Rubén Salazar / Director de Etellekt
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Sin duda, en estos primeros cuatro años de la autollamada cuarta transformación (que este domingo “festejará” en el zócalo de la capital la construcción de un país idílico, que sólo perciben el presidente y sus acólitos como una pareidolia), vivimos momentos estelares, pero en materia de violencia.
Nadie está a salvo de ser víctima de algún delito, ni siquiera las autoridades por las que votamos encargadas de brindarnos seguridad. Esta vez tocó el turno a Crispín Hernández Vásquez, alcalde electo de San Pedro Mixtepec (Distrito 26), Oaxaca, quien obtuvo el cargo mediante el sistema normativo indígena, asesinado la madrugada del jueves a balazos mientras se dirigía a su trabajo en un kínder, en donde laboraba como conserje.
De acuerdo con datos de la consultora Etellekt, con él, 61 ediles propietarios han perdido la vida en hechos violentos durante el actual sexenio, entre ellos había 19 presidentes municipales, 31 regidores y 11 síndicos. La incidencia ya es 27% mayor a la registrada en todo el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa y puede incrementarse conforme se aproxime la elección presidencial de 2024, si tomamos en cuenta que sólo entre 2017 y 2018, en pleno proceso electoral federal en el que Andrés Manuel López Obrador resultó electo presidente, asesinaron a 52 ediles, algo no visto en los procesos electorales federales que datan desde 2000, si lo comparamos por ejemplo con los 16 ediles asesinados en el periodo 2011-2012, en el que se desarrollaron los comicios que llevaron a la presidencia al priísta Enrique Peña Nieto.
De manera recurrente, AMLO presume haber llegado al poder sin que su movimiento o adversarios rompieran una sola ventana, lo que es totalmente cuestionable, por decir lo menos. Los cambios políticos recientes en México no pueden desligarse ni entenderse sin tomar en cuenta esta racha de atentados hacia autoridades electas del nivel municipal, quienes también operan electoralmente como jefe políticos de sus localidades para impulsar a candidatos de sus partidos que aspiran a diversos puestos de los tres niveles de gobierno, incluyendo el de presidente de la República.
No por nada, en los últimos 22 años, han sido asesinados en México un total de 227 ediles titulares: 95 alcaldes, 100 regidores y 32 síndicos (Etellekt, 2022). Un recuento histórico que expone la vulnerabilidad que enfrentan estas autoridades electas en medio de las disputas políticas que tienen lugar antes, durante e incluso después de las elecciones.
Coincido en que la seguridad debe planificarse desde lo local como una alternativa a las visiones centralistas de prevención del delito (ancladas en la actualidad en la presencia disuasiva de elementos militares, igual de frágiles ante el poder de fuego de la delincuencia, como lo vimos el mismo jueves con el asesinato del general José Silvestre Urzúa, coordinador de la Guardia Nacional en Zacatecas), pero me pregunto, ¿cómo podrán los ediles hacerse corresponsables de salvaguardar a la ciudadanía, si muchos de ellos no son capaces de proteger su propia integridad?
Ser alcalde, síndico o regidor representa una actividad de alto riesgo, pero no en todos los casos. Por ejemplo, los 227 asesinatos dirigidos a ediles se produjeron en 26 entidades (con excepción de Aguascalientes, Baja California Sur, Ciudad de México, Campeche, Nayarit y Querétaro, hasta ahora, impermeables a estos magnicidios) y 195 municipios de los 2 mil 471 que componen la República (8% del total).
Sin embargo, en estas 195 ciudades sólo figuran dos de las 31 capitales y 16 demarcaciones de Ciudad de México, debido al asesinato de dos regidores que pertenecían a los ayuntamientos de Tijuana, Baja California (2011), y Centro, Tabasco (2016), este último previamente secuestrado en un viaje que hizo a Jalisco y hallado sin vida más tarde, con señales de tortura, en el estado vecino de Nayarit.
En su gran mayoría, las víctimas gobernaban municipios del ámbito rural que enfrentan una severa debilidad institucional, que en muchos casos no cuentan con una policía local o acaso poseen policías compuestas por no más de cinco elementos en sus filas. Algo que ha sido denunciado por algunos alcaldes a los pocos días de asumir sus puestos, uno de ellos el presidente municipal de Aguililla, Michoacán, César Arturo Valencia Caballero, asesinado en marzo de este año tras salir de una reunión de seguridad con autoridades estatales y federales que llegaron a reforzar la vigilancia de la ciudad, aunque no la del alcalde.
Una tónica que prevalece desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico, a la que han sido alineados a la fuerza los gobiernos municipales por la autoridad federal en los últimos tres sexenios, lanzándolos al ruedo sin dotarlos de las capacidades institucionales para resguardarse a sí mismas ante las ineludibles represalias de la delincuencia a las que quedaban expuestos. La indiferencia de las autoridades federales o estatales sobre la terrible suerte que corren los ediles, atrapados en una guerra en la que son el eslabón más débil del Estado mexicano, puede estar alimentada por las sospechas de los vínculos que éstos sostienen con la delincuencia, lo que empeora cuando emanan de partidos opositores, quienes son el principal blanco de estos ataques. Un patrón que alcanzó una cúspide en el actual sexenio, como no se veía en la historia.
Basta un dato para reflejarlo: de los 19 alcaldes asesinados desde que AMLO asumió la presidencia, 79% eran opositores a los gobernadores (quienes despliegan sus propias estrategias de combate a la delincuencia, a contracorriente de la Federación, muy probablemente supeditadas a los propios pactos que establecen con los grupos hegemónicos del crimen a los que protegen en sus entidades), responsables a su vez de nombrar a los fiscales generales encargados de investigar estos homicidios contra políticos, que en su mayoría continúan impunes.
¿Qué les depara a los actuales ediles de cara a 2024, con Morena gobernando –junto a sus aliados–22 entidades federativas, pero no más de 20% del total de municipios?
¿Cuántos ediles más corren peligro si AMLO avanza en su proyecto de restaurar al régimen de partido hegemónico?