Por: Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Es relativo
Respeta sentimientos, vida y libertades de las personas. El hombre es naturalmente crédulo e incrédulo, es tímido o temerario, es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos; todo eso y más hacen que como ser humano pensante se le considere una verdadera incógnita, como ya lo señalaba Sócrates.
Todos los filósofos han tratado de definir al ser humano y a la fecha seguimos igual, porque no se encuentra certeza alguna al respecto; seguimos igual, vemos los mismos conceptos, las mismas preguntas, las mismas respuestas y las mismas opiniones de una u otra forma.
Ello hace que muchísimos escritores nos hablen y traten de explicarnos de cómo debe actuar el hombre o mujer en el desarrollo de su vivencia y todas sus fases y actividades; cuál debe ser el curso de la vida privada y la pública del ser humano, cómo debe actuar y pensar, cómo saber construir un camino y conquistar su destino.
Señalo lo anterior, porque hay un libro de Baltasar Gracián que se publicó en 1647 titulado El arte de la prudencia, que contiene 300 aforismos que de una u otra forma tienen vigencia en nuestra época, por sus lineamientos éticos y morales y que dedicados al ser humano, le sugieren modos de comportamiento. El título original del libro mencionado es Oráculo manual y arte de la prudencia, que nos lleva a afirmar que la prudencia es un arte de equilibrio emocional que surge de la aplicación de los principios de la razón, de la lógica y de la estructura mental, ejemplo: “la ofensa a un necio lo enoja y el prudente la pasa por alto”, es decir, no le hace caso.
Transcribimos unos aforismos o sentencias breves de los 300 que contiene el libro y notaremos que los señalamientos éticos y morales, a pesar del transcurso del tiempo con algunos matices, siguen siendo los mismos frente a la incógnita del hombre.
- Ser buen entendedor. Saber razonar era la más elevada de las artes; ya no es suficiente: ahora es necesario adivinar, y más en asuntos que pueden decepcionar. No puede ser entendido el que no sea buen entendedor. Hay adivinos del corazón y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir. El prudente debe saber entenderlas: refrena la credulidad en las cosas favorables y la estimula en las odiosas.
- Mejor lo intenso que lo extenso. La perfección no consiste en la cantidad, sino la calidad. Todo lo muy bueno siempre fue poco y raro; usar mucho lo bueno es abusar. Incluso entre los hombres: los de cuerpo gigante suelen ser de cerebro enano. Algunos estiman los libros por su corpulencia, como si se escribieran para ejercitar los brazos más que el Ingenio. Lo extenso sólo nunca pudo ir más allá de la mediocridad, y es una plaga de los hombres universales que, por querer estar en todo, no están en nada. Lo intenso proporciona eminencia y fama, si el asunto es muy importante.
- No dedicarse a ocupaciones desacreditadas y mucho menos a las quiméricas: sólo se obtiene desprecio y no renombre. Las sectas del capricho son muchas y el hombre cuerdo debe huir de todas ellas. Hay gustos exóticos que siempre se casan con todo aquello que los sabios repudian. Viven muy pagados de cualquier extravagancia y, aunque los hace muy conocidos, es más causa de la risa que de la reputación. Aún como sabio no debe destacar el prudente, mucho menos en aquellas ocupaciones que hacen ridículos a los que las practican. No se especifican porque el descrédito común las tiene suficientemente señaladas.
- Nunca perder la compostura. La finalidad principal de la prudencia es no perder nunca la compostura. De ello da prueba el verdadero hombre, de corazón perfecto, porque es difícil conmover a cualquier ánimo elevado. Las pasiones son los humores del ánimo; cualquier exceso en ellas perjudica la prudencia; y si el mal llega a los labios, la reputación peligrará. Uno debe ser tan gran dueño de sí que ni en la mayor prosperidad ni en la mayor adversidad nadie pueda criticarle por haber perdido la compostura. Así será admirado como superior.
- Cautela al informarse. Se vive más de oídas que de lo que vemos. Vivimos de la fe ajena. El oído es la segunda puerta de la verdad y la principal de la mentira. De ordinario la verdad se ve y excepcionalmente se oye. Raras veces llega en su puro elemento y menos cuando viene de lejos: siempre trae algo de mezcla de los anónimos por dónde ha pasado. La pasión tiñe de sus colores todo lo que toca, en contra o a favor. Se inclina siempre a impresionar: hay que tener mucho cuidado con el alaba, mayor con el que critica. Es necesaria mucha atención en este punto para descubrir la intención del intermediario, conociendo de antemano de qué pie cojea. La cautela debe ser contrapeso de lo falto y de lo falso.
- Tener reservas en todas las circunstancias. Se asegura así lo importante. No se debe emplear toda la capacidad ni se debe usar toda la fuerza cada vez. Incluso en la sabiduría debe haber reservas, y así se duplican las perfecciones. Si se sale mal de un aprieto siempre debe haber a qué apelar. Es mejor la ayuda que el ataque, pues es útil y tiene crédito. El proceder de la prudencia siempre se dirigió a lo seguro. Y en ese sentido es verdadera la curiosa paradoja que dice: más es la mitad que el todo.
- No vivir deprisa. Saber distribuir las cosas es saberlas disfrutar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad. Estos no disfrutan de las alegrías, sino que las malogran. Cuando se ven tan adelante en la vida, les gustaría volver atrás. Son postillones de la vida que suman al natural paso del tiempo su propia precipitación. Querían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven las dichas apresuradamente, se comen los años por venir, y como van con tanta prisa pronto acaban con todo. Incluso en el deseo de saber debe haber medida, para no saber las cosas mal sabidas. Hay más días que dichas. Despacio al disfrutar y de prisa al actuar. Las acciones bien están una vez hechas; Las alegrías mal, una vez acabadas.
- Saber escuchar a quién sabe. No se puede vivir sin entendimiento, propio o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Los errores de la estupidez son irremediables, pues como los ignorantes no se tienen por tales, no buscan lo que les hace falta. Algunos serían sabios sino creyesen serlo. Por eso, aunque hay pocos oráculos de la prudencia, viven ociosos porque nadie los consulta. Pedir consejo no disminuye ni la importancia ni la capacidad, sino que las acredita. Al entrenarse con la razón se evita el ataque de la mala suerte.
- Creer al corazón. Y más cuando es muy firme. Nunca se le debe contradecir pues suele ser un pronóstico de lo más importante: es un oráculo personal. Muchos perecieron de lo que más se temían, pero ¿de qué sirvió tenerlo y no remediarlo? Algunos tienen un corazón muy leal, lo que es una ventaja de la naturaleza superior, y siempre los
previene y avisa del fracaso para evitarlo. No es prudente salir a buscar males, pero sí lo es salir al encuentro para vencerlos.
- Saber olvidar. Es más suerte que sabiduría. Las cosas que hay que olvidar son las que más se recuerdan. La memoria es informal (porque falta cuando es más necesaria) y necia (porque acude cuando no conviene): se detiene en lo que apena y se descuida en lo que gusta. A veces el remedio de una desgracia es olvidarla, pero se olvida el remedio. Hay, pues, que acostumbrar bien a la memoria porque ella sola proporciona la felicidad o el infierno. De esto se excluyen los satisfechos de sí mismos: son felices en su simplicidad.
El tomar decisiones prudentes normalmente se da frente a situaciones difíciles o complejas, graves, urgentes como consecuencia del vivir y actuar humano.
Le dijo El Quijote a Sancho Panza: “No huye el que se retira, porque has de saber amigo Sancho, que me he retirado, no huido, y con esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores y de esto están las historias llenas”.
La prudencia es necesaria a cada instante, debe utilizarse aplicando la razón, la mente, no la pasión o el impulso que ciega todo argumento.
Antes de actuar prudentemente cuenta hasta 10 o hasta 100 y verás que ejercitaste la razón.
En fin, del libro comentado debemos derivar que actuar con prudencia siempre será lo más sano, nos hará reflexionar, es decir pensar varias veces en una posible decisión en forma rápida o lenta según las circunstancias.
La prudencia requiere saber ponderar, evaluar, reconsiderar, analizar causa y efecto, medir tiempos, comprender circunstancias y resultados; usos de la cordura, de la templanza, de la sensatez, de la moderación, del hablar con cuidado, sin herir dignidades ajenas, sopesar, tolerar.
Debemos usar palabras o términos que hayamos sopesado y que no lleven en algunos casos a la tolerancia.
Todo ello lleva beneficios para evitar daños mayores, dificultades e inconvenientes o también se obtienen beneficios dentro de la conducta ética.
Ser prudentes nos hace fuertes y se conquista la paz y la tranquilidad, el orden y la felicidad y sobre todo viviremos con equilibrio emocional; lo que es importantísimo en estas complejas épocas, equilibrio emocional que no debemos perder.
Y como decía un compadre: “No hablen mal del puente hasta haber cruzado el río. Nadie prueba la profundidad del río con los dos pies”.