Fue el 21 de febrero de 2010.
Un momento feliz.
El día que se consumó la Crónica de una Imposición Anunciada.
El momento en el que Mario Marín concretó su más importante acto de poder:
La designación de su candidato.
Y el inicio de lo que supuso la prolongación sexenal de su proyecto político personal.
El hecho fracturó al grupo marinista y sembró el encono en la Gran Familia Priísta.
Peor aún: dio vuelo a una oposición que por primera vez se vio con opción de llegar a Casa Puebla.
Como está consignado en la historia, nada le salió al “góber precioso” como lo planeó, o como lo soñó.
Javier López Zavala se convertiría, a pesar de sí mismo, en el primer candidato del PRI en perder la gubernatura.
Fue, en esencia, un filicidio: “Cuando el padre (o la madre) atenta contra la vida de su propio hijo”.
Pero esa, como dice el clásico, “es otra historia”.