Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / correo: [email protected] web: parmenasradio.org
Hay cosas que nunca desaparecen.
Entre ellas se encuentra la violencia.
Hoy en día, el terrorismo islámico tampoco supone una verdadera amenaza.
Mucho más peligroso que el terror del otro es el terror de lo mismo.
Han Byung-Chul
Los linchamientos, las persecuciones a los ladrones, no por parte de la policía, sino por la propia población, las turbas desesperadas de continuos asaltos, robos, violaciones y secuestros ya no son noticia de los medios de comunicación, o de la nota roja, ni de los pasquines que estaban acostumbrados a vender esas noticias, sino de la gran mayoría de los diarios, noticias de televisión y radio. Pareciera que, lejos de que eso se viera como algo muy lejano, cada día es más repetitivo observar cómo la propia población lincha a los delincuentes al grado de dejarlos morir. Pero, ¿esto es prueba de una sociedad más violenta.
Todo parece ser que no. No es que la sociedad sea más violenta, ni que la población cada día busque más sangre con la persecuciones de los asaltantes, de los que roban a los niños, de los que roban los bolsos, de los que están afuera de los bancos esperando la oportunidad de sorprender a cualquiera; o bien, de los que roban los autotransportes.
La respuesta es contundente, pero no se quiere reconocer. El Estado está rebasado; sus instituciones son superadas; las organizaciones policiales son torpes en la persecución de los delitos.
No se castiga a nadie, y es por ello que la población busca una especie de justicia alternativa, que desde luego no lo es.
No puede asumirse que debamos de regresar a los tiempos premodernos de “ojo por ojo y diente por diente”.
Pero la sensación de que las autoridades no pueden, y cuando pueden se corrompen, es una muestra de que algo está muy mal en la sociedad mexicana actual.
Los recortes presupuestales de esta administración pública federal han ocasionado que, en diversas entidades federativas, como Veracruz, por citar un ejemplo, se tuvieran que reducir tribunales y ministerios públicos.
Esta situación ha ocasionado que ese estado tan productivo de la nación se haya convertido en uno de los más violentos y con mayor delincuencia en la República Mexicana.
Los juzgados y ministerios públicos que se mantuvieron no cuentan con la capacidad de llevar 2 mil o más expedientes o casos. Con poco personal y mínima infraestructura para hacer su labor, la consecuencia es evidente. ¡Que cada quien haga justicia por su propia mano!
Esta realidad se ha incrementado aún más con la pandemia, pues los conflictos y las injusticias continúan. Pero mientras, los tribunales y los juzgados, los órganos de investigación, las autoridades policiales, con la justificación o pretexto de la pandemia, se han cerrado, han reducido su personal, sus horarios y su aparente trabajo en la oficina.
Lo cierto es que esta situación se trató de una estupenda justificación para no hacer nada en materia de justicia oficial, y a falta de esa justicia oficial, desde luego que sobresale este intento de justicia alternativa de las poblaciones, como si estuviéramos en los tiempos de la Colonia española, cuando la Santa Inquisición mutilaba a las personas y, en otros casos, las arrojaba a la hoguera. A ese grado se ha llegado en esta sociedad actual, con la plena complacencia de un sistema de justicia entorpecido y enfermo de burocracia, pues en tanto, mientras la aparente justicia institucional es de días hábiles, la injusticia es de días hábiles e inhábiles.
Después de los linchamientos y persecuciones, resulta que no pasa absolutamente nada por parte del Estado, y en los medios de comunicación se acaba la noticia y pasamos a otra menos cruel.
Los órganos del Estado se encargan de llenar sus expedientes con datos y pruebas que no sirven más que para justificar la torpeza de las instituciones gubernamentales.
Desde luego que se está viviendo un riesgo muy alto con esta situación actual.
Requerimos, en primer término, enfatizar por parte de la sociedad que la respuesta a estos crímenes no es el linchamiento; que por ello se vive en un estado de derecho.
Pero por parte del Estado y sus instituciones, requieren hacer conciencia de que su pasividad, incompetencia y corrupción está desesperando a la sociedad.
La violencia surge por esa desesperación de la ineficacia del legislador al dictar sus leyes, del Ejecutivo al no aplicarlas, o bien, aplicarlas cuando políticamente, y no jurídicamente, corresponde.
Finalmente, el Poder Judicial y los órganos jurisdiccionales deben tomar la justicia en serio y no como un modo de supervivencia. Por ello es que determinantemente los linchamientos no son justicia alternativa, pero, por otro lado, ya es tiempo de que el Estado y sus instituciones se asomen a la realidad.