Adolfo Flores Fragoso /
Los Santos Cristos y otras imágenes del siglo XVI de la Nueva España, eran elaboradas con caña seca de maíz.
“Cogen la caña de maíz y le sacan el corazón, es a modo el corazón de la cañeja (la parte más cercana del tallo a la raíz de la milpa), pero más delicado, y moliéndolo se hace una pasta con un género de engrudo que ellos llaman tatsingueni (al modo tarasco)”, revela en cierto escrito un sacerdote de apellido La Rea, escasamente convocado por historiadores.
Estas esculturas fueron muy difundidas en la segunda mitad del siglo XVIII, especialmente en la Puebla de los Ángeles.
Acariciar el rostro de estas imágenes generaba una excitación entre lo espiritual y lo profano.
O más.
En Puebla, José Antonio Villegas de Cora, y Zacarías Cora, fueron exquisitos, deliciosos escultores de estas venerables obras.
En cierta obra escrita, y con puntualidad, el marqués de San Francisco describe al detalle aquellas sensaciones de tocar la piel de una madera elaborada a partir de una caña.
Brillante, suave, excitante, perturbadora.
Expuestamente muy excitante, pese a no orarles.
Para contar con una idea de lo que comparto en este artículo, el marqués de Jaral de Berrín reconoció que la sensación al tocarlas es poco a lo que “siente un sentimiento”.
Sor Juana lo describió alguna vez.
La beata Catarina de San Juán, también.
Pocos los saben, pero el tabernáculo de la basílica catedral de Puebla está sabiamente inundado de pasión, aspiración de los Cora, y un tal Sandoval.
Patiño Ixtolinque realizó obras más atrevidas de vírgenes para templos poblanos.
Pero ésas, esas son otras historias que serán publicadas cuando yo muera.
Ya ves: hay buenas conciencias que se incomodan.
Las buenas conciencias…