Soliloquio
La pandemia de COVID-19 ha causado también duros estragos al deporte en todo el mundo y lo ha hecho de maneras muy diversas, que van desde la inevitable y triste ausencia de público en los escenarios y la postergación de algunos eventos, hasta pérdidas económicas que están resintiendo incluso algunas de las grandes organizaciones.
En esa ruta de adversidades que se ha prolongado más de lo previsto, el mayor impacto pudiera ocurrir de confirmarse la versión propalada durante los días recientes, respecto a una posible cancelación de los Juego Olímpicos que debieron celebrarse en Tokio el año pasado y que, debido a la emergencia sanitaria, se pospusieron para julio y agosto de este 2021.
Los rumores en ese sentido llegaron a su punto máximo la semana pasada, luego que el diario británico The Times reveló la existencia de un presunto consenso dentro del gabinete del gobierno japonés para anular las competencias en definitiva.
“El gobierno japonés concluyó en privado que los Juegos Olímpicos de Tokio tendrán que cancelarse debido al coronavirus”, dijo la publicación que provocó una inmediata respuesta del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, quien afirmó que “no hay un plan B” y que confían en que podrán celebrar los Juegos Olímpicos este verano y que se inaugurarán el próximo 23 de julio.
Según el reporte informativo que le dio la vuelta al mundo, el gobierno nipón trataría a cambio se le concediera la sede olímpica en el próximo año disponible, es decir, hasta 2032.
La versión no hizo más que acrecentar la incertidumbre que ya existía no sólo entre los organizadores, sino entre directivos y atletas de muchas naciones, que son finalmente los se verían más afectados por la anulación de la justa deportiva.
En abono a tal información se añade el hecho de que autoridades japonesas ya habían comenzado a titubear desde que arrancó este año, tras el repunte confirmado de contagios por COVID-19 en varios países del mundo.
Pero el gobierno se alarmó aún más al conocer un estudio de opinión entre ciudadanos de varias localidades niponas, ya que las encuestas mostraron con claridad una tendencia mayoritaria de la gente a favor de una cancelación por los riesgos de salud que pudiera representar la presencia en su país de miles de personas provenientes de todo el mundo.
Parece natural el temor de los ciudadanos japoneses, porque un evento de esa envergadura moviliza al menos a 11 mil deportistas, además de 4 mil 400 paraolímpicos, técnicos y dirigentes, organizadores, periodistas y medios de transmisión, aficionados y patrocinadores.
Aun así, el COI y los organizadores locales dicen que la justa olímpica se llevará a cabo como estaba programado y mientras el reloj sigue avanzando, la incredulidad es cada vez mayor.
Además del daño al orgullo nacional, que en Japón tiene un alto valor, anular las competencias olímpicas causaría perjuicios económicos irreversibles, entre ellos la pérdida en las inversiones aplicadas para la construcción de espacios deportivos y otra infraestructura que se pretendía recuperar en parte con la venta de boletos y la presencia masiva de foráneos.
A eso habría que añadir el impacto para hoteles, restaurantes, aerolíneas y otros servicios paralelos que también han hecho inversiones y que se quedarían vestidos y alborotados.
El impacto económico para el COI pudiera ser menor porque siempre ha dispuesto de varias previsiones financieras. Por ejemplo, pagó unos 14.4 millones de dólares por un seguro para protegerse de una eventual cancelación de las Olimpiadas de 2016 en Río de Janeiro, y otros 12.8 millones para asegurar la justa olímpica de invierno de 2018 en Corea del Sur.
Además, un último informe anual del organismo indica que tiene una reserva de casi 2 mil millones de dólares, por lo que podría cubrir holgadamente los gastos hasta los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 en Pekín.
De los ingresos que estarían en riesgo, destacan especialmente los que provienen de los contratos con la televisión, baste decir que aproximadamente 73 por ciento de los ingresos de 5 mil 700 millones de dólares del último ciclo olímpico (2013-2016) provinieron precisamente de la venta de los derechos de transmisión.
La cadena estadounidense NBC representa al menos la mitad de esos pagos, que recupera con facilidad mediante los patrocinios comerciales, pero aún ellos no sufrirían mayores pérdidas gracias a los seguros que también tienen pactados, si bien dejarían de recibir muchos recursos por publicidad, que en el caso de los Juegos de Ríos de Janeiro, superaron los 250 millones de dólares.
Tratándose de un evento de esa gran envergadura, la incertidumbre que actualmente impera en Japón ya hizo que algunos más mostraran interés por salvar la justa olímpica.
Es el caso del gobierno de Florida, en los Estados Unidos, que la semana pasada envió una misiva al Comité Olímpico Internacional para ofrecer un rescate de los Juegos.
La carta suscrita por el jefe financiero del Gobierno de Florida, Jimy Patronis, dice textualmente que “con Japón reconsiderando los Juegos Olímpicos, ahora es un buen momento para que la COI despliegue un equipo de selección de sitios en Florida (especialmente ahora que estamos a punto de albergar el Super Bowl LV)”.
El funcionario estadounidense manifestó que tienen en cuenta informes de los líderes de Japón que concluyen “en privado”, debido a que están demasiado preocupados por la pandemia, pero que “aún hay tiempo” para considerar al “estado turístico” de Florida.
Para afianzar su oferta, Patronis presumió que en comparación con otros estados, el gobierno de Florida no cerró de forma prolongada su economía y reactivó muy rápido los encuentros deportivos, entre ellos el futbol americano y de baloncesto, mediante la implantación de una “burbuja” instalada en la ciudad de Orlando.
“Además, nuestros destinos turísticos internacionales, como los parques de Disney, han estado abiertos y operando de manera segura en Florida durante algún tiempo”, concluyó.
Ante todo ello y a seis meses del compromiso olímpico, es difícil imaginar ahora lo que pudiera ocurrir durante las semanas subsecuentes.
No quisiéramos concebir siquiera la posibilidad de una cancelación definitiva o su realización en estadios vacíos, que este caso sería mucho más lamentable porque lacera el espíritu olímpico y el nivel de fiesta deportiva universal que caracteriza al olimpismo.
Tampoco creemos en un posible traslado intempestivo a Florida, aunque esa sería la mejor entre las opciones no deseables, para que en estos tiempos de pesares se diera una oportunidad de entretenimiento a los espectadores de todo el mundo, así sea solo por la vía de la televisión.
Estoy cierto que todos estaremos al pendiente de lo que finalmente ocurra, si bien algunos resentiríamos un poco más por otras y muy justificadas razones.
Es mi caso, que conservo como una de mis mejores experiencias de vida haber presenciado de cerca la celebración de la Olimpíada de México en 1968, pero especialmente, por haber cubierto como enviado de Televisa la edición de los juegos de Montreal, Canadá, en 1976.
Desde entonces tengo la honda convicción que ningún otro evento como unos Juegos Olímpicos tienen tanta espectacularidad y una enorme dosis de esencia humana. Al menos cada cuatro años, su universalidad da cauce y vigencia a los valores sociales que hemos ido perdiendo al paso de los años: hermandad, igualdad, no discriminación, entre otros.
La historia registra que desde el inicio de los Juegos Olímpicos modernos en 1896, solamente se han cancelado en los tiempos de guerra: Berlín 1916, Helsinki 1940 y Londres, 1944.
Por el bien del deporte y la fraternidad universal, ojalá que otra guerra, ésta contra un virus implacable, no impida que la fiesta olímpica pueda celebrarse sin mayores contratiempos y como estaba previsto.