Tal vez porque suelen ser muy pretensiosos, pero lo cierto es que no siempre los Reyes Magos cumplen a cabalidad los deseos de sus remitentes.
Aun así, tal vez ahora Melchor, Gaspar y Baltasar sean más generosos cuando noten que la misma petición tiene amplio consenso en todas las latitudes del mundo.
Ni oro, ni incienso, ni mirra.
Para el año que se inicia, lo que todos quieren, ambicionan y reclaman, es que termine la pandemia de COVID-19.
¿Es posible?
Sí, pero hay condiciones.
Como a los niños que piden juguetes y dulces a cambio de portarse bien, a la humanidad se le exigen requisitos.
“Portarse bien” también es importante, que en este caso significa tener sentido de responsabilidad y conciencia social.
Vacunarse, usar cubrebocas, lavarse las manos, recurrir al gel antibacterial y conservar la sana distancia son factores indispensables, pero no todos lo hacen.
En ese ámbito de compromisos, los gobiernos tienen un peso mayor.
Además de promover con intensidad las campañas de vacunación y fortalecer sus sistemas de salud, deben generar las condiciones necesarias mediante la aplicación de medidas inteligentes, certeras y oportunas.
Deben actuar como líderes, no como políticos.
Hacerlo además al margen de ideologías y de intereses grupales.
Es fundamental actuar de modo previsor, anticiparse, ser proactivo, no minimizar y hablar siempre con la verdad.
¿Lo están haciendo?
Como tarea de todos, habría que empezar a convencernos de que viviremos un largo rato bajo la sombra de una enfermedad viral todavía insospechada.
La pandemia no acabará pronto, aun cuando científicos están confiando en que el coronavirus se convierta en una enfermedad endémica con la que deberemos aprender a convivir.
Tal vez a mediano plazo sea controlable, como la gripe.
Especialistas en sanidad pública consideran que, además, el mundo dispone ahora de herramientas y pericia para dominar el virus. Ya es un avance.
También a diario hay nuevos hallazgos. Se habla ahora de una pastilla capaz de controlar los efectos del virus, pero falta mucho para aniquilarlo.
Existen, no obstante, otras visiones menos optimistas.
Se dice que cuanto más circule el virus, más probable es que emerjan otras variantes más contagiosas, más resistentes a las vacunas… incluso más mortíferas.
Por lo pronto, esta misma semana fue descubierta en Francia una nueva modalidad de COVID-19 con 46 mutaciones, denominada “IHU”, que se habría originado en Camerún y propagada a unos 12 pacientes.
En tanto, enfrentamos ahora la variante Ómicron, cuyo contagio es exponencial. Sabíamos que llegaría a México, nada se hizo con la antelación necesaria. Nada aun en los recientes momentos de extrema movilidad social, por el periodo de festejos y de aglomeraciones comunes de fin de año.
Enero será un mes complicado, si bien se han reducido las hospitalizaciones y los decesos, lo que acredita la eficiencia de las vacunas.
En el caso de Puebla se han encendido los focos de alerta ante un intempestivo repunte de contagios. En el reporte del martes pasado se contabilizaron 40 casos. Un día después –este miércoles– fueron 159.
No hay más: vacunación y extremar las medidas preventivas siguen siendo la mejor receta.
La estimación para Puebla es que a finales de este mes 90 por ciento cuente con su cuadro completo. Son cifras que alientan, pero siguen sin ser suficientes para discursos triunfalistas.
Ómicron está amenazante y hay “otros datos” que deben alertar.
Es el caso del reporte de la Universidad Johns Hopkins, que nos ubica en el tercer lugar de letalidad en la pandemia a nivel mundial, sólo por debajo de Yemen y Perú, además que en los últimos 28 días, nuestro país se encuentra en el décimo sitio de número de muertes acumuladas en este lapso.
Otro informe de la plataforma GISAID delata que México es el país con más casos identificados de la variante Ómicron en América Latina; estamos en el lugar 19 de entre 95 naciones que han encontrado contagios de la nueva variante.
Conforme a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Europa, el aumento de Ómicron podría favorecer la aparición de nuevas variantes más peligrosas.
Ante ello, el presidente Andrés Manuel López Obrador descartó que el país viva ya una cuarta ola de contagios por COVID-19 en su variante Ómicron, más contagiosa que su antecesora Delta.
Admitió que sí se están incrementando los contagios en el país, “pero no tiene la gravedad de la otra que nos afectó mucho”.
Sus palabras suenan casi como aquel político que reconoció que si había robado, “pero poquito”.
Ante esa displicencia, en otras partes del mundo hay preocupación porque los contagios han vuelto a dispararse hasta alcanzar cifras antes no vistas.
Estados Unidos registró un millón de casos en 24 horas, Francia reportó más de 271 mil y Reino Unido superó los 200 mil, lo cual supone una amenaza que no todos parecen dimensionar.
Por todo ello, la carta a los Reyes Magos es para que intercedan en la conciencia comunitaria y de quienes conducen los destinos de cada país.
La petición –si no es mucho pedir– es que cada quien asuma el rol que le compete y que lo cumpla de manera responsable.
La pandemia no ha terminado, está latente y tardará mucho en extinguirse.
Eso exige cambios de actitud, de conducta y de gobernanza.
¿Qué parte no se entiende?