Soliloquio
Felipe Flores Núñez
A poca distancia de cumplir tres años de que la devastadora pandemia de COVID-19 llegara a México, el gobierno federal determinó actualizar los lineamientos de seguridad sanitaria.
El anuncio lo hizo el pasado lunes el llamado Comité de Nueva Normalidad, conformado por las secretarías de Salud, Economía, Trabajo y Previsión Social y el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Entre otros criterios, se establece que usar cubrebocas no será obligatorio, aunque se sugiere conservarlo en espacios cerrados que no se encuentren ventilados o cuenten con poca ventilación.
Se determina también que en ningún caso se debe obligar a las personas a realizarse pruebas de laboratorio para retornar a sus labores, lo cual tampoco deberá ser impedimento para retornar al trabajo.
También se recomienda eliminar el uso de tapetes sanitizantes y los filtros sanitarios.
Se trata en sí de un conjunto de acciones –muchas de ellas asumidas ya de manera individual– para proteger la salud de la población mediante la modificación de hábitos que puedan contribuir a reducir posibles casos de contagio.
Es evidente que para la expedición de tales criterios el gobierno federal consideró la estabilización en el país de la pandemia del coronavirus, misma que se refleja en la notable reducción en las cifras por contagios, hospitalizaciones y decesos.
Eso ha sido posible, indiscutiblemente, porque buena parte de la población cuenta ya con la protección por el suministro de vacunas.
En este contexto, sería pertinente que al mismo tiempo se aclarara que la pandemia no ha sido todavía superada y que los efectos nocivos del virus, aunque reducidos, siguen latentes.
Es más, hay evidencias que demuestran que, deformado en distintas versiones, el coronavirus seguirá por largo rato conviviendo entre nosotros, así que deberíamos estar prevenidos.
Se aproxima además la temporada de fríos en la que habitualmente aumentan los casos de enfermedades respiratorias de manera colateral, por lo que los riesgos de contagios por COVID-19 serán mayores.
Ante esta “nueva realidad”, parece también pertinente que se hiciera un primer recuento de lo ocurrido durante la pandemia y determinar, para no repetirlos, los errores que fueron cometidos durante diferentes momentos.
Ayudaría mucho que en ese propósito se tomara como referente el decálogo que publicó recientemente la acreditada revista científica The Lancet, respecto a las lecciones que deberían aprenderse a futuro sobre la pandemia y, en cada caso, evaluar lo que se hizo en México.
A juicio de especialistas del más alto nivel:
- Hubo fallas en la notificación temprana del brote de la pandemia.
- Fueron costosos los retrasos en el reconocimiento de la exposición a partículas suspendidas que transmiten el SARS-COV2 (lo cual está relacionado con el uso de mascarillas).
- Fue deficiente la coordinación entre países en lo relativo a la mitigación y propagación de la pandemia.
- Fallas de muchos gobiernos en adaptar rápidamente evidencia científica y adoptar las mejores prácticas para el control y manejo de la pandemia, así como adoptar medidas emergentes en lo social y económico.
- Fue insuficiente la disponibilidad de fondos para apoyar a los países pobres y de ingreso medio.
- Deficiencias para asegurar la cadena global de suministros en áreas clave, incluidos sistemas de diagnóstico, tratamiento, insumos médicos y, por supuesto, vacunas.
- Deficiencias en la disponibilidad en tiempo y precisión de datos sistemáticos para una adecuada respuesta de los sistemas de salud y otras consecuencias indirectas.
- Hubo debilidad en las regulaciones de bioseguridad.
- Fallas en el combate a la desinformación sistemática.
- Ausencia de redes suficientes tanto a nivel global como nacional, de protección social para las poblaciones en mayores condiciones de vulnerabilidad.
Más allá de la evaluación necesaria que tendrá que hacerse con fundamentos científicos bien sustentados, en lo que a México compete es evidente que hubo múltiples yerros a falta de una estrategia bien cimentada.
También es muy probable que el índice de fallecimientos pudo haber sido mucho menor y que varios momentos de crisis pudieron haberse evitado.
Además que muchos de los puntos expuestos por The Lancet encajan a lo acontecido en México, tras una somera reflexión, ¿cuál sería “nuestro” decálogo?
- Reacción tardía del gobierno federal.
- Minimizar el impacto de la crisis sanitaria con el afán de evitar posible costo político; eludir la necesidad de los confinamientos en los momentos más críticos.
- Falta de un liderazgo.
- Pésima comunicación; prevalecieron los mensajes equívocos y confusos, como el “vamos bien” o “ya pasó lo peor”.
- Trivializar el tema; por ejemplo, la referencia a las imágenes religiosas con poder protector.
- Despreciar el uso de cubrebocas, cuando era el principal contenedor de contagios.
- Manejo poco transparente de las cifras, sobre todo en el caso de los decesos.
- Pésima administración de las vacunas; al final, 5 millones de dosis fueron arrojadas a la basura.
- Persistente negativa a realizar el máximo posible de pruebas, como lo recomendó la Organización Mundial de la Salud.
- Haber despreciado en primera instancia la vacunación para menores de edad.
La lista podría ser más extensa, cada quien tendrá su propia versión, a la que se podría agregar al menos la ausencia de un programa nacional para atender la salud mental de millones de mexicanos afectados en forma directa o indirecta por la pandemia.
La tragedia del coronavirus abarcó al mundo entero, así que no hay forma de que aquí se le atribuya a los anteriores gobiernos o a los nefastos “fifís” y neoliberales.
Lo importante ahora es que en verdad gobierno y sociedad sepamos aprender la lección, en espera de que se haga una evaluación más profunda y que, de ser el caso, los responsables respondan por sus negligencias.