Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
En las últimas semanas se ha producido un destacado incremento de noticias relacionadas con la exploración espacial que han captado la atención a nivel global.
Uno de los hitos más notables ha sido la exitosa misión de la India en la conquista del polo sur de la Luna, llevada a cabo mediante la sonda Chandrayaan-3.
Esta nave de avanzada tecnología ha desplegado con éxito el rover Pragyaan, el cual actualmente se encuentra explorando la superficie lunar.
Otra noticia que ha acaparado la atención a nivel mundial es la lamentable pérdida de la sonda Luna 25 de Rusia, lo que eliminó la posibilidad de que esta nave se convirtiera en la primera en aterrizar exitosamente en el polo sur de la Luna.
En los últimos días, la NASA publicó una imagen del cráter dejado por la sonda, que se encuentra a una distancia de 400 kilómetros del punto de aterrizaje.
Finalmente, en el ámbito de la recolección de muestras, también surgieron dos noticias relevantes.
La primera se relaciona con la misión china Chang’e-4 y su rover Yutu-2, que han realizado exitosamente la recolección de muestras de minerales del manto lunar en la cara oculta de la Luna.
La segunda noticia se centra en los preparativos de la NASA para recibir las primeras muestras de aproximadamente 250 gramos de material rocoso provenientes del asteroide Bennu.
Todas estas noticias nos permiten soñar con una conquista cercana de otros planetas y la pronta colonización de la Luna, pero el problema no es tan sencillo.
La protección planetaria es un objetivo mundial que ante todo debe evitar la contaminación biológica entre los cuerpos celestes del Sistema Solar.
A medida que exploramos y colonizamos otros mundos, existe el riesgo potencial de que agentes biológicos foráneos, transportados involuntariamente a la Tierra por las misiones espaciales, puedan impactar nuestra ecología.
Este desafío dual, la protección de otros cuerpos celestes y la protección de la Tierra, nos impulsa a adoptar las medidas más estrictas y avanzadas en términos de bioseguridad en todas nuestras misiones espaciales.
La esterilización meticulosa de equipos y naves espaciales, el seguimiento de protocolos de cuarentena y la limitación del acceso humano en ciertas áreas de exploración son sólo algunos ejemplos de las precauciones que tomamos.
La protección planetaria no sólo es un imperativo ético, sino también una responsabilidad legal y científica.
La exploración del espacio exterior nos brinda la oportunidad de comprender mejor nuestro lugar en el Universo y buscar posibles formas de vida extraterrestre, pero también nos exige un compromiso sólido con la preservación y el cuidado tanto de nuestro hogar terrestre como de los mundos que deseamos explorar.
Al abordar este desafío con la debida diligencia, podremos continuar soñando con la conquista de otros planetas y la colonización de la Luna, al tiempo que garantizamos un equilibrio sostenible entre la exploración espacial y la preservación de la vida en la Tierra.
Con el objetivo de cuidar la contaminación planetaria, se creó el Comité de Investigación Espacial (COSPAR), fundado en 1958, organización internacional no gubernamental que reúne a científicos espaciales de 44 países.
Su Panel de Protección Planetaria tiene la responsabilidad de establecer cinco categorías distintas para la exploración espacial, considerando tanto el nivel de riesgo asociado a las misiones en términos de contaminación biológica, como el grado de interés astrobiológico del cuerpo celeste estudiado.
Dentro de estas categorías, la Categoría IV se enfoca en misiones de aterrizaje o exploración en superficie de objetivos que poseen el potencial de albergar vida y, por lo tanto, son susceptibles de contaminación con microorganismos terrestres.
Por otro lado, la Categoría V aborda misiones que implican la recolección y retorno de muestras a la Tierra.
Estas últimas son consideradas misiones de alto riesgo y requieren dispositivos de contención de muestras no esterilizadas, que son tratadas como altamente infecciosas hasta que se demuestre de manera segura que no lo son.
Estas categorías imponen la necesidad de desarrollar rigurosos métodos de construcción y ensamblaje de naves espaciales que minimicen cualquier riesgo potencial de contaminación biológica, acercándose lo más posible a la esterilización absoluta.
Este enfoque garantiza que no se generen falsos positivos que puedan interferir con los experimentos de astrobiología y asegura la integridad de los entornos extraterrestres que estamos explorando.
En la actualidad, todas las naves espaciales se someten a un minucioso proceso de limpieza con el fin de garantizar que no transporten microorganismos a bordo.
Estas naves son construidas en entornos de salas limpias, donde los trabajadores visten trajes especiales y máscaras quirúrgicas.
Numerosas piezas son sometidas a limpiezas con solventes, expuestas a vapor de peróxido de hidrógeno y sometidas a variadas temperaturas, según su composición y contacto con el entorno exterior.
Sin embargo, los astronautas son, en esencia, portadores de una gran diversidad de microorganismos, lo que hace que mantenerlos completamente aislados, sea prácticamente imposible.
Las futuras misiones tripuladas a la Luna y Marte plantean desafíos significativos en términos de contaminación directa y una posible contaminación inversa de la Tierra, a través de los microorganismos transportados por astronautas.
Los astronautas, sin duda, serán portadores potenciales de contaminantes, y abordar estos riesgos constituye un inmenso desafío técnico y humano.
Debemos asegurarnos de que las naves espaciales o las muestras extraterrestres que retornan a la Tierra no contengan elementos que puedan representar un riesgo para los habitantes y ecosistemas.
La misión de evitar la contaminación de cualquier cuerpo celeste por microorganismos terrestres se está volviendo cada vez más compleja.
Los errores en este sentido no sólo ponen en riesgo la posible existencia de formas de vida extraterrestres, sino que también plantean la amenaza inversa: la posibilidad de que algún organismo marciano pueda sobrevivir al viaje a la Tierra y contaminar nuestros ecosistemas.
Los próximos años plantearán nuevos desafíos para la protección planetaria. A medida que más países desarrollen su capacidad de vuelo espacial, aumentarán las oportunidades de contaminación en otros lugares del espacio.
La protección planetaria se convierte en un equilibrio delicado entre la búsqueda del conocimiento y la preservación de la diversidad cósmica.
A medida que avanzamos en nuestra exploración del espacio, debemos hacerlo con una consciencia profunda de nuestro papel como guardianes del Universo y con un compromiso firme de respetar y proteger los mundos que exploramos.