Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
La Puerta del Perdón fue nuestra portería.
Cada tarde, después de hacer los deberes escolares y comer, mi hermano Miguel Ángel y yo cruzábamos a “balonear” en el atrio de la Basílica Catedral de la Puebla de los Ángeles.
Con magistrales “patadones” de mi bro a aquella portería (a sus cuatro años de edad), aprendí de su naciente fortaleza y carácter honesto, duro, transparente y fulminante.
Como hasta hoy, a sus 53 años de edad.
Por cierto, mis tres palos “sin red”, fueron cierta reja de bronce de la Catedral angelopolitana, esa donde salen y entran las peregrinaciones de viernes santo, o donde obligan a entrar al Papa (si es que viene).
En la calle 16 de Septiembre.
Obvio: el sacristán nos corrió cierta tarde a punta de “mecatazos”.
No problem.
Éramos chamacos y decidimos –entonces– jugar al “penal o gol” en la reja del sur, la que vierte hoy a turistas sobre la calle 5 Oriente.
Propietarios mis padres del Hotel Centro, junto con mi abuela y mi hermano, ahí me crié.
Simbólicamente, arriba del bar El Correo.
Punto desde donde mi padre bajaba a comprar un Canada Dry, cada vez que me empachaba.
Tardaba dos horas en retornar con el refresco ya tibio.
Quién sabe por qué.
…
En documentos escritos a mano (de la época) y leídos (sin época), sólo hay cuentos y cuenta del futuro atrio de la Catedral, de Mariano Fernández de Echeverría y Veytia y Diego Antonio Bermúdez de Castro. Ambos cronistas del siglo XVIII.
Mariano describe su niñez en ese terreno baldío donde jugaba (el atrio actual).
Diego Antonio describe (1746) “un terreno lleno de construcciones”.
Pero, ¿qué inmuebles había ahí?
Según esas crónicas, quedaban los paredones o restos de la primera Iglesia Mayor de la Puebla de los Ángeles. Un intento de primera catedral o Sagrario, que en su interior resguardaba la Capilla de las Benditas Ánimas Benditas del Purgatorio, “en el altar mayor”.
A un costado (sureste del actual atrio), “el altar arrimado”, o capilla de naturales, o de San Pedro de los Indios, que aportaba una inmensa cantidad de dinero en limosnas, pues siendo albañiles los constructores de esta ciudad, fueron los más leales y comprometidos aportadores de oro de la Puebla de los Ángeles.
Sin ser ladrones, hay que aclarar.
Al igual que los aguadores de esta ciudad.
Más hacia el actual centro del atrio (de sur a norte), construyeron las casas del Cabildo (Episcopal) y del Curato, que fueron viviendas de sacerdotes y seminaristas, con balcones al norte.
Esos ventanales fueron construidos para que los “curitas” y sus alumnos pudieran ver la corridas de toros, escenificadas en lo que hoy conocemos como el Zócalo.
Y más espacios donde el arzobispado cobraba “derecho de piso”.
Grandes comerciantes siempre lo han sido.
…
Ya terminada la construcción de la actual Basílica Catedral de la Puebla de los Ángeles, todos los pequeños inmuebles ubicados en el atrio actual, fueron demolidos.
Las casas, los comercios y curiosidades históricas pasaron a desaparición eterna: el curato, las capillas, el intento de seminario, una pila de agua… En fin.
Surge, entonces, el concepto del comerciante ambulante y deambulante, aquel que camina poco más de 12 horas diarias para ganar algunas monedas.
La primera central de abasto en el atrio de este pueblo.
Esa es la historia de la Puebla que albergan los siglos del XVI al XVIII, asentadas en crónicas de José de Mendizábal, Bermúdez de Castro y Echeverría y Veytia.
La historia tiene aroma a papel viejo.
Igual en una caja de cartón municipal de Puebla, que en algún archivo de las Indias de Sevilla.
Previo cruce del charco de Atlas.
En un largo vuelo Cancún-La Habana-Barajas (Madrí).
Y en tren, a Sevilla.
Para retornar después a pedir perdón.
Frente a la Puerta del Perdón.