Por: Adolfo Flores Fragoso/ [email protected]
La Puebla de los Ángeles fue la principal proveedora de jabones, textiles, herramientas de hierro forjado y barro café o “coloreado” durante el siglo XVII de la recién conquistada América.
El investigador Jorge Luján Muñoz, incluso, nos acerca en sus escritos a ese trueque de cacao, extrañas hierbas y achiote procedente de Guatemala: “telas poblanas a cambio de sabrosos condimentos guatemaltecos que, al largo del tiempo, fue lo correcto”.
El puerto de Acapulco, perteneciente a la provincia de la Puebla, fue también centro receptor de valiosas aportaciones asiáticas, al igual que las arenas de la Vera Cruz (la Cruz Verdadera) de importaciones europeas del lado del Atlántico. Ésta, ajena a la actual Guatemala, pero tan poblana a partir del Paso de Novillos, y hacia el norte de la Vera Cruz.
Previas “aduanas” –obvio– en las actuales Cuba y República Dominicana. Pero esa es otra historia.
¿Por qué escribir de estos chismes?
No todo fueron insumos comestibles enviados a la Puebla.
Fray Payo Enríquez de Rivera salió a caminar con Martín Carlos Mencos, presidente de los oidores del Cabildo, cierta tarde:
—Tengo fondos para traer una imprenta y pagar a un impresor a la Puebla –reveló el franciscano–.
—¿Para qué? –espetó Mencos–.
—Quiero imprimir catecismos y la doctrina cristiana –le respondió–, pero antes debo hacerlo en Guatemala
Lo acordaron.
Así fue revitalizada la evangelización poblana iniciada por los franciscanos, pero consumada por dominicos y jesuitas.
Las letras ingresaron a Puebla sin sangre.
Juan de Borja Gandía y su madre doña Inés Vásquez (sic) Infante divulgaron enseñanza en aquel siglo XVII, con dos imprentas en Puebla y otras en Guatemala.
Vivieron de la satisfacción de ser nadie, pero siendo sabios y tremendos educadores.
Al final de las cuentas: ¿quién es feliz de vivir de apariencias? Del qué dirán.
Es mejor vivir de una mirada o ciertas letras, emociones, intensidades, sus visiones, silencios, el éxtasis, una mirada negada, de aventuras imposibles o de un guiño, una tarde sentados frente a un río, una calle inexplicable o de vida vivida por nadie (aquélla que muchos niegan porque es incorrectamente educado) y, al final, limpiar el lodo de nuestra carita con agua y con jabón.
Así lo pensó y escribió en cierta carta doña Inés.
La educada doña Inés. Reconocida como gentil persona. Ejemplo de sabiduría. A diferencia de muchos poblanos.
Pero, cada quien su vida.