Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / correo: [email protected] web: parmenasradio.org
En los últimos años se ha implementado una serie de ataques en el mundo, particularmente en contra de la Iglesia católica, institución milenaria, de lo poco que aún subsiste desde los tiempos antiguos de nuestra humanidad.
Los ataques no solamente son respecto a las finanzas del Vaticano, sino también por no “modernizarse” en su posición ante los métodos anticonceptivos, el tratamiento de las personas homosexuales y la ausencia del sacerdocio para las mujeres.
También por su postura ante los divorcios, de los suicidas, respecto a los sacerdotes pederastas y la falta de investigación y sanción para ellos, el aborto y la eutanasia, entre otros.
Por ello es que nos deberíamos preguntar: ¿quién defiende a la Iglesia católica?
De lo que sí somos testigos y tenemos pleno conocimiento es de quién ataca a la Iglesia católica. Las razones son muchas, algunas de éstas lejos de cuestiones teológicas y filosóficas, refieren que se trata de una institución antigua.
Por ello mantiene muchas concepciones del tratamiento del ser humano que estorban a la actualidad, pues la iglesia conserva la resistencia sobre la esencia de cada ser humano, el respeto a la dignidad de cada mujer y hombre, el que no se trate y se asuma la persona humana como un simple consumidor, que es la concepción de lo que prevalece en la etapa de la postmodernidad.
En los tiempos antiguos se sostenía que el ser humano desplegaba tres acciones y, por ende, había tres verbos permanentes: arar, guerrear y orar. Esas eran las acciones diarias de los seres humanos en la antigüedad.
En la etapa de la modernidad se sostenía que el ser humano desplegaba dos acciones y, por consiguiente, dos verbos: producir y consumir.
Finalmente, en estos tiempos se asume que se ha reducido la acción del ser humano en: consumir.
Y es que la propuesta del pensamiento humano de la actualidad que nos gobierna es que el ser humano esté consumiendo permanentemente, eso no le permite pensar, ni reflexionar, desde luego; cada quien según sus condiciones y capacidades es un consumidor.
Habrá quien consume vuelos de avión, viajes y vinos excéntricos; también quien alcanza solamente a consumir lo esencial, o bien, a quien el Estado, sin tratarlo como ciudadano sino como consumidor de sus servicios, le suministra despensas, bonos o ayudas económicas.
Por ello es que hoy sobresale el denominado Estado social de derecho o Estado prestatario, cuya aparente finalidad es suministrar derechos sociales a la población, como son: vivienda, alimentación, acceso a la cultura, educación.
Incluso, hay quien hace uso de los tribunales, particularmente de los presidios o cárceles, como sucede actualmente en el derecho penal de Estados Unidos de América, en donde esta rama del derecho se ha usado como un estimulante de la economía.
Lo anterior, debido a que trata a los procesados, a los encarcelados, como consumidores; basta con observar que en ese país existen cárceles concesionadas, en manos de particulares que son empresas que cotizan en la bolsa de valores de Nueva York.
El “mundo-consumo” que nos tocó vivir no atiende y comprende a las personas tratándolas como ser humano con sus propias capacidades y libertades, como es uno de los principios de la Iglesia católica.
Actualmente son tratados en forma masiva, conformando parte de la gran población, por ello es que la Iglesia es incómoda para esa concepción actual; es una institución que se resiste a reducir al ser humano en un simple consumidor.
A principios del siglo XX, en la novela emblemática El mundo feliz, de Aldous Huxley, se hace mención de que, en un futuro, los seres humanos solamente vivirán en el confort, comodidad, bienestar y agrado.
Es por ello que cuando la salud ya no dé para más, según esa novela, estará la droga mortal, es decir, habrá técnicas para la eutanasia, que significa “el buen morir”, y que ya ha sido autorizada en algunos países de Europa e incluso de América Latina, como es el caso de Colombia.
Hoy, la propuesta de la Iglesia católica es contraria a esa posición que nos gobierna, la de tener de buenas a la población como simple consumidora, para que no piense, ni incomode al sistema o a los grandes recursos financieros, como alguna ocasión se escribió en esa novela del siglo XVI, El tirante blanco, del valenciano Joanot Martorell.
En ella, el autor asume que para el tirano “es preferible ser amado que temido”; esta fórmula actualmente coloca a cada ser humano como un consumidor y es contraria a la propuesta de Nicolás Maquiavelo.
Él escribió que “es preferible ser temido que amado”, principio que gobernó por mucho tiempo hasta que llegó el mundo del consumo, al cual le es incómoda la Iglesia católica, que es la resistencia de cómo se percibe hoy a la humanidad.