Iván Mercado
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Ya plantados frente a un escenario profundamente peligroso y con proyecciones que prometen graves cifras de nuevos contagios, de hospitales saturados, de enfermos sin poder ser atendidos y de inevitables muertes por los elevadísimos niveles de movilidad social que registra el país en los últimos dos meses, el presidente Andrés Manuel López Obrador sale al paso de un escenario que parece inevitable y le receta a los mexicanos su propuesta de 10 acciones y buenas intenciones que pueden seguir (porque están en la libertad de no hacerlo) para evitar la crisis más severa de una pandemia que, lejos de ceder y estar controlada, se multiplica con mayor velocidad.
No es la primera vez que el mandatario se abre paso entre la tragedia nacional para presentar lo que, desde su muy particular punto de vista, puede ser una solución. En febrero pasado también presentó a los mexicanos un decálogo para terminar con la tragedia social que significa ser mexicana, dados los históricos niveles de violencia que se registran en contra de ellas en este México machista.
En junio pasado, en plena crisis de la peor pandemia a la que nos hemos enfrentado los mexicanos, el ejecutivo también salió a la opinión pública y mostró el decálogo para salir de la curva sanitaria por la COVID-19 y hacerle frente a la nueva normalidad.
En ese discurso de ideas y buenas intenciones, el presidente destacó la necesidad de mantenerse informado de las recomendaciones, pero actuar con independencia, criterio y responsabilidad. También exhortó a mantener un buen estado de animo, a dar la espalda al “egoísmo” y dar paso a la solidaridad, a alejarse del “consumismo”, a alimentarse bien, a hacer ejercicio, a respetar y cuidar a la naturaleza y a buscar el camino de la “espiritualidad” para poder amar verdaderamente a los seres queridos, al prójimo y a la patria.
No, no es la primera vez que la ideología se trata de imponer a la peligrosa realidad que acecha de manera inevitable a 127 millones de mexicanos. Pocos en un juicio claro y equilibrado, pueden cuestionar las propuestas del mandatario mexicanos para alcanzar una nación justa y feliz, para tener ese país ideal en la faz de la tierra.
El grave dilema es que ese México que muchos anhelamos y compartimos con Andrés Manuel, simple y sencillamente no existe y nunca ha existido.
La terca e impertinente realidad, de la que he escrito en ocasiones anteriores, nos vuelve a abofetear con terribles proyecciones que se van construyendo día a día, mientras millones sueñan con un México irreal que exige de acciones inmediatas para evitar en lo posible, una tragedia histórica, tan solo en materia de salud.
La dirección y el errático manejo que en nuestro país se le ha dado a la pandemia desde sus inicios tiene números “catastróficos”, según las propias proyecciones hechas por el responsable directo de esta crítica historia.
México se mantiene en la cuarta posición de la tabla mundial de países con mayor número de muertes, con 110 mil decesos y como número 12 en la lista de naciones con mayor número de contagios, con 1 millón 169 mil mexicanas y mexicanos contagiados.
Así, y aún con esta realidad que nos es restregada todos los días en la cara, las buenas intenciones siguen pesando más que las acciones responsables que deben ser tomadas y ordenadas desde una visión estadista, una donde el “amor” que se propone a la población como un mero idealismo se demuestre anteponiendo el bien común de una nación entera a un mero proyecto político, que ve a la terrible pandemia como una oportunidad que le cae “como anillo al dedo”.
Los números crecientes y las proyecciones anunciadas con mucha antelación por instituciones académicas internacionales, confirman que México se perfila a una catástrofe sanitaria por moverse con muy poca seriedad como un país sin responsabilidad ni acciones elementales de control.
En este contexto de acelerado incremento de contagios, de índices de positividad crecientes, de hospitales saturados por mexicanos infectados y de miles de mexicanas y mexicanos muertos, las autoridades tienen claro que este diciembre agravará aún más el destino que potencialmente vivirán millones de mexicanos incautos, que aun sueñan con un país y una realidad que todos deseamos, pero que no existe.
Ante ello, el presidente reitera que no es partidario de medidas coercitivas, como las prohibiciones o los toques de queda, y entonces lanza su decálogo para evitar la propagación de la pandemia durante el último mes del año, para lo que pidió –eso sí– “todo el apoyo de la gente”, en especial de los millones de mexicanos radicados en la capital del país que, sin duda, es el principal bastión político de este movimiento de cuarta transformación.
En esta, su más reciente propuesta, el mandatario parece acceder a las insistencias de los científicos y les concede salir a la palestra, plantear una serie de recomendaciones elementales para tratar de contener una acelerada propagación de casos positivos al SARS-CoV-2.
Las recomendaciones son las mismas que han girados los científicos y autoridades sanitarias del mundo desde hace meses, sólo que puestas en su muy particular lenguaje: “No salir a la calle si no hay nada verdaderamente importante que hacer, guardar la sana distancia, comunicarnos por teléfono o video llamadas con los seres queridos, no hacer fiestas ni reuniones con familiares y amigos, estar sólo con los que habitan la misma casa”.
Y en casos más graves: “Hablar de inmediato a las instancias médicas para recibir atención profesional, hacerse la prueba aquellos que presenten síntomas propios de la enfermedad…”
Por supuesto, igual que en la década de los 80, el Ejecutivo también recetó a los mexicanos: “Dejar de lado los regalos (esos gestos propios de la temporada, que también se conocen como consumo interno y que hoy como nunca sirven para reactivar de manera elemental una economía tan comprometida como la de México), regala afecto, no lo compres…”, sentenció el mandatario.
Para cerrar el mensaje, el presidente insistió una vez más que “nada material es más importante que la vida” y en ese elemental planteamiento, tiene absoluta razón, siempre la vida es primero, aunque en todo su mensaje haya omitido el estratégico y, hasta ahora, elemento de mayor eficacia para no enfermar: el uso de cubrebocas.
El Instituto de Métricas y Evaluación de Salud de la Universidad de Washington proyecta que para la primera semana de enero en México la cifra de muertos llegaría a 138 mil 828 personas y se dispara aún más al término del periodo invernal.
En medio de todo este dramático pronóstico y de toda esta dolorosa realidad, los anuncios de una inminente llegada de las vacunas “salvadoras” a nuestro país se han tornado en una serie de anuncios que, lejos de ayudar, han agravado los escenarios entre una población que pareciera ha decidido relajarse en lugar de dudar de los políticos y cuidarse aún más.
El costo que pagaremos los mexicanos será indiscutiblemente muy alto, porque no sólo será la factura de la pandemia por COVID-19 la que se habrá de pagar. Silenciosamente van creciendo con singular rapidez, las otras muchas enfermedades crónicas que comenzarán a reclamar la vida de cientos de miles de mexicanos que hoy no son atendidos, ni revisados y mucho menos curados.
En la peor pandemia de nuestra historia moderna y contemporánea, los políticos se han impuesto a la ciencia y a la ética; en medio han quedado atrapados millones de mexicanos incautos que siguen soñando con un México justo y feliz, que todos deseamos pero que, sencillamente, no existe.