sábado, un evento celestial marcará una transición significativa en nuestro calendario y en la naturaleza que nos rodea. Ese día, culmina la estación de verano en el año 2023 y da inicio al esperado equinoccio de septiembre. Este fenómeno astronómico nos brinda la oportunidad de presenciar el comienzo del otoño en el hemisferio norte.
El equinoccio de septiembre marca el equilibrio fugaz entre el día y la noche, un momento efímero en el que ambos comparten la misma duración, antes de que la oscuridad gane terreno gradualmente.
Es un instante que nos recuerda la armonía y la interconexión en el Universo. Este fenómeno se produce dos veces al año, en marzo y septiembre, marcando momentos de equilibrio en nuestro planeta.
Este evento no solo simboliza el equilibrio celestial, sino que también marca el inicio de una nueva estación, ya sea el renacimiento de la primavera en el hemisferio sur o la llegada del otoño en el hemisferio norte.
Es un recordatorio de la majestuosidad y la precisión de los movimientos celestiales que influyen en nuestro mundo y nos conectan a todos, sin importar dónde estemos en la Tierra.
Particularmente importante es destacar un momento extraordinario que ocurrirá: en el Polo Norte, comenzará una transición única, pasando de un período de seis meses de luz ininterrumpida a un igualmente extenso periodo de seis meses de oscuridad.
Durante las próximas semanas, el Sol se mostrará en el horizonte durante unas doce horas al día, apareciendo como un semicírculo dorado al ras del horizonte, para finalmente ocultarse y no volver a ser visto hasta la llegada del equinoccio de primavera.
Este fenómeno extremo, conocido como la noche polar en el Polo Norte, y su contraparte en el Polo Sur, donde se experimenta el día polar, nos recuerda la asombrosa variación de luz y oscuridad que experimenta nuestro planeta en diferentes regiones a lo largo del año. Es un recordatorio de cómo los polos, en particular, ofrecen un espectáculo único y fascinante en nuestro planeta.
El equinoccio de septiembre es una celebración de gran relevancia que ha sido seguida a lo largo de la historia, especialmente por culturas como los celtas y los mayas.
En estas civilizaciones, este evento marcaba el tiempo de la cosecha, un momento crucial para la supervivencia y prosperidad de las comunidades. Hoy en día, el equinoccio de septiembre sigue siendo conmemorado en todo el mundo con diversos rituales y festividades que rinden homenaje a la conexión entre la Tierra y el cosmos.
En Japón, se celebra el Shubun No Hi, también conocido como Higan No Chu-Nichi, una fecha en la que se visitan los cementerios donde descansan los seres queridos, honrando así la memoria de los antepasados y la vida misma.
Un evento destacado es el equinoccio de otoño en Chichén Itzá, donde la serpiente de Kukulcán desciende por las escaleras de la pirámide del Castillo en México.
Este asombroso fenómeno es un testimonio de la inigualable precisión de la astronomía maya y representa la profunda relación que tenían con el cosmos.
El equinoccio de septiembre nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la riqueza de las tradiciones y la profundidad de nuestra conexión con la naturaleza y el universo, y de apreciar cómo, a lo largo de la historia, diferentes culturas han encontrado significado y motivo de celebración en los eventos celestiales que dan forma a nuestras vidas.
Nuestro planeta, la Tierra, experimenta cuatro estaciones a lo largo del año: primavera, verano, otoño e invierno. Estas estaciones son períodos en los que las condiciones climáticas predominantes se mantienen relativamente constantes en una región determinada, cada una con una duración aproximada de tres meses.
A menudo, existe la creencia errónea de que las estaciones del año se deben a la distancia que separa a la Tierra del Sol. En otras palabras, se piensa que cuando la Tierra está más cerca del Sol, el clima se vuelve más cálido, y cuando está más lejos, se enfría. Sin embargo, esta idea no es precisa. Si fuera así, ambos hemisferios experimentarían las estaciones de manera sincronizada.
La verdad es que la diferencia entre el punto más cercano de la órbita de la Tierra alrededor del Sol (perihelio) y el punto más lejano (afelio) es apenas de 2 millones 499 mil 971 kilómetros, lo que representa sólo el 3.4% de la distancia total.
Este cambio en la distancia tiene un efecto prácticamente imperceptible en el clima. De hecho, el perihelio ocurre en enero, pleno invierno en el hemisferio norte.
La clave para comprender las estaciones del año radica en un número sencillo: 23.5 grados. Este es el grado de inclinación del eje imaginario de la Tierra con respecto al plano de su órbita alrededor del Sol. Es esta inclinación la que provoca que las estaciones se deban a la inclinación del eje de rotación de la Tierra con respecto al plano de su órbita alrededor del Sol.
Esta inclinación hace que diferentes regiones de la Tierra reciban cantidades variables de luz solar a lo largo del año, lo que a su vez afecta la duración del día y la intensidad de la luz solar en función de la inclinación del Sol sobre el horizonte.
A medida que la Tierra gira alrededor del Sol, su eje de rotación permanece apuntando en una dirección constante, por ejemplo, el extremo norte de dicho eje apunta hacia una posición cercana a la estrella polar.
Sin embargo, debido a la órbita elíptica de la Tierra, su posición con respecto al Sol varía a lo largo del año. Este fenómeno provoca que en ciertos momentos el Polo Norte esté inclinado hacia el Sol, mientras que en otros momentos está inclinado en dirección contraria. En el hemisferio sur, la situación es inversa.
Como resultado, los dos hemisferios no experimentan la misma cantidad de radiación solar en diferentes épocas del año, lo que lleva a un desequilibrio en las temperaturas. Uno de los hemisferios se calienta más que el otro en ciertas estaciones.
Este ciclo de variaciones en la exposición al Sol es lo que da origen a nuestras estaciones del año y contribuye a la diversidad de climas que encontramos en diferentes regiones de la Tierra.
Las cuatro estaciones del año están intrínsecamente ligadas a las cuatro posiciones clave en la órbita de la Tierra alrededor del Sol. Estas posiciones se dividen en dos solsticios y dos equinoccios, marcando así los cambios fundamentales en nuestro clima y entorno.
El otoño, una de las estaciones más cautivadoras, se distingue por la rapidez con la que la luz del día disminuye. Cada día, el Sol se alza en el horizonte un poco más tarde y se oculta más temprano por la tarde. De esta manera, al comienzo del otoño, experimentamos una reducción de casi tres minutos en el tiempo durante el cual el Sol brilla sobre nosotros cada día.
Este fenómeno, junto con las hojas que cambian de colores y la llegada de temperaturas más frescas, nos recuerda la belleza efímera de la naturaleza y la inevitabilidad del cambio.