Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Razones sobran para que el próximo 6 de junio los mexicanos salgan, como nunca antes, a votar para ejercer un derecho y una obligación ineludible en estos tiempos inciertos. Pero hay una en particular que se sobre pone a todos los escenarios y promesas: el voto de cada mexicano consciente definirá el modelo de nación y la forma de vida que regirá a una sociedad activa y consciente o a un pueblo adormecido y resignado.
Antes de los “tigres dormidos”, “los toros bravucones” y las “masas justicieras”, debe prevalecer una nación con leyes e instituciones que garanticen los equilibrios de una sociedad que exige un alto a los abusos, a las mentiras a los saqueos que sin pudor alguno han realizado sistemáticamente todos y cada uno de los que han logrado con manipulaciones y engaños, llegar al poder en esta nación extraviada desde hace décadas.
México ha sido y sigue siendo el gran territorio a conquistar, el gran botín que saquear de manera descarada ya no solamente por extranjeros de traje y corbata, sino también por un puñado de mexicanos cómplices que desde los gobiernos, saben perfectamente que los habitantes de este país tenemos tanto, que no nos han interesado hasta ahora, sus abusos descarados.
La verdad es que hoy ya no sólo se trata de esas riquezas materiales o de esas concesiones ocultas que tanto le arrebatan a los mexicanos. Por lustros se apoderaron de tierras, recursos, dinero y más, pero hasta esa voracidad respetaba el limite inteligente de no violar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos para poder seguir robando a placer en el futuro.
Sin embargo, hoy las cosas y las reglas han cambiado, todo indicaría que la actual Constitución ya no parece ser un límite sino un nuevo comienzo. Hoy debemos resaltar y admitir que los que aquí vivimos aún no estamos conscientes de ese escenario y por tanto no hemos apreciado, ni siquiera, la enorme fortuna de vivir con la libertad de una sociedad madura.
El dicho de “Nunca nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido…” ya se asoma sin pudor en la cabeza de los incautos.
Es así que bajo la lógica de que los mexicanos no sabemos tomar decisiones ni estamos preparados para vivir en un país democrático, hoy hay la incuestionable posibilidad de ser tratados no como a una sociedad, sino como a un pueblo de ignorantes conformistas y no más.
De ese escenario, sólo nosotros somos responsables.
La dolorosa realidad es que esta sociedad mexicana ha cometido por décadas, el pecado imperdonable de la indiferencia sumado a una vergonzosa memoria de muy poco alcance.
La sumisión ante el abuso de poder, el desinterés ante el robo sistemático, la simulación ante la descomposición de la clase política, la dejadez ante el descaro de sus gobernantes y el peor de todos: la complicidad activa o masiva ante una corrupción indiscutible, hoy se ha convertido justamente en el pretexto idóneo para desmantelar todo lo que fue construido en décadas de mucho esfuerzo, pero también de mucha permisividad.
En medio de este contexto, también vivimos un escenario inesperado y complejo como lo es la peor pandemia en el último siglo, las sociedades del mundo están concentradas en el aquí y en el ahora, luchando por preservar la salud y la supervivencia.
La temible enfermedad ha creado también el escenario perfecto para desnudar y exhibir con absoluta crudeza todas y cada una de las fallas de un sistema desequilibrado, corrupto y perverso que ha sometido a cientos de millones a cambio de una mera ilusión como lo es la posibilidad de tener un “mejor mañana”.
Justificadamente, la gran mayoría de los habitantes de este planeta estamos “ocupados” o “distraídos” en tratar de contener la enfermedad del siglo, sin percatarnos (o pero aún), sin querer cobrar conciencia de que los mismos que nos hoy nos dicen como cerrar la puerta para evitar el mal, están abriendo descaradamente las ventanas para que las adversidades nos acorralen y nos arrodillen sin remedio a su voluntad.
Esta sin duda es la prueba de madurez y hasta patriotismo más compleja por la que las sociedades democráticas están obligadas a pasar: Ser capaces de atender una emergencia mundial para no perder la salud, pero al mismo tiempo, mostrarnos tajantes e inflexibles para no entregar la capacidad que aún tenemos de decidir por nosotros mismos.
El ejemplo más reciente lo vivimos hace apenas unos días, con la elección en la que los norteamericanos tuvieron que decidir y defender, con una rodilla en el suelo, el modelo de nación que quieren seguir siendo después de la pandemia.
Es incuestionable que a los vecinos del norte, los contagiaron, los dividieron, los atemorizaron, los condicionaron y les vendieron en el peor momento, la eterna promesa de ser salvados por un personaje mentiroso, sobrecargado de odio, rencor y desprecio por los valores más elementales.
Los vecinos, en su peor escenario, decidieron hacer un alto para valorar todo lo que realmente estaba en juego, después, salieron a tomar las urnas para dar un mandato lo suficientemente claro e irrefutable para que nadie, ni su propio presidente, pudiera cambiar la orden que un pueblo despierto y consciente había tomado ya.
El mismo escenario se vivirá en múltiples naciones, incluida la nuestra, donde los votantes tendrán que decidir entre un presente peligrosamente “cómodo” o uno cargado de trabajo, responsabilidades y decisiones que ya no pueden ser ignoradas y otorgadas a otros para que decidan por nosotros.
Las actuales circunstancias nos obligan a todos a dejar de simular que “las cosas van bien” o que “hay otros que están peor”, ya no hay tiempo para la indiferencia o para la dejadez típica de los mexicanos acostumbrados a los escándalos sin consecuencias o a las mentiras sistemáticas de políticos descarados e impunes.
Esa es pues, la prueba para las clases políticas y gobernantes acostumbrados a hacer a sus anchas ante pueblos distraídos por lo vaivenes de su propia historia escrita desde una indiferencia imperdonable.
El reto para los gobernados es dejar de ser menos habitantes para comenzar a ser más ciudadanos.
El 6 de junio no sólo viviremos las elecciones más grandes de la historia de México, sino escribiremos la historia de las votaciones que definirán justo el modelo de país que queremos para nuestras futuras generaciones.
Como nunca, los mexicanos tendremos nuestro futuro en las manos.