Rubén Salazar/Director de Etellekt
www.etellekt.com / [email protected] / @etellekt_
En su conferencia mañanera del 29 de septiembre de 2020, el presidente Andrés Manuel López Obrador sostuvo que una forma de derrumbar a los gobiernos autoritarios es “con la gente, con las grandes movilizaciones”. Más de dos años después, superada la etapa crítica de la pandemia, la gente se ha vuelto a movilizar, esta vez asumiendo la defensa de la autonomía del Instituto Nacional Electoral (INE).
El mensaje ha sido enfático de parte de la ciudadanía y los partidos de oposición que acudieron a la marcha del pasado domingo, en la céntrica avenida Reforma de la capital: no comparten la idea de regresar a las sombrías épocas en las que el gobierno se encargaba de organizar las elecciones, contar los votos e imponer a sus candidatos, mediante la violencia o elecciones de Estado.
Con la presencia del líder del PRI en el contingente, la oposición reunía las fuerzas necesarias para advertirle al presidente que su proyecto de refundación del INE podrá contar con la simpatía del 51% de los mexicanos, como reveló una encuesta reciente contratada por el órgano electoral, pero no con la mayoría legislativa para ser aprobada. Y esto es lo que desquició al presidente, quien no ha dejado de minimizar el mitin en contra de su reforma electoral, porque daba por descontado que la sacaría adelante amagando al líder del PRI y a los legisladores de oposición vía el lawfare, estrategia que le funcionó para que votaran a favor de la reforma que extendió la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.
El presidente no esperaba que fuerzas tan disímbolas en el frente opositor se pusieran de acuerdo para decirle no a su intento de conquistar al INE e imponer como consejeros a personajes de confianza, como ya lo ha hecho en otros organismos otrora autónomos como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (la que por cierto emitió una recomendación al Congreso de la Unión para reformar al INE por vicios de fraude y corrupción del pasado que, según, mantiene vigentes).
Por otra parte, no deja de sorprenderle que en la concentración en apoyo al INE coincidieran figuras tan contradictorias, más por sus pleitos personales que por formar parte de proyectos de nación contrapuestos, como Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo, los que desde 2003 no pueden verse ni en pintura, o que estuvieran presentes representantes de organizaciones de la sociedad civil encabezadas por Claudio X. González, que le han seguido la pista al patrimonio inexplicable de Alejandro Alito Moreno (otro de los asistentes distinguidos a la manifestación). El alcalde regiomontano y aspirante presidencial por Movimiento Ciudadano, Luis Donaldo Colosio Riojas, es otro que no pasó desapercibido para AMLO, marchando al lado de los priístas a los que previamente cuestionó por ultrajar el nombre de su padre, en respuesta a los reclamos de Alito, por no militar en el partido tricolor.
El presidente, por supuesto, no se quedaría cruzado de brazos, mirando impávido cómo a pesar de estos desencuentros sus adversarios unían fuerzas para declararle la guerra electoral con miras a la sucesión de 2024 (a diferencia de las divisiones que abundan entre las tribus de Morena), arrebatándole lo que considera un recinto sagrado que sólo puede ser visitado por sus fieles seguidores: las calles, sin que –además– recibieran chiflido alguno de parte de los transeúntes (con excepción de Alito, al que le reprocharon su respaldo a la reforma militarista de AMLO), como los que ha tenido que padecer con mayor frecuencia el tabasqueño en sus viajes por avión comercial al interior de la República.
En entrevista –el lunes– con Associated Press, anticipé la probabilidad de que el presidente contraatacara con una contramarcha para construir la percepción de que la inmensa mayoría del pueblo desea “democratizar” al INE. Podemos agregar la urgencia de hacerle creer a la opinión pública que Ciudad de México continúa siendo el principal bastión de Morena, que hoy luce más perdida que nunca para ese partido y su progenitor tabasqueño.
AMLO haría válido el pronóstico el miércoles en su homilía mañanera, al convocar a sus mesnadas a un recorrido que encabezará personalmente el próximo domingo 27 de noviembre, el cual partirá del Ángel de la Independencia con destino al Zócalo, aunque no para impulsar su reforma electoral sino con motivo de la celebración de su cuarto año de gobierno, que suena más al arranque oficial de campaña de Morena para conservar el poder en 2024, ansioso de opacar a sus adversarios.
La decisión era previsible en la medida que su agenda no se sustenta en promocionar resultados de gobierno (de los que ha carecido todo el sexenio), se basa exclusivamente en polarizar a la sociedad entre buenos y malos, responsabilizando de la falta de democracia, violencia, corrupción e impunidad del presente a la clase política del antiguo régimen neoliberal, pero resucitando al mismo tiempo al presidencialismo sin límites que prometió erradicar.
Sólo que ahora los papeles se han invertido. Mientras la oposición se ha propuesto tutelar el derecho al voto libre y democrático, AMLO ofrece una oferta política retrógrada, centrada en demoler los cimientos de la democracia y la apalancará sin tener otra opción que el acarreo de beneficiarios de programas sociales o burócratas de otras entidades, en futuros actos masivos en la Ciudad de México, para legitimarla, porque los capitalinos (maltratados por la crisis del Metro y el transporte público, gracias a la deficiente gestión de Claudia Sheinbaum) difícilmente lo acompañarán incondicionalmente como solían hacerlo en el pasado, en su faceta de opositor.
Al presidente le debe preocupar algo más. Pensaba que los ricos también lloran, pero hace una semana se hizo patente que los ricos también marchan y que lo pueden hacer codo a codo con otras clases sociales, si está de por medio la vigencia de las instituciones democráticas.
AMLO no cejará en su empeño de interferir en los futuros comicios y hacer del sistema electoral mexicano un apéndice del régimen, por lo que la oposición debe estar en guardia y mandar a la banca a políticos impresentables que en lugar de sumar puedan restarle bases sociales a un movimiento que ha decidido asumir un reto nada sencillo: custodiar el futuro democrático de México.