Es de justicia reconocer que el gobierno federal ha hecho un gran esfuerzo para cumplir el objetivo de iniciar el próximo ciclo escolar el 24 de agosto, así sea mediante clases a distancia debido a que no ceden los efectos de la pandemia de COVID-19.
En virtud de que no habrá clases presenciales en ninguna escuela del país hasta que el semáforo epidemiológico se encuentre en verde, se estima que al menos todo el semestre escolar prevalecerá esta modalidad, de otra forma habría que ir pensando en una estrategia más amplia y de mucho mayor alcance.
Y es que el plan dado a conocer esta semana si bien tiene sus bondades, de ninguna manera sería sostenible a mediano y largo plazo por las implicaciones que tendría, no sólo pedagógicas sino también de carácter social.
Como todo gran proyecto, y más cuando es diseñado con la premura que las actuales circunstancias obligan, hay en el anuncio de la SEP puntos a favor y otros que deberían ponderarse con la mayor cautela y pertinencia.
En ese contraste, por lo pronto debe ser valorado el inédito acuerdo que se logró con las principales cadenas de televisión, mediante el cual será posible la impartición de clases virtuales para 30 millones de niños y adolescentes del país, a través de seis canales de señal abierta.
A este propósito, se han sumado Televisa, Televisión Azteca y los grupos corporativos Imagen y Multimedios, a los que se añaden, como en el caso de Puebla, los sistemas estatales de radio y televisión.
Con su apoyo, se prevé sostener la impartición de clases en los 16 años académicos existentes, para lo cual se producirán y transmitirán más de 4 mil 500 programas de televisión y 640 de radio, en horarios de las 8:00 de la mañana a las 7:00 de la noche.
La cobertura dual de la televisión y la radio permitirá llegar prácticamente a todo el país, además que habrá conectividad permanente a través del internet.
Se informó también que habrá un periodo de evaluación a los alumnos, aunque no se explicaron las formas, y que los nuevos libros de texto gratuito serán entregados durante los días subsecuentes con el apoyo del Ejército Mexicano.
Hasta aquí, todo suena bien.
Niños y jóvenes del país entero permanecerán en sus casas y desde ahí seguirán sus clases, pero es indiscutible que ello modificará sustancialmente la dinámica familiar, y ahí empiezan los bemoles, más aun en los casos donde hay dos o más escolares.
Ello implicaría toda una logística para definir y acondicionar lugares, horarios, uso de equipos y toda una serie de nuevas rutinas que obligan mucha colaboración para mantener el control y la disciplina dentro del hogar.
A partir de ahí son muchas preguntas que irremediablemente se deben plantear, por ejemplo, ¿qué hacer con los padres que tienen que salir a trabajar y se ausentan de casa durante casi todo el día?
¿Y en los casos de las madres solteras que también trabajan?
Los padres de bajo nivel educativo, ¿cómo podrán apoyar a sus hijos en su proceso de aprendizaje?
Para quienes seguirán las clases por televisión o la radio, ¿cómo resolverán sus dudas?, ¿a quién le preguntarán
¿Y las tareas?
¿Qué pasará con el millón de niños del programa tiempo completo que recibían desayunos escolares?
¿Y la obligada convivencia de niños y jóvenes con sus compañeros de escuela?
¿Y las actividades recreativas, de deporte o las clases de laboratorio?
Bajo este nuevo esquema, ¿los estudiantes aprenderán a aprender?
Y aún más: ¿los profesores están capacitados para dar clases por televisión y radio?
¿Cómo podrán evaluar el desempeño de sus alumnos?
¿Cómo harán el indispensable proceso de retroalimentación?
Los contenidos de las múltiples disciplinas ahora disponibles ¿están adaptados para esta modalidad?
¿Cómo evitarán la posible deserción escolar?
E incluso, ¿qué harán con los profesores de la CNTE, que ya mostraron inconformidad por esta propuesta educativa?
Todas esas dudas y muchas más, a dos semanas que comiencen las clases, se convierten en retos y son, al mismo tiempo, señales de advertencia porque desafortunadamente la pandemia –así lo reconoció esta semana la OMS– va todavía para largo.
Son complejos y diversos los desafíos por delante y si bien se está haciendo lo más que se puede, que es bastante, no está por demás asumir una visión de largo plazo para conformar una propuesta integral mucho más robusta y pertinente.
No se trata de desdeñar las acciones que se han previsto, pues en realidad son una buena opción entre las pocas alternativas disponibles en esta difícil coyuntura que por igual están afrontando muchos países, según lo reconoció en la víspera el secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien dijo que la pandemia ha provocado la mayor paralización de la historia y el cierre de escuelas en más de 160 países.
Como resultado –afirmó– “el mundo enfrenta una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, socavar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades enquistadas”.
En este contexto debe asumirse que, al menos por ahora, la educación está en alto riesgo, con lo que ello implica, y eso exige todas las previsiones por lo que pudiera ocurrir en el futuro inmediato y la pronta configuración de medidas visionarias y sumamente inteligentes.