Lesly Mellado May
En enero de 2020 el titular de la SEP en Puebla, Melitón Lozano, delineaba el objetivo de la administración estatal que apenas iniciaba: “El fin de la educación es formar ciudadanía para la transformación”.
Siete meses después en medio del cierre de escuelas por la crisis del COVID-19, el secretario general de la ONU, António Guterres, emitió una sentencia que pereciera de muerte:
“Nos enfrentamos a una crisis generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas”.
La sentencia es para todos los países, aunque habrá matices en el impacto negativo dependiendo de la solidez de sus sistemas educativos.
¿Qué significará para Puebla ir hacia atrás varias décadas? Sin duda el primer impacto será en la cobertura. Las cifras oficiales más recientes indican que en la entidad poblana sólo en primaria la cobertura es prácticamente universal con el 99%; para preescolar es del 77.8% y para secundaria el 87.6%.
Las proyecciones de la ONU indican que casi 24 millones de estudiantes desde primaria hasta universidad podrían abandonar las clases a causa del impacto económico de la crisis sanitaria en el mundo.
Aún no hay estimaciones locales, pero de manera cotidiana nos enteramos de la migración de unos niños hacia la economía informal, y otros, de colegios privados a públicos.
En materia educativa en México la directriz es nacional y poco alentadora. Vimos al presidente Andrés Manuel López Obrador anunciar el regreso a clases junto a los dueños de las cadenas televisivas más importantes del país, pero con ausencia de estudiantes, maestros, sindicatos, investigadores y padres de familia.
El programa que presentaron fue general y la SEP no ha difundido mayores detalles de lo que tendremos que vivir a partir del 24 de agosto.
La ONU como muchos gobiernos confiesa que habrá que resolver la disyuntiva: qué hace más daño abrir o cerrar escuelas; y recomienda priorizar la educación en las decisiones presupuestales, que las iniciativas de educación lleguen a quienes corren mayor riesgo de quedarse atrás, e invertir en la alfabetización y la infraestructura digitales.
Al final será el empeño personal de alumnos, maestros y padres los que permitan esquivar el negro panorama que ha pintado el organismo internacional.