Por: Rubén Salazar/Director de Etellekt/ www.etellekt.com [email protected] @etellekt_
E n materia de seguridad, el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió convertir el agua en vino en poco tiempo, pero lo único que hizo fue teñirla de sangre. Aún con el fétido olor a muerte impregnando sus narices, cada que sale de gira para recorrer las entidades de la república presas del horror, el mandatario insiste que su estrategia funciona, porque las Fuerzas Armadas ya no se manchan las manos al perseguir delincuentes, a los que considera seres humanos a los que debe cuidar.
Así lo reiteró por enésima vez en su conferencia mañanera del jueves, tras ser cuestionado por un video en el que se observa a un convoy del Ejército Mexicano perseguido por un grupo de presuntos integrantes del Cártel Jalisco, en la localidad de Nueva Italia, en el municipio de Múgica, Michoacán, ignorando que en la jerga de la comunidad de inteligencia si un representante del Estado reconoce que cuida a los delincuentes es interpretado, en automático, como una confesión de contubernio.
Según AMLO, lo anterior no refleja una humillación para el Ejército, ni la claudicación del Estado Mexicano frente a la criminalidad (un día antes el gobernador de Michoacán, Alfredo Martínez Bedolla, anunció que daría marcha atrás a la guerra contra la delincuencia, justo cuando el estado es el segundo con la mayor cifra de víctimas de homicidio doloso y feminicidio a nivel nacional en 2022); afirmó que se trata de una política distinta (a la del “mátalos en caliente”, de Felipe Calderón) y una actitud responsable de las agencias de seguridad a su cargo (a las que ha dado la instrucción de ser meros espectadores de la barbarie).
Toda vez que para AMLO el éxito de la estrategia de pacificación se mide en función del descenso del índice de letalidad de los operativos militares contra la delincuencia (la diferencia entre el número de personas heridas o detenidas, con respecto a las personas fallecidas) y no por la disminución de los asesinatos, que se cometen a diario a causa de diversos móviles, o por la detención de los homicidas. Sólo en 2019, casi 90% de los homicidios intencionales se mantuvieron impunes (Impunidad Cero: 2020, p. 20).
En esa tesitura, en la misma conferencia, al compás de una melodía interpretada a dúo por los Tigres del Norte (multados en 2017 por cantar narcocorridos en la capital de Chihuahua, por la entonces alcaldesa y hoy gobernadora María Eugenia Campos Galván) y Calle 13, el presidente celebró que entre 2019 y mayo de 2022, gracias a la estrategia de “abrazos no balazos”, habían perdido la vida sólo 838 civiles (entre presuntos delincuentes y civiles inocentes por daños colaterales) en operativos castrenses, en comparación a los tres mil 600 civiles abatidos por militares con Felipe Calderón.
Si bien con AMLO las fuerzas militares han “abatido” a menos delincuentes, en los primeros 40 meses de su gestión el país acumuló un saldo de 116 mil 103 víctimas por homicidio doloso y feminicidio (SESNSP, 2022). Es decir, a poco menos de tres años para finalizar su mandato, en efecto, hay menos criminales o civiles inocentes abatidos por soldados o marinos, pero casi el mismo número de asesinatos registrados en todo el sexenio de Felipe Calderón. En otras palabras, entre menos delincuentes persigue AMLO, la cifra de homicidios ha sido mayor en su gobierno que con el expresidente panista.
Por lo que a López Obrador no le ha quedado otro remedio que recurrir a la desgastada narrativa calderonista de responsabilizar a la delincuencia organizada por esta crisis humanitaria, sin reconocer la incapacidad de las instituciones para frenarla, empezando por detener y procesar a los agresores, a los que no quiere tocar ni con la punta de su pañuelo blanco, por estar convencido que al hacerlo agitaría el avispero y pondría en riesgo la vida de los asesinos, a los que prefiere cuidar y proteger por encima de los reclamos de justicia.
Una declaración que suena más a un subterfugio del presidente, para ocultar o evadir pactos de impunidad con los homicidas intelectuales (por ejemplo al ordenar la liberación de Ovidio Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, o saludar en su terruño a una de sus familiares), lo que derribaría por completo su falso discurso de que en su Presidencia no hay crímenes de Estado. En realidad ocurre lo contrario. Al reconstruir la pax narca, el presidente sólo ha incentivado la maquinaria de muerte comandada por los capos del narco, con el falso argumento de que se matan entre ellos en enfrentamientos, sin tocar a la población civil, metiendo en el mismo cajón otros móviles de homicidios relacionados con delitos de alto impacto social (asaltos, secuestros, violencia sexual, trata de mujeres, violencia política, represalias contra periodistas o ambientalistas por su labor profesional).
Dejar a un lado las acciones punitivas ha incrementado la popularidad del presidente y su partido (Morena) en los propios delincuentes y sus bases sociales (que en lugar de compactarse por los programas de bienestar de AMLO, se han agigantado por la crisis económica), que no dudarán en promover el voto en los estados y municipios que controlan en favor de Morena, a cambio de protección institucional.
A diferencia de Felipe Calderón o Enrique Peña, que no pudieron evitar que sus partidos quedaran relegados del poder, López Obrador sabe que en medio de una economía ilegal que avanza a pasos acelerados, combatir a la delincuencia es altamente impopular y poco rentable electoralmente, por lo que retiró esa tarea a los militares, dejando que los delincuentes lleven a cabo operaciones sistemáticas de limpieza social hasta que las bandas más fuertes devoren a los más débiles, a las que no cuenten con el respaldo de la autoridad federal o que tengan protección de gobiernos de otro partido, de tal manera que se restablezca la hegemonía de un cártel en cada región, como vía para recuperar la paz en los territorios bajo su control. Algo que pretende apalancar sumando más gobiernos estatales para Morena en las elecciones de 2022 y 2023.
En la persecución del delito, la omisión es prima hermana de la complicidad. La guerra contra el narco mantiene su lúgubre marcha y al cuidar a los asesinos AMLO es corresponsable del conflicto y de las vidas perdidas. Al presidente le tiene sin cuidado derruir la alianza del poder político con el criminal que existía con Peña o Calderón, en la medida que su verdadero interés ha consistido en apoderarse de esos acuerdos y aprovecharlos electoralmente