Iván Mercado
El hombre valiente no es el que siente miedo, sino aquel que logra conquistarlo…
Nelson Mandela
Expresidente de Sudáfrica
Los datos duros de la actual pandemia cada vez son más difíciles de entender, aceptar y justificar en una sociedad mundial atrapada entre el miedo y la desinformación.
Los números más recientes (domingo 3 de mayo) de la Universidad Johns Hopkins, referente obligado en esta numeralia pandémica, establecen que la enfermedad por el COVID-19 ha infectado alrededor de 3 millones 460 mil seres humanos y causado la muerte de 245 mil personas en todo el planeta.
La primera cifra es el 0.00046% de la población y la cifra de defunciones equivale al 0.000032% de quienes habitamos en este planeta.
No menospreciemos estos datos y contrastemos con la historia.
Durante el siglo XIV, la Peste Negra o Peste Bubónica causada por la bacteria Yersinia pestis mató a 75 millones de personas en el continente europeo. A pesar de la devastación, nunca se pensó en el aislamiento como una forma para evitar el contagio.
Entre 1918 y 1920 se registró la llamada Gripe Española, otra gran pandemia, fue responsable de la muerte de por lo menos 100 millones de seres humanos en un planeta de 2 mil millones de habitantes. Tampoco hubo una idea de confinamiento, era imposible ordenar cuarentenas al cierre de la primera guerra mundial.
Hoy, el coronavirus está presente en el 93% de las 194 naciones reconocidas como soberanas por la Organización de las Naciones Unidas.
Y ésta, la pandemia más difundida y publicitada en la historia de la humanidad, mantiene encerrados alrededor de 3 mil millones de seres humanos. Sí, una enfermedad que ha cobrado la vida de 245 mil personas en un planeta de 7 mil 500 millones de seres humanos.
Algunos datos duros.
Cifras oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) arrojan que cada año mueren en el planeta alrededor de 650 mil personas por el virus simple de la gripe y sus variantes.
La misma institución internacional reporta que el año pasado la diabetes le quitó la vida a 4.2 millones de personas en el mundo.
La hipertensión es responsable de la muerte de más de 9 millones de muertes en humanos cada año.
El cáncer arrebata la existencia a 10 millones de personas durante el mismo lapso.
Incluso los accidentes viales son reportados por el organismo internacional con un millón y medio de muertes cada año en el planeta.
Y de la violencia en el mundo (en particular en México) mejor ni consignar.
De estos datos, poco se reflexiona y mucho menos se difunden.
Entonces, con estos antecedentes numéricos, ¿qué justifica este fenómeno de confinamiento inducido e incluso obligatorio en muchos países?, ¿la falta de previsión?, ¿la ausencia de cálculo?, ¿la desidia de aplicar pruebas?, ¿la inocencia colectiva? o la perversidad calculada.
Por supuesto, es incuestionable la intención de buscar salvar vidas ante una enfermedad de la que realmente hoy sabemos muy poco.
Sin embargo, resulta clave y hasta estratégica, la necesidad de comenzar seriamente a cuestionarnos varios escenarios que ya se imponen a nuestra fragilidad física expuesta por un virus.
Cuantos de nosotros nos hemos preguntado: ¿cuál será el costo de este confinamiento social sin precedente en la humanidad?
Los padecimientos de enfermedades mortales así como crónico degenerativas siguen su curso y los pacientes han dejado de atender sus males por miedo a ser contagiados de coronavirus en un hospital donde antes, luchaban por salvar la vida.
¿Quién está dando un seguimiento a todos esos enfermos y enfermas de padecimientos crónicos y terminales, si prácticamente todos los y las especialistas así como personal médico están librando una batalla contra la nueva cepa?
Por otra parte, están los seres humanos sanos, es decir, aquellos que hasta hace unas semanas no reportaban una enfermedad que requiriera un diagnóstico y un tratamiento específico.
Una enorme población mundial a la que su sistema inmunológico le permite hacer frente a virus, bacterias y degeneraciones celulares porque precisamente sus defensas combatían a diario un entorno microscópico hostil.
Pero, ¿qué sucede si a diario despejamos cualquier patógeno que pudiera entrar a nuestros sistemas…?
Muchos expertos en infectología, microbiología e inmunología sostienen que al estar aislados temporalmente,
nuestras defensas bajan naturalmente por no tener enemigos que enfrentar y derrotar.
Entonces, ¿qué podría suceder al momento de salir de este encierro inducido, en una población sobre estresada y con un sistema inmunológico “dormido”?
La respuesta de los mismos especialistas coincide: la población sana será más susceptible a enfermarse de males
comunes y a desarrollar también males complejos.
¿Quién observa esta posibilidad?
Otro frente son los casos de depresión, ansiedad, violencia y otros muchos males del psique que han aumentado desproporcionadamente en todo el mundo por un encierro de semanas y meses, un proceso que se agrava no sólo por el recogimiento como tal, sino por la incertidumbre que subyace en el colectivo ante la nula información que nos permita saber cuándo volveremos a la vida “normal” … La vida que llevábamos todos antes de esta franca psicosis en la que estamos sumergidos.
¿Quién con seriedad y rigor está dando seguimiento a los miles y miles de casos de suicidios, abuso de menores, maltrato familiar, feminicidios y hasta homicidios cometidos por adultos acorralados emocionalmente por el confinamiento, el alcohol, las drogas y emociones como el miedo a un futuro incierto y la rabia por todo lo perdido en unos cuantos días?
En la entrega pasada escribí acerca de los efectos de un tsunami económico inimaginable. Ese es ya, un profundo y delicado capítulo que inevitablemente nos conducirá a conflictos sociales y de violencia sin precedente.
Por eso hoy, insisto en la importancia de cuestionarnos no solo cuando volveremos a salir, sino ¿cómo serán las “reglas” no escritas, pero si sembradas por una nueva realidad en la que la sana distancia es entendida ya, como un mecanismo necesario para evitar riesgos?
Preguntémonos: ¿qué pasará con la movilidad de este planeta?, ¿qué pasará en centrales de autobuses, trenes, aeropuertos?, ¿quién se animará estar horas en un aeropuerto para abordar un avión? o ¿quién querrá embarcarse de nueva cuenta en un crucero, si este virus llegó para quedarse?
¿Qué pasará con la confianza de por sí diezmada entre los seres humanos, con la fraternidad, con las simples pero necesarias expresiones de afecto y sobre todo, con la inteligencia emocional, esa que nos ha permitido hasta ahora coexistir medianamente?
Antes del coronavirus, ¿a quiénes se les imponía la llamada “cuarentena” en casos de enfermedades con potencial transmisión?, ¿a las personas enfermas o las personas saludables?, ¿es sano (en todos los sentidos) que haya 3 mil millones de personas confinadas en este momento?
Reflexionemos: ¿es esta la estrategia correcta para enfrentar a la nueva pandemia del siglo XXI?
Cuestionémonos: ¿quién gana y quien pierde con esta especie de “Nuevo Orden Mundial”?
Es irrefutable que este virus golpea estratégicamente en el punto más vulnerable de los humanos: El miedo.
Es tiempo de cuestionar.