Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur. Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
Desde el comienzo de la era espacial en 1957 se han lanzado toneladas de cohetes, naves y satélites al espacio y, al menos inicialmente, nadie previó qué hacer con ellos al final de su vida útil. La Agencia Espacial Europea (ESA) estima que existen unos 900 mil objetos de más de un centímetro sin utilidad orbitando alrededor de la Tierra. Este hecho, según la ONU, pone en peligro futuras misiones e, incluso, las comunicaciones terrestres.
Desde el lanzamiento del satélite artificial Sputnik por la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957 en el Cosmódromo de Baikonur hasta nuestros días, han pasado más de 65 años de exploración espacial.
Las piezas desechadas de cohetes, satélites, misiles y demás escoria de alta tecnología han convertido las proximidades de la Tierra en un vertedero de basura espacial, cada vez más numerosa, que pone en peligro las misiones.
En la órbita de nuestro planeta hay centenares de satélites inactivos y miles de fragmentos de los cohetes que se han lanzado en nuestra corta pero frenética carrera espacial, así como restos de colisiones. Esta situación es un peligro real en la actualidad, tanto para las telecomunicaciones terrestres como para las misiones en marcha.
Según la Agencia Espacial Europea, desde el inicio de la carrera espacial en 1957 se han lanzado al espacio seis mil 170 cohetes espaciales, sin contar los que fallaron o explotaron antes de salir de la Tierra. Cerca de 12 mil 460 satélites se han puesto en órbita, de los cuales siete mil 840 siguen en el espacio, y cinco mil de ellos aún funcionan.
La basura espacial engloba cualquier pieza o resto dejado por el ser humano en el espacio y cuyo origen, por tanto, se encuentra en la Tierra.
Estos desechos espaciales pueden ser tan grandes como un satélite inactivo, similar al tamaño de un automóvil, o tan pequeño como una escama de pintura. El verdadero peligro es la velocidad a la que se mueven estos objetos, más de 28 mil kilómetros por hora, y que los convierte en auténticos proyectiles.
En 1957, tras el inicio de la carrera espacial, el Mando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica (NORAD) comenzó a recopilar una base de datos con todos los desechos. La mayoría de estos son muy pequeños, de sólo centímetros de tamaño; sin embargo, una gran cantidad es mucho mayor, lo que puede causar graves daños a los astronautas, los orbitadores y sus pilotos. La basura espacial en realidad engloba todos los fragmentos artificiales creados por el hombre, desde etapas de cohetes descartadas hasta restos de satélites destruidos, bien en colisiones con otros satélites o desde la Tierra.
Las agencias espaciales de diferentes países desde hace algún tiempo han comenzado a preocuparse por este incremento sin control de la contaminación espacial. La órbita baja de la Tierra cuenta con una longitud aproximada de 45 mil kilómetros, en los cuales se encuentran más de un millón de piezas potencialmente peligrosas cuyos tamaños oscilan, en su mayor parte, entre uno y diez centímetros.
Muchos de los desechos espaciales viajan a velocidades que rondan los seis o diez kilómetros por segundo, veinte veces más rápido que la bala de un fusil, por lo que al colisionar con una nave podrían comportarse como auténticos proyectiles de alto poder destructivo.
Encontrar y eliminar estas piezas, considerando el amplio espacio y las irregulares órbitas de estas, supone un reto de gran envergadura que, además, conlleva unos costes muy elevados.
El astrofísico norteamericano Donald J. Kessler predijo en 1978 que esta basura puede alcanzar una masa crítica, y si incrementara el resultado sería un cinturón impenetrable que rodearía a la Tierra. Alertaba que en caso de que alcancemos ese valor, quedaríamos imposibilitados de realizar viajes espaciales o instalar nuevos satélites.
La destrucción de satélites como el ocurrido en los últimos años por parte de Rusia, nos hace recordar que estas acciones no sólo ponen en peligro a los tripulantes de la Estación Espacial Internacional (ISS) sino también provocan un incremento importante en los escombros que se producen.
En esa ocasión más de mil 500 escombros de un tamaño superior a tres centímetros y varias decenas de miles más pequeños fueron proyectados a gran velocidad, con posibilidades de agujerear el laboratorio orbital y otros dispositivos en órbitas cercanas como la estación espacial china que en aquel entonces se encontraba en construcción.
En la actualidad la NASA y diferentes agencias espaciales siguen monitoreando estos objetos, así como los que se han generado en los últimos 65 años, con el objetivo de garantizar la seguridad de la tripulación en órbita. Sobre todo por el conocimiento que se tiene de que la destrucción de un satélite en órbita representa un peligro al crear nubes de fragmentos que pueden colisionar con otros objetos, lo que desencadena una reacción en cadena de proyectiles a través de la órbita terrestre.
Es importante destacar que, aunque esta chatarra no está descontrolada, todas las agencias estudian minuciosamente los movimientos de cada uno de estos diminutos artefactos.
Un impacto puede provocar grandes daños, ya no sólo en la Tierra, sino en el espacio. Para evitarlo, la NASA y otros organismos han creado protocolos para reducir al mínimo la generación de nuevos residuos.
Existen diferentes iniciativas para desarrollar cazadores de basura provistos de brazos, redes y arpones. Sin embargo, en la actualidad no existe ningún método eficaz y económico para poder limpiar la basura espacial. Esperemos que esta nueva situación alerte del peligro que representa el aumento de la basura espacial.
La Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior (UNOOSA) lleva tiempo alertando del grave problema que los desechos espaciales ocasionan y de la necesidad de su prevención, hasta el punto de que en 2007 la Asamblea General de la ONU aprobó un conjunto de directrices para su mitigación.
El problema toma mucha más complejidad tras el lanzamiento de enjambres de pequeños satélites en órbitas bajas con el objetivo de proporcionar acceso a internet de alta velocidad desde cualquier punto del planeta por parte de la empresa Starlink, compañía de Elon Musk, que, aunque estén activos pueden chocar con otros.
El mayor reto es no producir más basura espacial, es por ello que diversas organizaciones espaciales están dialogando para encontrar una solución a este problema.
Las propuestas más populares están relacionadas con brazos mecánicos que detengan la basura o redes que la atrapen para después ser lanzada a la Tierra y se incinere en el trayecto. Estas estrategias serán esenciales, ya que para el año 2029 se calcula que habrá 57 mil satélites en órbita. Sin embargo, la mejor alternativa es evitar generar más basura en futuras misiones espaciales.