Por: Daniel Aguilar/ Twitter: @Danny_aguilarm
2, 2 y 2
Esta semana se celebrará el Juego de las Estrellas de la MLB, en Colorado, luego de la polémica que se suscitó con la casa de los Bravos, un encuentro que año con año pierde interés en muchos rubros.
Recuerdo la edición de 2002, un día antes en el Festival de Cuadrangulares, vimos un duelo titánico entre Sammy Sosa y Jason Giambi, donde el zurdo de los Yankees hizo mejor labor para llevarse el título.
Mientras el dominicano se encargó de despedazar la pelota en toda la estructura del Miller Park, el Giambino de Oro sólo la puso detrás de la barda del jardín derecho. Al día siguiente vimos un momento que se quedó marcado en la historia de la pelota.
Un empate, donde los managers salían a hablar con los umpires para decir “no va más”, situación que hizo mover los hilos en las oficinas de MLB y alguien tuvo la grandiosa idea de determinar que la liga ganadora del clásico de media temporada obtendría la ventaja de localía en la Serie Mundial.
Para 2003, luego del cuadrangular de Aaron Boone, en la Serie de Campeonato ante los BoSox, los Yankees pudieron abrir el Clásico de Otoño en casa; y aunque no pudieron sacar ventaja, ya que perderían en seis juegos ante los Marlines, marcó un interés para el Juego de Estrellas. Como lo había para los peloteros, recuerdo al hijo de Jorge Posada saliendo al campo cuando el sonido local anunciaba a su padre, cuando Rodríguez Navarro cedía su posición en el campo corto a Ripken Jr, los spikes conmemorativos del evento, a Ortiz Arias frente a Howard en PNC Park.
A Ichiro robando un cuadrangular a Barry Bonds, en fin, eso era el Juego de Estrellas. Después, a un genio del marketing se le ocurrió quitarle ese premio a la liga ganadora del Juego de Estrellas y sólo quedó ahí, en el nombre y un hecho intrascendente. Aunque quiero aclarar, el término como tal sigue siendo el correcto, los peloteros que van representando a su equipo (si es que lo quieren hacer), son estrellas. Juegan en el mejor beisbol del mundo, no hay que discutir eso.
Luego viene la parte de los votantes y el debatir qué tan justo es que tú elección dependa de los fanáticos. Si entendemos que todos son estrellas, debería llamarse el Juego de la Popularidad, no estoy en desacuerdo con los votos, pero no me convence del todo. Aunque si hablamos del proceso de elección, tampoco veo tan mal que los lanzadores los elija el mánager, no, si el mánager es cualquier otro que no sea el idiota de Roberts.
Lo del mexicano Julio Urías, se me hace una falta de respeto, así lo diré, sin las palabras que en realidad se merece su mánager y la situación. Del Festival de Cuadrangulares no sé si me convence todavía que sea contra reloj. Me tocó ver el que era por outs y, sí, me parecía eterno y cansado, pero tenía algo.
El que es por tiempo tiene una adrenalina especial, claro que sí. Pero al final, sigo convencido que la era moderna del beisbol ha perdido esa esencia. O simplemente me estoy haciendo viejo y gruñón, como diría mi amigo Manuel de la Torre. A disfrutar entonces y, a razón de equivocarme, estoy convencido que este encuentro se ha convertido en algo tan gris que con el llamado Ohtani no pasará absolutamente nada.