ESCAPADAS
Alejandro Cañedo Priesca
Muchas veces se escribe sobre una ciudad porque vale la pena visitarla, pero, curiosamente, he escrito poco sobre París, una de las ciudades que más despiertan la imaginación de miles en el mundo.
Alguna vez escribí sobre Edith Piaf, la inolvidable cantante, y en otra ocasión sobre Versalles, aclarando que, aunque no está lejos, Versalles no es París.
Reflexionando un poco, la imagen de París que más aparece en esos famosos imanes de refrigerador –un símbolo de destino y deseo– es, de acuerdo con un estudio que leí, la Torre Eiffel.
Este icono se graba en la mente como un llamado a viajar; como un primer paso que invita a soñar con otros lugares.
Tal vez ese imán en el refrigerador, con la Torre Eiffel, sea más que un recordatorio de París; es un trampolín para soñar con el mundo.
Y es que París bien vale una misa, como dijo el rey Enrique IV, según cuenta la historia. Es una ciudad para ver, para degustar y para vivir.
Tiene esa particularidad: parece que, en su esencia, los parisinos viven sus vidas a la vista de todos y, al mismo tiempo, la ciudad está tan bien conservada que invita a los demás a disfrutar de ella también.
Desde cualquier rincón de Europa se puede llegar a París, por tren o por carretera, y muchos mexicanos llegan directo al aeropuerto Charles de Gaulle, bautizado en honor al presidente de la Quinta República.
Otros aterrizan en Orly, ese pequeño aeropuerto internacional que está un poco más cerca del centro.
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Ya en la ciudad hay tanto por descubrir: la Torre Eiffel, por supuesto, y el imponente Arco del Triunfo, que guarda en sí toda una historia; el Jardín de las Tullerías, tan sereno y elegante; y el Louvre, donde el arte te invita a bucear en la historia.
París es la Ópera, el Barrio Latino, y el simple hecho de caminar por esas calles que reflejan siglos de cultura y vida.
Desde un paseo por el Sena hasta el monumental complejo de Les Invalides, donde se exploran otros aspectos de esta gran ciudad, o la majestuosa Notre Dame, testigo de una época y emblema de la resiliencia.
Si hablamos de gastronomía, París es única. No hay mejor momento que sentarse en el Café de la Paix frente a la Ópera y ver pasar la vida parisina.
Eso también es visitar París: no sólo absorber los lugares turísticos y los museos o hacer una parada en Galerías Lafayette para ver la moda más reciente. París es detenerse, observar y dejarse llevar por su ritmo.
En cuanto a los restaurantes que merecen la visita, el Bistro Paul Bert es una joya donde uno puede sentir la huella de los grandes pensadores que han habitado esta ciudad.
O Le Chateaubriand, famoso por ser un reto conseguir una reserva, pero que bien vale el intento.
Viajemos juntos.