Iván Mercado / @ivanmercadonews FB IvánMercado
Es brutalmente cierto cuando los médicos y especialistas afirman que la epidemia nunca se ha ido y que somos los humanos, con nuestra memoria blandengue y la irresponsabilidad a flor de piel, los que estamos provocando una tragedia mayúscula en nuestras propias familias y en nuestro entorno laboral y social.
Tres de cada 10 contagios de COVID-19, registrados en este país desde que comenzó la pandemia, ocurrieron en los últimos 55 días.
En otras palabras, del millón 100 mil casos positivos que reportan las autoridades federales en México, 300 mil se registraron durante octubre y noviembre, lo que revela claramente que todos hemos bajado la guardia justo en la etapa más peligrosa, debido a que se acerca el inverno y, con él, todas las enfermedades estacionales como la influenza y otras igual de riesgosas para los sectores vulnerables.
Incluso quienes estamos al frente de un micrófono, una cámara o una computadora informando diariamente sobre la necesidad de “no bajar la guardia”, nos hemos ido relajando al paso de los días, las semanas y los meses.
Seguramente es esa nefasta capacidad de adaptación que tenemos los seres humanos a los entornos que nos envuelven a diario, la que nos hace perder el miedo y olvidar por instantes el enorme riesgo que desde hace casi un año existe en todo el planeta para la especie humana.
En lo personal, durante los últimos ocho meses debo haber repetido junto con mis compañeros en la radio, en la televisión y en las redes sociales, por lo menos en 4 mil ocasiones diferentes el mismo llamado: “Por favor, no bajemos la guardia”, “use su cubrebocas correctamente”, “marque una sana distancia en cualquier espacio público”, “lávese las manos constantemente” y de ser posible, “evite salir de casa”.
Está claro que por llamados a la responsabilidad colectiva no hemos parado desde los diferentes espacios de los medios de comunicación.
Está claro, también, que no importa cuántas precauciones tomes a diario para evitar la tremenda experiencia de confirmar que seas positivo de COVID-19, porque la enfermedad puede llegar en cualquier momento.
El virus está cada vez más cerca de cada uno de nosotros, por lo tanto, estamos obligados no solo a ser responsables con nosotros mismos y con los seres más cercanos, todos, absolutamente todos, estamos llamados a reaccionar de manera inmediata y revisar enérgicamente nuestras medidas personales de disciplina, de responsabilidad, de higiene, de hábitos, de precaución, de información, de convivencia y de atención a este problema de salud pública, porque en cuestión de días, puede cambiar literalmente el rumbo en la vida de cada uno de nosotros y de los seres humanos que amamos y con los que por necesidad convivimos.
La experiencia de someterte a una, dos o tres pruebas para verificar una potencial positividad al virus del COVID-19 no resta en ningún momento la indeseable incertidumbre y hasta miedo a enfrentar un resultado positivo y con ello a una batalla por la vida.
Sin embargo, esa es una circunstancia con la que tenemos que aprender a existir los seres humanos mientras no haya una verdadera solución científica que sea capaz de inmunizar del virus a los de nuestra especie.
Lo grave, es el nivel de indefensión en el que vivimos todos, lo peligroso es el nivel de indiferencia o resignación que muestran millones de personas que aún sabiendo la dimensión del problema que nos envuelve a todos, no hacen algo, por lo menos lo elemental para cuidarse a ellos mismos.
Igual de grave es la perversidad de algunos políticos que sabiendo perfectamente que este es un reto sin fecha de caducidad, son capaces de manipular la información pública y los escenarios futuros haciendo anuncios sensacionalistas sobre la “próxima llegada de una vacuna” que comenzará a proteger a la población abierta del coronavirus.
Lo imperdonable es la estupidez extrema que con orgullo absurdo muestran algunos nefastos personajes de la vida pública, quienes son capaces de ir más allá y desafiar los protocolos establecidos con muchas dificultades gracias a un cúmulo de mensajes equivocados que desde la máxima responsabilidad se han enviado a los mexicanos.
Sus frases de “Me quieren amordazado”, “el uso del cubrebocas da una falsa sensación de seguridad”, “nosotros no caeremos en la tentación de condicionar las libertades del pueblo bueno y sabio…” son, sin duda, un reflejo de su mentalidad e intenciones.
Sin embargo, también son un peligroso riesgo al convertirse de inmediato, en un llamado a la irresponsabilidad, a una actitud que puede seguir causando miles de muertes en un país dividido y donde la enfermedad es vista como una mera oportunidad política.
Por fortuna, en la clase gobernante no solo de México, sino del mundo entero, son cada vez más las autoridades que han comprendido que no hay forma de poder sacar ventaja de esta desgracia mundial, por tanto, ya muestran un cambio en el manejo irresponsable y perverso de la pandemia.
El tiempo, las cifras, los costos sociales y económicos, pero sobre todo las dramáticas proyecciones de una realidad que tendrá consecuencias muy graves, pasarán la factura a todos, pero en especial a las autoridades, quienes serán juzgados inevitablemente por esto.
Lo han calculado y lo saben ya.
El invierno 2020-2021 se acerca peligrosamente a nosotros con las dramáticas consecuencias proyectadas para los seres humanos.
En México la pandemia se ha acelerado en su índice de positividad y contagios en por lo menos 20 estados donde comienzan a experimentar los primeros signos de la sindemia que representan la influenza y COVID-19 juntos.
Los difíciles escenarios están calculados ya para un 2021 que será mucho más letal de lo que ha sido este difícil año que estamos por terminar.
Las autoridades mundiales responsables de la salud de nuestra especie lo saben, lo han transmitido a los responsables de cada país, sin embargo, esa “muy delicada” información no ha permeado con la seriedad e intensidad a que tienen derecho los habitantes de cada país.
La tentación de considerar a los habitantes como seres ignorantes capaces de no saber qué hacer con la verdad, lleva todavía a muchos gobernantes a guardar un silencio cómplice y en extremo a manipular la verdad generando falsas esperanzas de una vacuna “salvadora”.
No es así y muy probablemente no lo será en varios años, los gobernantes los saben perfectamente, y eso nos deja expuestos a una sola realidad: La epidemia va ganando terreno en una sociedad que por resignación o por distracción, está bajando la guardia y permitiendo más y más contagios.
Es incuestionable y tenemos que aceptarlo para tomar medidas extremas, el virus está cada vez más cerca de cada uno de nosotros.
Es tiempo de tomar acciones inéditas para evitar una tragedia histórica y estas acciones de llevarse a cabo, llegarán solo de una población informada y decidida a defender su salud.