Por: Jorge Alberto Calles Santillana
El modelo de comunicación de Andrés Manuel , cuya base fundamental lo constituye la conferencia matutina, ha resultado exitoso y explica en buena medida su popularidad. ¿Por qué? Eso es algo que todos nos preguntamos.
Entre otras razones, Andrés Manuel rechazó priorizar medidas de prevención frente al COVID-19 para para no tener que dejar de aparecer todas las mañanas frente a las cámaras de televisión para transmitir sus mensajes políticos. Gobierna hablando. Habla gobernando. El modelo comunicativo de conferencias matutinas no es nuevo para López Obrador. Lo empleó, con mucho éxito, cuando fue gobernador de la Ciudad de México.
La presencia diaria frente a los medios le significó una amplia cobertura periodística que le otorgó mayor visibilidad pública de la que ya gozaba y le permitió crear una imagen de político cercano a la ciudadanía.
Varias razones explican el éxito de este proyecto comunicativo. La primera de ellas, sin duda, es que ha convertido a la figura presidencial en una imagen permanentemente visible y cercana. Nunca antes en México, un presidente se había mostrado tanto a la ciudadanía. Si bien la figura presidencial tenía presencia recurrente en el escenario político del país, la ciudadanía sólo podía verla a través de tomas cortas en los diferentes noticieros.
Ahora, todos los mexicanos sabemos que lo primero que veremos todas las mañanas al encender nuestros televisores será la imagen del presidente. Antes, veíamos al presidente actuando y leyendo discursos previamente elaborados ante audiencias cuyos intereses particulares habían suscitado tales encuentros con él.
Ahora, la charla del presidente es espontánea y frente a periodistas que supuestamente lo cuestionan sobre los asuntos del interés general. Romper con el modelo institucional de presidente distante y acartonado ha sido uno de los principales aciertos de este modelo comunicativo. Especialmente, cuando Peña Nieto –el anterior presidente– había explotado el modelo institucional agregándole toques clasistas y de frivolidad.
Andrés Manuel, autoproclamado hombre de pueblo y gobernante del pueblo, destruyó esa imagen y con su fama de honestidad, su cara de abuelo, su hablar pausado y su estilo de vestimenta común y corriente forjó una nueva imagen presidencial, la de un presidente que está ahí, desde temprano, atendiendo los asuntos del pueblo.
El manejo retórico de la corrupción y sus repetidas referencias a su supuesto combate permanente son, quizás, los pilares sobre los que le éxito del modelo se sustenta. La corrupción es un fenómeno con tal presencia en México que el concepto ha rebasado su realidad y convertido en entelequia.
Así, un presidente surgido del pueblo y comprometido con él, tiene todo a su favor para fortalecerse con un discurso anticorrupción. Andrés Manuel se despierta muy temprano para comunicar a su pueblo que toda acción por él emprendida no tiene otro fin sino cortar de tajo esa corrupción que sólo ha enriquecido a una casta y acarreado sufrimientos y padecimientos a los demás. Debido a que ha construido una imagen de cercanía y transparencia, goza de credibilidad. En esa medida, cualquier decisión que tome –sin importar cuál– tenderá a ser aceptada si es enmarcada dentro del combate a la corrupción. De la mano aparece un tercer factor que explica el éxito discursivo mañanero: la simplicidad.
En un mundo complejo en el que los asuntos públicos son cada vez más complicados y difíciles de entender, el recurso de la simplicidad augura el éxito en la comunicación. Es posible que mucha gente no supiera siquiera que en México existían fideicomisos que estaban destinados a sostener proyectos de largo plazo, libres de los vaivenes presupuestales gubernamentales. Sin embargo, hoy, la gran mayoría está convencida de que eran formas soterradas de enriquecimiento. Eran bolsas de corrupción ideadas por y para corruptos. Con golpes de simplicidad, la realidad adquiere sentido y es fácil promover la adhesión a la narrativa rescatadora y purificadora. Esto es lo que persigue el modelo comunicativo lopezobradorista.
La simplicidad no sólo facilita el entendimiento de asuntos complejos cuya comprensión cabal requiere, además de conocimientos muchas veces especializados, esfuerzos de comprensión más allá de los requeridos por el sentido común. Contribuye también a pensar que las causas de los problemas son inmediatamente identificables y sus soluciones sencillas y de efectos inmediatos, casi mágicos. Ésta es una cuarta razón. A López Obrador no le ha resultado difícil convencer a la ciudadanía que nuestro subdesarrollo es producto de la corrupción de los políticos de antes, lo que a su vez fue causado por un neoliberalismo cuya única orientación era el consumismo y la degradación social. Acabar con el neoliberalismo y la corrupción han sido, pues, batallas que él ha emprendido, si bien sólo desde y en la tribuna, pero que han tenido la capacidad de hacer pensar a una buena proporción de los mexicanos que viven ya un país diferente.
Con este discurso simplificador aplicable a todo tema de la vida política y social, López Obrador toca con éxito nuestra sensibilidad popular: nos recuerda que desde la época de la Conquista hemos sido víctimas y que dejaremos de serlo hasta que reclamemos lo que nos han robado y nos pertenece. Nada nos hace sentir mejor que alejar de nuestra conciencia toda responsabilidad de ser. La culpa es de otros, no nuestra.
Mejoraremos en la medida en que exijamos lo nuestro. Y lo más importante: ya ha llegado al poder ese ser que está dispuesto a reclamar por nosotros, ese ser que nos exime de actuar.
Lo único que tenemos que hacer es otorgarle nuestra venia para que en nuestro nombre exija, reclame, componga. El futuro será nuestro sin necesidad de hacer mucho. Por eso este modelo de comunicación es y seguirá siendo exitoso.