Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Con los claros signos que dejan la persecución política y las constantes batallas fraguadas desde el propio partido que lo vio nacer, Eduardo Rivera Pérez regresa a la toma de decisiones desde la presidencia municipal de Puebla, la trinchera política que le permitió mostrar sus capacidades, esas que en su momento causaron temor e inseguridad en el grupo gobernante que, sin empacho, lo bloqueó y lo persiguió por el riesgo que sin duda podría significar para el futuro.
Maduro, centrado, consciente pero también desconfiado, el edil poblano nacido circunstancialmente en el Estado de México se muestra sin duda distinto al Lalo de hace 10 años, cuando la felicidad por su triunfo como alcalde de la capital le impidió ver con claridad la enorme cantidad de traiciones y trampas que tendría que sortear tan solo por no someter su voluntad ni sus convicciones.
Rivera Pérez se formó desde sus orígenes en el panismo de la oposición, en el partido de las disputas y de las defensas contra un Revolucionario Institucional encumbrado en el poder, acostumbrado a gobernar “democráticamente” un estado donde solo sucedía aquello que los propios priístas estaban dispuestos a conceder.
Precisamente por ese contexto, el renovado edil nunca se imaginó que sus peores batallas políticas y personales emanarían desde el interior del partido que irónicamente tanto defendió. Sin embargo, la vida y las circunstancias se encargan, tarde o temprano, de colocar las cosas y a las personas en el lugar que les corresponde; a Eduardo le toca una vez más ser autoridad electa por la vía del voto.
En una carrera política de altibajos, Rivera Pérez fue dirigente estatal, diputado local, diputado federal y presidente municipal. Pero también, en ese meteórico trayecto, Eduardo ha probado el sabor de la derrota, el ostracismo, la persecución y hasta la inhabilitación política, todo en apenas dos décadas.
Hoy, el escenario que tiene enfrente el político de 49 años es completamente diferente a lo vivido hace dos lustros. El alcalde sigue siendo factor del celo político que despiertan aquellos que guardan en su trayectoria el sello de la legitimidad y de la congruencia, sin embargo, la envidia política hoy es uno de sus problemas menos importantes.
La ciudad que recibe el munícipe es radicalmente distinta a la Puebla que le tocó gobernar entre el 2011 y el 2014. La capital vive uno de los peores momentos en su historia moderna y contemporánea. La negligencia, la incapacidad, la improvisación y hasta la perversidad de las “autoridades” salientes hacen de la Angelópolis un polo urbano plagado de problemas y deterioros ridículamente vigentes.
Pero eso es solo el principio de una larga cadena de retos y trampas. El presidente municipal tendrá que hacer frente a la epidemia de la inseguridad pública y al cáncer de la delincuencia organizada que ha hecho de la capital una plaza codiciada y, por tanto, disputada violentamente todos los días, lo mismo en zonas comerciales que en sectores residenciales y colonias populares.
Regresar un poco de la tranquilidad con la que se vivió por muchos años en esa Puebla donde “nada sucedía” es un reto que ya no depende solo de la voluntad de un edil. Los grupos del crimen organizado han crecido de manera desproporcionada en todo el país y Puebla no es excepción.
Las actividades delincuenciales se han diversificado de tal forma que no hay en este país una corporación policiaca capaz de contener, enfrentar o resolver con seriedad la violencia e impunidad desatadas en todo el territorio nacional.
Por si no fuera suficiente, la pandemia y su consecuente crisis económica cambió por completo el tradicional esquema de gobernar. Hoy la administración de recursos públicos es una condición que no permite el mínimo error si se gobierna desde una oposición, una que deberá participar activamente en la sucesión presidencial del 2024.
Así es, los alcaldes que derrotaron la “honestidad valiente” de Morena serán puestos bajo el microscopio de una autoridad acostumbrada a estas alturas a marcar las formas e imponer criterios en este país.
La falta de transparencia, la opacidad, el desvío de recursos, la simulación y la corrupción son delitos que en el nuevo régimen no solo se convierten en combustible idóneo para la descalificación a los “conservadores”, incurrir en esas faltas es motivo de cárcel, más aún si no formas parte de una cuarta transformación que buscará preservar el poder a toda costa.
Por si no fuera suficiente, en este camino inicial de tres años, también los actores voraces y el fuego aliado tienen su agenda, Eduardo Rivera lo sabe mejor que nadie. El panista tendrá que sortear los apetitos de quienes se juran responsables del triunfo y la recuperación de la capital, y aunque los números ahí están para recordar el justo peso de cada aliado, ellos y ellas van a pelear cada trozo, cada migaja de una presidencia que penosamente ya es vista como un botín y no como una oportunidad histórica.
Sin embargo, no todo debe ser visto como un trayecto plagado de obstáculos insorteables. El alcalde tiene a su favor su juventud, su capacidad y su experiencia, Rivera Pérez es exactamente esa generación de políticos que están obligados a dar un verdadero giro de 180 grados a todo lo que hasta hoy ha sido repetición, decepción y regresión para los mexicanos y para los poblanos.
A destacar que, contrario a lo que vivió en su primera administración, Rivera Pérez tiene en el gobernador Miguel Barbosa un claro pero exigente aliado que le ha ofrecido públicamente su apoyo para “revivir” a la capital de lo que el mismo mandatario ha calificado como una desgracia para los poblanos, en clara alusión a la administración morenista saliente.
Cuentan, por supuesto, los terribles resultados de un desastroso gobierno que se convierte en el mejor ejemplo de lo que sucede cuando se vota con las vísceras y se deja en manos de ignorantes e indolentes una capital como lo es Puebla.
En este reto, están obligados a sumarse todas y cada una de las autoridades electas en el Cabildo. Todos y cada uno de los colaboradores seleccionados con base en las cuotas pactadas deberán cambiar su “chip” y entender que están ahí para devolverle a la ciudad tranquilidad, viabilidad y dignidad.
Claro deben tener que, en esta ocasión, la presidencia municipal de Puebla no es el refugio idóneo para encumbrarse política o económicamente, sino la plataforma para demostrar que sí puede existir y funcionar una oposición que dé viabilidad a una Puebla y a un México de instituciones.
El presidente López Obrador acusa y exhibe todas las mañanas los abusos, los excesos, la voracidad de priístas, panistas y perredistas del pasado, y tiene sobrada razón. En este país se incurrió en el abuso sistemático y por eso, al Ejecutivo le sobra tela de dónde cortar.
Por ello, esta es tal vez la última oportunidad que tienen los que llegaron circunstancialmente al poder, para refutar el juicio y la sentencia ya impuesta desde Palacio Nacional, para demostrar con resultados que en este país puede surgir una nueva corriente de políticos distintos a los que el presidente acusa y señala todos los días.
De no comprenderse y de no hacerlo así, Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia como el único líder capaz de rescatar a este México en desgracia.
La moneda está en el aire, y en Puebla no solo se juega un proyecto político; se pone a prueba una nueva generación de gobernantes que no pueden distraerse y mucho menos equivocarse.