Por: Lesly Mellado May
He estado en confinamiento desde no sé qué día de marzo. He salido pocas veces. Y el coronavirus está cada vez más cerca de mí.
Esta mañana llegó un equipo médico a atender a mi vecina. La misma que salía cada mediodía para ir a su negocio.
La madre de un médico que hace un mes se sumó a la estadística de la pandemia.
Han muerto dos primos políticos y un médico con los que compartí en algunas fiestas familiares. Ocultan que la hermana de mi padre fue contagiada por su yerno.
Ya no responde llamadas telefónicas. La muerte ronda cerca y el rostro siempre sonriente de mi madre ha ido decayendo cada vez que recibe el parte familiar por teléfono. La cuñada de una gran amiga y un tío político también son casos positivos.
Mi tío, otro médico, ha salido avante apenas esta semana. El lunes salí al supermercado y en la calle no faltaron las miradas burlonas por el cubrebocas, careta y gorra que me puse.
Sentí que me miraban con cierta compasión, porque soy de las tontitas que sí cree en el coronavirus.
Hasta un niño me señaló con sorna mostrando a su papá mi disfraz locuaz. El disfraz al que me aferré para no incluirme en la estadística. Han venido por mi vecina y se han llevado la tranquilidad de la cuadra.
Está cerca… cerca… y no puedo reírme como lo hacen todos los que desfilan varias veces al día frente a mi casa, gozosos porque un invento llamado COVID-19 no los puede matar.