Por: Adolfo Flores Fragoso/ [email protected]
A pesar de que Puebla es una ciudad fragmentada, es una aldea armada como un rompecabezas de indiscreciones
Lo que en siglos pasados fueron barrios y colonias, hoy los fraccionamientos del sur poblano –entre sus muros de privacidad a prueba de extraños–, son los exclusivos centros de cuchicheo donde rebotan los chismes cotidianos de señores y señoras que todo lo cuentan frente al peluquero, los meseros, la “muchacha”, y ante los oídos de las amigas y las primas indiscretas, que son las peores.
Angie conoció a Ricky antes de la pandemia en cierto gimnasio, esos donde gastan el dinero del esposo adquirido por las “tres leyes”, o proveniente del padre o madre despistadamente solventes. Es obvio que hay que falsear sus nombres, como lo dictan las buenas conciencias poblanas. Cumplo, entonces.
Ella y él se convirtieron en amantes, a tales grados de esa pasión que se desliza desde los hombros suaves de ambos, hasta los pies con uñas debidamente tratadas. Y viceversa.
Esa que despierta mariposas y abejas debajo de las sábanas.
Esa que es sudada entre una secreta lencería, sin la advertencia de otras probables humedades.
Esa que enerva la adrenalina de la llamada infidelidad.
Esa que logra sentir, por unos labios, la verticalidad de sus labios. Derretidos, a veces.
Esa que logra la precisión de un reloj para terminar y decir adiós en la hora correcta.
Ella, casada.
Él, indiferente al destino y a lo que pueda gastar en ropa cara, la que es su banal y muy pobre pasión.
Pero en cierta hora atrevieron “apagar el ruido” que los rodeaba, como didácticamente lo describió Albert Camus en algún libro, loco autor que pudo haber descrito ese vínculo entre la enfermedad y la desnudez en tiempos de pasión.
El virus acabó con esos sus aquellos encuentros.
Pero fue muy tarde.
El escándalo se convirtió en una cascada de dichos en una lujosa vecindad –y lo que le sigue–, enfrente de Lomas, por cierto.
Un encharcamiento de chismes lodosos, escandalosos.
Consecuencias de cautivar y aprehender a un joven “respetable y honorable”, de atrayente estatura, de buenos apellidos y modales.
Obvio, algo pasó después de días húmedos también transcurridos.
De esas lluvias que anuncian lágrimas y destinos que terminan siendo alguna crónica mal redactada en algún diario de circulación local.
Ella, esposa, propiedad de un señor “pudiente” quien tomó una decisión tan fría como sus amasadas cuentas bancarias. La mayoría a nombre de prestanombres, tan común en Puebla, hay que decirlo.
Los abogados hicieron el resto.
Con ese silencio que es más pesado que una lápida que nadie colocará sobre el cuerpo desnudo de una mujer sin el vestido “de marca” despojado y tirado en alguna barranca.
También hay alguien al que le espera una fosa común en algún lugar inevitable. Lejos de Puebla, por supuesto.
Para eso les pagan a los sicarios y a los abogados potentados, influyentes y hasta “ricos” –menos en sus camas–, surgidos de novelas negras.
Siempre lejos de esta ciudad fragmentada por la doble moral callada.
Tan “queda”.
Tan callada.
De esas buenas conciencias poblanas que regularmente –mas no siempre– vienen y provienen de las autonombradas “buenas” familias.
Esas que hablan quedito.
Muy quedito.
Con tantos secretos de alcoba.
Pobrecitos.
Pero en Puebla, al final de las cuentas, todo se sabe.
Secretos que no saldrán en el noticiario de mañana.
Pero en Puebla, todo se sabe.