Por: Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
“Comienza la batalla campal. Es el fútbol: el juego del Hombre”, iniciaba así sus narraciones Ángel Fernández.
De vivir en este siglo, el comentarista, cronista y escritor –y maestro titulado en la cumbia–, ya hubiera sido martirizado y crucificado por las buenas conciencias “liberales” sexistas y antifutboleras.
Pero ya no vive entre los mortales.
Hoy sólo es un cronista deportivo inmortal.
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Cada encuentro entre los Tiburones de Veracruz y La Franja era un vertedero de sangre en los años 70, en el Cuauhtémoc.
Nadie me lo contó: lo viví en la esquina del córner noreste, zona Sol.
Al igual que en el orgullosamente jarocho estadio Luis Pirata Fuente.
Escenas que fueron recurrentes hasta el año 2016.
Las barras bravas no creen en la compasión.
Ni en el fútbol razonado.
Igual rompían el cráneo de un niño que de un anciano o un policía, destrozados a palos con el indiferente orgullo fanático de las porras del otro equipo.
Es el juego del Hombre.
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Al término de cierto partido dominical (Puebla contra América), Javier López Díaz y este reportero hicimos la “vaquita” y nos lanzamos a los mariscos del mercado La Victoria.
El convidado: Ángel Fernández.
“¿De dónde le salen tantas ideas y apodos?”, le preguntamos.
“Todo lo puede un par de bacardís con dos espinas de limón, y una coca cola disparada desde el manchón del penal”, respondió rompiendo una leyenda urbana, la que en alguna noche de caballos y alfiles tal vez tenga el instinto de escribir.
Nacho Tréllez y Fernando Marcos fueron nuestros personajes de contención en aquella conversación.
Sus maestros.
“No sé por qué les dicen maestros… sólo son sabios y famosos”, dijo previo a una bien esculpida carcajada.
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El 30 de abril de 1994, quince fanáticos argentinos del Boca Juniors emboscaron a dos miembros de la barra del River, después de un merecido triunfo del Plate.
Uno murió por disparos sobre su cráneo.
Al segundo lo apalearon y fue sometido dos ocasiones bajo las llantas del autobús donde iba la porra del Boca.
Después de 28 años, no hay responsables, detenidos ni procesados.
“¿Cómo es posible que un Chiva pueda sentarse y conversar en la misma tribuna, en el mismo bar con un americanista? Ustedes, los mexicanos, son unos pervertidos”, cuenta (en su libro Dios es redondo) el escritor Juan Villoro que así le espetó un argentino
La vida sigue.
La muerte, también.
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¿Recuerdas la tragedia del túnel 29 del Estadio Universitario de los Pumas?
La final UNAM contra América. Domingo 26 de mayo de 1985.
Y al día siguiente, la fotografía (de Notimex) de la portada más horrible difundida por todos los medios impresos mexicanos.
Nadie desea llevar en los brazos a un hijo muerto después de una trifulca.
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Los estadios de fútbol son espacios abiertos.
Canchas.
Pasto donde nos hincamos, respiramos para oler humedad, pasto y sexo.
Quien lo ignore, nunca ha pisado un coliseo.
Vaya frustración.
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Vivimos un tiempo de carencia de amor.
A eso le dicen y nombran frustración.
No es soledad.
Es ausencia.
Ausencias.
Es la frustración derivada de ausencias.
Leer en soledad este texto es, en parte, una frustración.
“Vivo sin vivir”, cantaría Juan Gabriel.
“La frustración es una fuga, una renuncia para agredir tu vida”, escribió Schopenhauer.
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Si tienes la necesidad de rezar, reza.
Ora ahora.
Ora.
La vida es un juego bendecido. Quién sabe.
El juego del Hombre.