Por: Jorge Alberto Calles Santillana / @jacalless
El número de muertes causadas por el coronavirus en México excedió el pasado miércoles las seis mil, cifra que el doctor Hugo López-Gatell había conjeturado que sería el máximo de fallecimientos que la pandemia nos causaría.
En la semana comprendida entre el jueves 14 y el miércoles 20, fallecieron oficialmente mil 613 personas a causa del virus. Esto significa que en esa semana murieron el 26% de todas las víctimas del coronavirus desde que se registró el primer deceso.
Esto es, una de cada cuatro del total de muertes provocadas por el coronavirus ocurrió en esos siete días. Si esa tasa se mantiene, el martes de la próxima semana probablemente estemos contando más de 7 mil 500 víctimas.
Estas cifras se vuelven más dramáticas cuando atendemos la tasa de mortandad del virus en nuestro país: 10.7%. México ocupa un lugar destacado en la tabla de países afectados por la pandemia. Es el décimo séptimo con más contagios confirmados, y sólo es superado en América Latina por Brasil y Perú, los cuales ya han registrado más de cien mil casos.
Si tomamos en cuenta el número de muertes, México es el décimo segundo país del mundo con más fallecimientos y, en este rubro, Brasil es el único país latinoamericano que tiene más registros que nosotros.
Nuestra situación se vuelve más problemática con la consulta de las tasas de mortandad del virus. La tasa mundial es ya cercana al 7 por ciento; la nuestra supera esa media por casi cuatro puntos porcentuales.
México tiene la séptima tasa más alta del mundo. Sólo es superada por Francia, con casi un veinte por ciento; Sudáfrica con dieciséis por ciento, Italia y Reino Unido, con catorce y Suecia y España con doce.
En el contexto latinoamericano, la tasa de mortandad mexicana es definitivamente la más alta. No nos supera ni Brasil, a pesar de ser líder en contagios y número de muertos. Su mortandad iguala a la mundial; tampoco Perú, a pesar de tener una tasa alta, del ocho por ciento.
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Otros datos producen escalofríos: Colombia, Perú y Chile registran tasas de mortandad que van del tres al uno por ciento.
Pero si esta fotografía del fenómeno, ligera y superficial, provoca preocupación, el manejo que se hace de estas muertes resulta ofensivo y no puede sino provocar rabia. Empecinados como estamos por dividirnos más cada día, autoridades y ciudadanos por igual manejamos las cifras de los decesos como materia prima de una competencia inútil porque no conduce sino a perder de vista lo más importante: sean muchos o pocos (y no hay duda de que son muchos), nuestros muertos no son números.
Fueron seres humanos que atravesaron procesos de dolor y angustia y que partieron dejando profundamente lastimados a sus seres cercanos porque no pudieron acompañarlos en sus trances y no tuvieron oportunidad de despedirse de ellos.
Pero además de insensible, la disputa por la relevancia numérica de víctimas conduce a dejar de lado asuntos mucho más importantes.
¿Por qué México está sufriendo la pandemia de esta manera? ¿Por qué nuestros números nos hacen destacar en el panorama mundial? ¿Por qué países latinoamericanos menos desarrollados están siendo menos afectados que México? ¿Quiénes son nuestros muertos? ¿Qué factores individuales y sociales los pusieron en situación de vulnerabilidad?
¿En dónde están muriendo? ¿Por qué? ¿Están recibiendo todos los pacientes atención similar? ¿Existe personal y equipo suficiente para la atención? ¿Por qué México registra, además, un número alto de contagios y muertes entre el personal de salud? ¿Por qué la racionalidad económica empieza a ser privilegiada en momentos en que estamos ante la etapa más crítica de la pandemia?
¿No había, no hay todavía, otra forma de enfrentar esta pandemia? ¿Tenemos tiempo? Es común escuchar por todos lados que de esta pandemia saldremos distintos. Que nos conducirá definitivamente a vivir de otra manera.
Si de verdad estamos comprometidos a cambiar, deberíamos, en primer lugar, ocuparnos con más respeto de nuestros muertos y, en segundo, estudiar lo mucho que sus muertes nos pueden enseñar.
A través de un seguimiento serio y profundo de sus procesos de enfermedad y muerte podremos llegar a conocer qué es lo que, como sociedad, hemos hecho y seguimos haciendo mal. Sólo entonces nos quedará claro qué debimos hacer para evitar que tuviéramos que tener tantos muertos.
Sólo entonces nos quedará claro qué debemos empezar a hacer, desde ya, no sólo para evitar futuras muertes sino para permitir mejores vidas. Si nuestros muertos nos preocupan sólo como argumento político es porque, tal vez, no estemos tomando muy en serio a nuestros seres vivos.