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Lo que un hombre pueda imaginar, otro algún día podrá lograrlo

Crónica Puebla por Crónica Puebla
11 mayo, 2022
en Opinión
Lo que un hombre pueda imaginar, otro algún día podrá lograrlo
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Por: Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur Tecnológico de Monterrey Campus Puebla

La llegada del hombre a la Luna supuso el fin de la carrera espacial entendida como tal. 1972 constituye el último año de las misiones del programa Apolo de la NASA (Apolo 17) y la última vez en la que los humanos viajaron y caminaron sobre nuestro satélite natural.

 

A partir de ese momento, las sondas han sido las verdaderas protagonistas de la exploración espacial. El ser humano se ha limitado a dar vueltas alrededor de la Tierra, tal como lo hizo el primer satélite artificial, el Sputnik, hace aproximada­mente 65 años.

En la historia de la conquista de la Lu­na, 12 astronautas hasta ahora han ca­minado en su superficie. Desde 1972 no se ha regresado y aunque ella se aleja de nosotros cuatro centímetros cada año, volver a pisarla está más cerca que nun­ca y probablemente será una mujer la en­cargada de dar el pequeño paso, gracias al programa Artemis.

Esto nos permite trasladarnos 157 años atrás, cuando en 1865 el escritor francés Julio Verne publicó De la Tierra a la Luna, en donde la nave que llevaba a los primeros astronautas estaba fabricada en aluminio, para su construcción se nece­sitaron aproximadamente nueve mil ki­logramos, valor aproximadamente igual que los necesarios para la fabricación de la cápsula Apolo 8, segunda misión tripu­lada del programa espacial Apolo.

Cuando el escritor francés Julio Ver­ne imaginó su nave espacial basada fun­damentalmente en aluminio, hacía ape­nas 40 años que el físico danés Christian Oersted (1777-1851) había aislado el aluminio por vez primera. Nunca se ima­ginó las diversas aplicaciones en la indus­tria aeroespacial.

En la actualidad usamos aluminio en gran parte de nuestras vidas, desde tre­nes de alta velocidad hasta ventanas, pa­sando por transmisiones, telecomunica­ciones, automóviles o latas de bebida. To­do ello gracias a una constelación de pro­piedades entre las que se incluyen la ma­leabilidad, la conductividad y la ligereza. Además, el aluminio puede ser reciclado en 100%, lo cual hace que sea altamente respetuoso con el medio ambiente y que sea un aval de sostenibilidad.

Pero no sólo encontramos coinciden­cia en el uso de aluminio, también hay otras. Por ejemplo: el primer viaje experi­mental en la novela hay tripulación ani­mal. En la realidad, el primer ser vivo que viajó al espacio fue la perra Laika. Pero hay más coincidencias: la nave de Verne que llegó a la Luna se llamaba Columbia, fue fabricada en aluminio como había­mos mencionado y estaba tripulada por tres hombres.

El módulo norteamericano Apolo 11 se llamó Columbia y también llevó tres astronautas al espacio. Ambos tenían for­ma cónica y medían 3.65 metros; el Apo­lo 11 pesaba 5.621 kilogramos, mientras que el diseño de Verne tenía un peso de 5.345 kilogramos.

Otras coincidencias: los lanzamientos de la NASA se hicieron en Cabo Cañave­ral (Florida), a unos a unos 100 kilóme­tros de distancia de Cabo Town, lugar se­ñalado por Verne en su libro. La elección no fue casual. Verne calculó que para que un cohete sea lanzado al espacio de forma exitosa, hay que tener en cuenta la rota­ción del planeta, la velocidad de lanza­miento o despegue y qué velocidad debe­ría alcanzar para escapar del campo gra­vitatorio de la Tierra.

Según Verne, la velocidad necesaria para que el cohete pudiese vencer la fuer­za gravitatoria terrestre tenía que ser de unos 11 kilómetros por segundo, en reali­dad la velocidad de escape media desde el nivel del mar es de 11,19 kilómetros por segundo, impresionantes coincidencias.

Adicionalmente, calculó que mien­tras más cerca nos encontremos al ecua­dor terrestre, menos energía se necesita­rá y, por tanto, la misión tendrá un me­nor gasto. Cabo Town, al igual que Cabo Cañaveral, está al sur de los Estados Uni­dos. La nave de Verne alcanzó la veloci­dad de 38 mil 720 kilómetros por hora y el tiempo del viaje hasta el alunizaje fue de 83 horas, mientras que el Apolo 11 se desplazó a 40 mil kilómetros por ho­ra y el tiempo de viaje fue de 97 horas. En ambos casos, el alunizaje se produjo en el mar de la Tranquilidad y el amerizaje de la cápsula en el regreso a la Tierra del Apolo 11 se produjo en el Océano Pacífi­co, a tan sólo cuatro kilómetros de lo pre­visto por Verne.

Finalmente, Verne tuvo en cuenta en su obra De la Tierra a la Luna, que en caso de que el cohete cayera en la Tierra, pon­dría en peligro la vida de seres humanos; sin embargo, al lanzarlo desde un punto costero, los restos caerían al océano, evi­tando poner en peligro vidas humanas. Julio Verne en su novela acertó muchos detalles de ese histórico viaje a nuestro satélite un siglo antes.

Basó su relato en los avances científi­cos de aquella época, logrando encontrar los mismos problemas técnicos con que tropezarían los ingenieros astronáuticos un siglo más tarde. No debe sorprender que las soluciones que Verne elaboró con todo cuidado fuesen similares a las adop­tadas en nuestros días.

Resulta fascinante sumergirse en las maravillosas aventuras de Verne, pero, sobre todo, resulta increíble ver cómo un hombre del siglo XIX fue capaz de anti­cipar algunos descubrimientos e inven­tos muy posteriores. Sin duda, Julio Ver­ne fue un hombre adelantado a su época que logró unir ingeniería, ciencia y litera­tura en sus obras.

Julio Verne constituye uno de los au­tores más prolíficos y leídos de la histo­ria. Entre los libros más destacados te­nemos: 20.000 leguas de viaje submarino, Alrededor de la Luna, Cinco semanas en glo­bo, De la Tierra a la Luna, El faro del fin del mundo, La isla misteriosa, La vuelta al mun­do en 80 días, Los hijos del capitán Grant, Miguel Strogoff, Viaje al centro de la Tierra, entre otros.

En sus obras, Verne imaginó ingenios que se anticiparon a su tiempo, como el submarino, los viajes espaciales, el heli­cóptero, las armas eléctricas, las velas so­lares, los noticiarios, la publicidad en el aire, los videos conferencias, el metro, el internet, aunque él siempre defendió que sus predicciones estaban basadas en la aplicación lógica de la tecnología existen­te en su época. Todos fueron impulsados por una imaginación prodigiosa y una fe ciega en el progreso.

Los aportes y la impronta de Julio so­brepasan el campo de la literatura y el ci­ne, extendiéndose al mundo de la cien­cia y la tecnología. Julio Verne ha sido un ejemplo para muchos científicos. Genera­ciones de científicos, inventores y explo­radores admiten la inspiración que sig­nificó su obra. El almirante Byrd afirmó que si no hubiera sido por Verne no ha­bría ido nunca al Polo Sur, el químico ru­so Dimitri Mendeléiev lo calificaba como genio científico y Yuri Gagarin, el primer astronauta de la historia de la humani­dad, mencionaba que Verne lo inspiró a la astronáutica.

Julio Verne y sus extraordinarios via­jes continuarán recordándonos que “lo que un hombre pueda imaginar, otro al­gún día podrá lograrlo”. Estamos seguros de que sus obras también inspirarán a las futuras generaciones.

Etiquetas: Apolo de la NASAJulio Verne

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