Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Este lunes 30 de agosto quedará marcado como una fecha en la que la sociedad mexicana emprendió el doloroso proceso del aprendizaje, responsabilidad y conciencia colectiva. Y es que desde hoy vuelven a las aulas de forma “híbrida”, varios millones de estudiantes de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato.
«La gran interrogante es: ¿cuántos contagios y muertes podría provocar un necesario, pero mal planeado regreso a clases?”
Sin embargo, nadie, ni la propia autoridad federal, conoce el número aproximado de escolares que, a pesar de estar inscritos, se presentarán físicamente a las escuelas para intentar sacar adelante un incierto ciclo escolar amenazado por una pandemia que ha encontrado en este país tierra fértil para su propagación.
Las autoridades federales publicaron en el Diario Oficial de la Federación un acuerdo mediante el cual se establece que padres y madres de familia o tutores decidirán de manera voluntaria si optan por llevar o no a sus hijos a las aulas, sin embargo, también quedó establecido que independientemente de la determinación, el proceso de inscripción deberá cumplirse como un derecho constitucional para los niños y jóvenes mexicanos.
No obstante, aún antes de iniciar el ciclo escolar más complejo de las últimas décadas se estima que en este 2021 hay más de 5.2 millones de estudiantes que no fueron inscritos para continuar con su preparación académica.
El drama de esta factura social encuentra en la pandemia por la COVID-19 y en la pobreza, las dos razones más importantes para condenar el futuro de estos infantes.
De esta cantidad de escolares que no tendrán la oportunidad de continuar con sus estudios, 3 millones son niñas y niños menores de 12 años de edad que verán truncada su formación aún antes de terminar la primaria.
Siete de cada 10 menores estarían en posibilidad de iniciar su ciclo escolar, sin embargo, 2 de cada 10 no volverán de manera definitiva (por lo menos en el ciclo que comienza justo este Lunes), el 10% restante simplemente no fue inscrito.
Aunado a todos estos datos, la encuesta COVID realizada por el Inegi reveló que son las niñas y niños de primaria los más interesados en volver a su dinámica escolar. Los más apáticos fueron los jóvenes de entre 15 y 18 años ubicados en el periodo de educación media superior, quienes dijeron no ver la conveniencia de continuar con su formación académica.
En este contexto, las autoridades han convocado a no propiciar las condiciones idóneas para crear una “generación perdida”, sin embargo, la decisión de mandar a los hijos a prepararse a costa de su salud, e incluso de su vida, se le ha delegado a cada familia, a cada hogar de esta confundida y desprotegida sociedad.
Los mexicanos en este momento estamos atrapados entre la peor enfermedad del último siglo, la crisis económica mas severa de los últimos 50 años, la descomposición y división social de nuestra historia y las autoridades mas indiferentes e ineficaces.
Aun hoy, no hay información suficiente, no hay protocolos confiables, no hay orientación específica y, sobre todo, no hay lineamientos firmes que marquen un derrotero claro ante un potencial brote de positivos en una, 15 o 200 escuelas del país. Regresaremos a clases dando literales “palos de ciego”.
Maestros y padres de familia aprenderemos sobre la marcha y con base en el número de contagios, el verdadero tamaño que puede llegar a cobrar una tercera ola que sigue presente en todo el territorio nacional.
Los maestros dicen estar dispuestos a volver a las aulas, pero en realidad es una postura endeble en la que no esperarán más de un caso positivo para “decretar” el riesgo de un contagio colectivo y con ello suspender el intento oficial para enfrentar a la enfermedad.
Los mentores y más aún quienes están sindicalizados, son adultos con un miedo natural y comprensible ante el pésimo manejo de la enfermedad en México. Saben que la vacuna recibida no es garantía ni protección suficiente y, por lo tanto, no arriesgarán ni la salud ni su vida por lo que muchos califican como “un capricho y una necedad” el necesario retorno a clases presenciales.
Acorralados también por la necesidad económica, miles de familias han optado por mandar a sus hijos a la escuela a pesar del elevado riesgo. La necesidad de aportar un ingreso al hogar lleva a los adultos a generar recursos trabajando generalmente fuera de casa, circunstancia que los anima u obliga a pensar en las aulas como una oportunidad para alcanzar la meta económica.
En el extremo, la pobreza o la miseria ha llevado a miles de familias a olvidarse de los estudios para poner a trabajar a los infantes, condenándolos a una vida cargada de violencia, abuso y explotación infantil.
Datos oficiales revelan que en México, durante el primer semestre de este año, la violencia familiar se disparó por arriba del 24%, siendo justamente las niñas, niños y adolescentes los mas afectados por este desequilibrio social.
El periodo comprendido entre los meses de marzo a junio confirmó la crisis en los hogares mexicanos, y es que en ese lapso se abrieron más de 129 mil carpetas de investigación por ataques al interior de familias en franca crisis.
Aun así, el regreso a clases no cambiará una peligrosa realidad en la que la descomposición social, aunada a una de las peores crisis económica, exacerba la estabilidad emocional de adultos desesperados así como de menores sometidos al miedo y a la incertidumbre.
Así, en un país donde el manejo institucional de la pandemia ha sido un verdadero desastre, todos, padres, maestros y autoridades estaremos atentos a la sintomatología de millones de menores y adultos durante los primeros 20 días de septiembre. Y es que como ha quedado claro, la COVID-19 es una enfermedad definida por la temporalidad inequívoca de los primeros síntomas.
La gran interrogante sigue siendo: ¿cuántos contagios y muertes podría provocar un necesario, pero mal planeado retorno a las escuelas?