Jorge Alberto Calles Santillana
La forma en la que el presidente ha establecido, en estos últimos días, las bases del debate sobre su reforma energética resulta preocupante por dos razones. La primera, las fronteras discursivas con las que delimita el terreno de significación sobre el que la reforma debe ser debatida. La segunda, la línea que ha trazado para delimitar lo que él llama el interés nacional.
En un primer momento, el presidente calificó de “traidores a la patria” a los abogados que pudieran ser contratados por las compañías extranjeras que buscaran ampararse frente a las nuevas disposiciones energéticas.
Posteriormente, cuando un juez concedió la suspensión temporal de la ley, el presidente no dijo que su gobierno presentaría las pruebas necesarias para echar abajo el amparo, sino que demandó revisar el proceder del juez.
Asimismo, señaló que con las reformas de Peña Nieto de pronto se “crearon jueces” para defender los intereses extranjeros. Acusó, además, a funcionarios de gobiernos anteriores, incluyendo al expresidente Felipe Calderón, de haber trabajado para esas compañías después de haber sido parte del gobierno. En la medida en que más suspensiones han sido concedidas por otros jueces y en que los miembros del Poder Judicial, por un lado, y grupos de abogados, por otro, han respondido que su único compromiso es con la Constitución, el presidente ha propuesto enviar al Congreso reformas constitucionales que hagan posible su proyecto energético. Para sustentar su posición, recordó que él es perseverante y que no cederá ante presiones.
Fiel a su costumbre, el presidente ha empleado su tribuna y su tiempo mediático para trazar las coordenadas del debate. El proyecto energético aprobado por el congreso debe ser entendido como un asunto en el que el interés nacional legítimo se contrapone al interés extranjero usurpador. Así pues, o se está necesariamente a favor de México o en su contra. A favor del proyecto presidencial o en su contra.
Sólo existen dos posturas: de un lado, la correcta, nacionalista, orientada a rescatar lo nuestro. Del otro lado, los intereses extranjeros, saqueadores, y los grupos nacionales traidores corruptamente coludidos con ellos. Para el presidente, la internacionalización de la economía es un fenómeno inexistente.
Más problemática es su concepción particular de país. Preserva la noción del México que de niño le tocó vivir desde la comunidad macuspanense.
López Obrador asume que su visión de la historia y de la situación actual del país es la única posible. Todas las otras son erróneas en mayor o menor grado, dependiendo qué tan cerca o lejos estén de la suya. Por eso es que a su obcecación la llama perseverancia.
No me preocupa que decida reformar la Constitución. Tiene el derecho a hacerlo porque es propio de los regímenes democráticos modificarse cada vez que perciban que deben hacerlo. Me preocupan, en cambio, dos cosas: que lo haga sobre las bases de un discurso simplista, maniqueo e ideológico y que lo haga cuando las elecciones intermedias están en puerta.
Que vivamos una economía globalizada no significa, efectivamente, que el interés nacional pierda relevancia.
Sin embargo, habría que definir con cuidado y claridad ese interés. ¿Por qué defender el interés nacional? Porque los mexicanos debemos tener mejores niveles de vida y merecemos el respeto internacional. Por ello debemos elegir métodos de desarrollo que nos garanticen mejores oportunidades de vida, mejores servicios y una presencia internacional fuerte. Por ello, un proyecto energético moderno viable es necesario. Por eso el fenómeno no debe abordarse de manera simplista y demagógica, sino con sustentos estratégicos y técnicos. Si México no cuenta con la capacidad técnica ni financiera suficientes, las compañías extranjeras y privadas deberían ser bienvenidas bajo una legislación clara, estricta, que garantice su presencia y desempeño.
Ni lo extranjero es necesariamente corrupto y estafador, ni lo nacional es por definición bueno y eficiente. Las concepciones ideológicas jamás han facilitado el desarrollo; al contrario, lo han deformado y entorpecido.
Me resulta inevitable, además, preguntarme si el uso electoral que el presidente está haciendo de este debate no prefigura el camino cada vez más estrecho que habrá de escoger en los últimos tres años de su mandato. Si consigue la mayoría en el Congreso, ¿qué otras reformas constitucionales veremos en los próximos años para que el presidente consiga que el México real se corresponda con aquel México de antaño que tiene en su cabeza?
No, perseverancia y obcecación no son lo mismo. Ser perseverante para avanzar es un mérito. Ser obcecado, por el contrario, es terriblemente peligroso.