Por: Adolfo Flores Fragoso/ [email protected]
A casi 26 años del reinicio de la actividad eruptiva del Popocatépetl, retorna la duda: ¿dónde reubicar a los desplazados en caso de que hoy fuera la esperada gran erupción que forzara el desalojo de los habitantes de las comunidades en riesgo?
Habría que considerar el nuevo escenario de sana distancia, alta probabilidad de contagios de COVID-19, servicios sanitizados de alimentación y de salud por tiempo indefinido… En fin.
En este escenario catastrofista y recordando el sismo de hace 21 años: ¿a dónde desplazar a la gente que perdiera sus viviendas por un sismo de gran magnitud por estas mismas fechas y que afectara a Puebla y otras tres entidades federativas, con el escenario ya expuesto, incluyendo además cientos de probables heridos? Michael Lewis escribe en su libro El quinto riesgo: “la gestión del riesgo, la mayoría de las veces, inunda a las burocracias de una manera vertiginosa pues los escenarios fatales nunca son apreciados en su totalidad y mucho menos anticipadamente vinculados, cuando por lo menos dos riesgos pueden presentarse a la vez”.
Lewis recuerda que toda acción pública es ejercida desde el oscuro mundo del riesgo. Es así que si un gobernante actúa con probabilidades de uno a 50 de que aparezca una grave crisis que afecte a sus gobernados, superando todas expectativas, pero estos niveles catastrofistas esperados al final no llegan, en el próximo escenario preventivo deberá trabajar en función de una probabilidad de uno a cinco para establecer un alerta aún más segura, y no al revés.
“Lo más probable es que nadie le reconozca sus previsiones anteriores pues la catástrofe nunca se dio. Pero habrá actuado como un inteligente gestor de riesgos”, asegura el periodista y escritor estadounidense.
“Sin embargo, –advierte– si ese mismo mandatario toma la calamidad de lo razonablemente improbable a lo irracionalmente no probable (para él), estará exponiendo a un daño terrible a la gente que gobierna.”
De hecho, hay riesgos que son fáciles de prever y gestionar: un huracán, una manifestación que termina en vandalismo, una crisis financiera.
En cambio, un evento natural totalmente impredecible o una epidemia que se expande por factores relacionados con una mala educación, con diferentes reacciones psicológicas, y con el desconocimiento de sus antecedentes antropológicos y sociológicos, son calamidades que exigen un previo y profundo “razonamiento de lo improbable”.
En un editorial del New York Times, recién iniciada la pandemia en los Estados Unidos, advertían que “la única forma de administrar riesgos de manera efectiva es administrar el gobierno de manera efectiva.
Pero Trump nunca ha pretendido hacer eso, o querer hacerlo. Esto a veces puede confundirse con una ideología conservadora, pero se entiende más apropiadamente como una postura de desinterés y de protagonismo personal”.
Sin diferencia de colores políticos, nuestros gobernantes en México regularmente también terminan por evadir su responsabilidad como administradores de riesgos convirtiéndose, más bien y al más puro estilo Trump, en gestores de sus propios “dramas”.