Dr. José Manuel Nieto Jalil
¿Alguna vez te has preguntado por qué heredas el color de ojos de tus padres o cómo se transmiten las características familiares a lo largo de las generaciones?
La respuesta a estos enigmas se encuentra en el fascinante mundo de la genética.
Desde los experimentos pioneros de Gregor Johanm Mendel en el tranquilo jardín de un monasterio hasta los avances que han revolucionado la medicina moderna, la genética ha desentrañado los secretos de la vida misma.
La genética es la ciencia que desentraña los misterios de la herencia y la variación en los seres vivos. Estos fenómenos, intrincados y fascinantes, han capturado la imaginación de científicos durante siglos, pero fue sólo cuando se estableció un marco conceptual adecuado que el análisis experimental de la genética se volvió verdaderamente fructífero.
Este marco conceptual fue proporcionado por Mendel, conocido como El Padre de la Genética. Mendel, a través de sus experimentos con plantas de guisante, descubrió las leyes fundamentales de la herencia que llevan su nombre: las Leyes de Mendel.
Sus revolucionarias ideas fueron redescubiertas en 1900 por tres botánicos europeos: Hugo de Vries, Carl Correns y Erich von Tschermak.
La molécula de ADN fue identificada por primera vez en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, no fue hasta mediados del siglo XX cuando comenzó la “edad dorada” de los descubrimientos en genética.
Durante este periodo, se definió la estructura y el funcionamiento del código genético, un logro monumental que transformó nuestra comprensión de la biología.
El descubrimiento del ácido desoxirribonucleico (ADN) cambió para siempre la forma en que entendemos la transmisión de la herencia, física y fisiológicamente, de generación en generación.
Esto permitió a los científicos desentrañar los mecanismos de herencia de rasgos, proporcionando una base sólida para la genética moderna y abriendo las puertas a innumerables aplicaciones en medicina, agricultura y biotecnología.
Durante la década de 1920, el bioquímico ruso-estadounidense Phoebus Levene realizó un descubrimiento crucial al identificar la existencia del ácido ribonucleico (ARN).
Demostró que el ARN, al igual que el ADN, es un ácido nucleico esencial para la transmisión de información genética, lo que añadió una pieza fundamental al rompecabezas de la biología molecular, proporcionando una comprensión más profunda de cómo se almacena y transmite la información genética en las células.
En las décadas siguientes, numerosos experimentos y estudios avanzaron en la confirmación de que el ADN, y no el ARN, es la principal molécula responsable de la herencia.
Uno de los experimentos más significativos fue el de Oswald Avery, Colin Mac-Leod y Maclyn McCarty en 1944, quienes demostraron que el ADN es la sustancia que transmite las características hereditarias de una célula a otra.
Este fue un paso crucial hacia la comprensión moderna de la genética.
Los experimentos de Hershey y Chase en 1952 proporcionaron una evidencia contundente de que el ADN es el material genético en los organismos vivos.
Utilizando bacteriófagos (virus que infectan bacterias), estos científicos mostraron que el ADN, y no las proteínas, es la molécula que contiene la información hereditaria. Estos estudios cimentaron el papel del ADN como la molécula clave de la herencia.
El avance más importante en el campo de la genética se produjo en 1953, cuando el físico Francis Crick y el biólogo James Watson demostraron la estructura de doble hélice del ADN. Este descubrimiento revolucionario les valió el Premio Nobel de Medicina en 1962, compartido con el físico Maurice Wilkins.
Pero este logro no hubiera sido posible sin la crucial contribución de la química Rosalind Franklin, quien fue responsable de la famosa Fotografía 51. Esta imagen revelaba la forma helicoidal de la molécula del ADN, y fue tomada por Wilkins sin su permiso, lo que permitió a Crick y Watson realizar su gran descubrimiento.
Una vez descubierta la forma y composición del ADN, los estudios más recientes se han centrado en su funcionamiento, investigando las reacciones químicas que se producen dentro de la célula.
Estos estudios tienen como objetivo entender y reproducir estos procesos en el laboratorio.
Hoy en día, los científicos están enfocados en investigar cómo editar el ADN para corregir errores y curar enfermedades de origen genético. Las técnicas de edición genética, como CRISPR-Cas9, tienen como objetivo modificar el código genético de células cuyo ADN es incorrecto o está dañado, lo que puede provocar trastornos y enfermedades.
La capacidad de editar el ADN permite el desarrollo de terapias génicas que pueden corregir mutaciones directamente en el genoma del paciente.
Esto ha hecho avanzar tratamientos de enfermedades hereditarias, cáncer y muchas otras condiciones genéticas. La biotecnología agrícola se ha beneficiado de estas técnicas y creado cultivos genéticamente modificados que son más resistentes a enfermedades, plagas y condiciones climáticas adversas.
En 1962, el Premio Nobel de Medicina fue otorgado a James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins por el descubrimiento de la estructura tridimensional en doble hélice del ADN.
A la sombra de estos tres científicos se encontraba una mujer cuya labor fue crucia, pero pasó desapercibida durante mucho tiempo: Rosalind Franklin.
Nacida en Londres en 1920, fue una destacada química y física que, a través de sus innovadores experimentos con la cristalografía de rayos X, logró obtener la famosa Fotografía 51.
Esta imagen revelaba la estructura helicoidal del ADN, pero su trabajo fue usado sin su permiso por Maurice Wilkins, quien compartió la foto con Watson y Crick para hacer su gran descubrimiento.
A pesar de sus significativas contribuciones, Franklin no fue reconocida en vida. En 1968, Watson mencionó su nombre en un relato sobre el descubrimiento de la doble hélice, pero sugirió erróneamente que Franklin no supo interpretar sus propios datos. Rosalind murió en 1958, a los 38 años, víctima de cáncer debido a su exposición a los rayos X, sin recibir el reconocimiento que merecía por su trabajo pionero.
La omisión de su nombre en el Premio Nobel de 1962 es un recordatorio de las injusticias históricas enfrentadas por las mujeres en la ciencia. A pesar de que sus colegas reconocieron posteriormente que sus aportaciones fueron fundamentales, Franklin sigue siendo un símbolo de cómo el trabajo de las mujeres ha sido subestimado y olvidado en la historia de la ciencia.
La historia de Rosalind Franklin no es sólo una historia de injusticia, sino también de resiliencia y excelencia científica. Su legado perdura, inspirando a futuras generaciones de mujeres científicas a seguir desafiando las barreras y reclamando el reconocimiento que merecen. En una época donde la equidad de género en la ciencia aún es un desafío, recordar y honrar la contribución de Franklin no sólo es justo, sino esencial para construir un futuro donde el talento y la innovación sean celebrados sin importar el género.