Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Durante largos años, si algo enorgullecía y vanagloriaba al PRI era el tener como fiel e incondicional aliada a la Confederación de Trabajadores de México.
La otrora poderosa central sindical se erigió en los hechos como el más sólido de los pilares priístas, y el más representativo de sus sectores tradicionales, muy por encima del campesino y el popular, debido a su organización y al número de sus trabajadores afiliados.
En la CTM estaba representado el músculo del inmenso movimiento obrero mexicano, así como todas sus luchas reivindicatorias.
Era tal su influencia en la vida pública durante los años de absoluto dominio priista, que las grandes decisiones de la vida económica, social y política eran siempre consultadas y concertadas con la dirigencia cetemista.
Ya no se diga en los momentos electorales, en los que candidatos cetemistas tenían alta prioridad para ocupar distintos cargos, desde las gubernaturas hasta las alcaldías, senadurías y diputaciones federales y locales.
La CTM y sus dirigentes, con el sempiterno Fidel Velázquez al frente, fueron también el fiel de la balanza en el proceso de la sucesión presidencial. Tal vez no proponía al candidato, pero éste necesitaba su visto bueno para ser ratificado.
Así ocurrió, por ejemplo, en la designación de Carlos Salinas de Gortari, la que debió resolverse tras muchas dudas en la cúpula del PRI que encabezaba entonces Jorge de la Vega Domínguez.
La noche previa al “destape” hubo muchos titubeos y riesgosas confusiones. Ya durante la madrugada convencieron finalmente a Fidel Velázquez y fue hasta entonces cuando el presidente Miguel de la Madrid dio su aval definitivo.
Algo similar ocurría en las entidades federativas, como en el caso de Puebla, donde los aspirantes tenían que sujetarse a la bendición cetemista, en este caso, brindada por el también eterno líder poblano Blas Chumacero.
Don Fidel y Don Blas sabían de política, eran concertadores y movían sus piezas con enorme sapiencia, anteponiendo el interés colectivo y su lealtad al partido que le daba razón y sustento.
Formas y modos singulares que aceitaban con éxito la máquina priista durante décadas. Usos y costumbres afectivas y efectivas que al paso de los años afianzaron el amasiato casi indestructible que conformaba el triángulo perfecto: gobierno-PRI- CTM.
El esquema funcionó de esa manera porque había, sobre todo, férrea disciplina. Y más aún, insisto: enorme lealtad.
Desde su fundación en 1936, la CTM le ha sido fiel al PRI, a sus principios y a sus gobernantes. Leales siempre fueron las filas cetemistas y muy leales los que tenían ambiciones de figurar en los escenarios políticos.
El voto corporativo funcionó, y aunque ahora ya no tiene el mismo alcance, la fiel adhesión al partido tricolor pudo mantenerse por años sin estragos.
Cierto que los tiempos ahora son otros, pero a pesar de que su ámbito de influencia se ha mermado, la CTM pudo prevalecer al interior del PRI como factor de unidad, de fortaleza y de apoyo electoral.
Así había sido al menos hasta hace una semana, que ocurrió en Puebla lo inesperado: Leobardo Soto Martínez, el heredero de Blas Chumacero, y quien se suponía era un aliado solidario, le dio la espalda al PRI. Lo traicionó, para decirlo con claridad.
Contagiado por intereses propios, el dirigente estatal de la CTM le abrió a Morena las puertas de par en par. Lo hizo en particular a favor de Julio Huerta Gómez, primo del extinto gobernador Miguel Barbosa, exsecretario estatal de gobernación y actual aspirante a la gubernatura de Puebla.
Y con ello, además, lo hizo en abierta adhesión a Claudia Sheinbaum, la “corcholata” más perfilada para ser la candidata presidencial de la 4T.
A Soto Martínez se le olvidó que gracias al PRI se ha mantenido en la central obrera, ha sido diputado federal y local, y ha podido incluso colar a su vástago como regidor en el Cabildo de Puebla capital.
A muchos no les pareció extraño que Leobardo Soto haya “chaqueteado”. Lo mismo hizo en los tiempos panistas del morenovallismo para obtener canonjías en la obtención de contratos y en la asignatura sindical durante la construcción de la planta automotriz de Audi en San José Chiapa.
La misma actitud convenenciera, también, cuando apoyó a la panista Marta Erika Alonso.
Hoy, como ayer, Soto Martínez volvió a privilegiar sus intereses personales, políticos y económicos, muy por encima de las lealtades al partido que históricamente lo vio nacer y al que debe la prevalencia de su organización sindical.
Tras su adhesión a Julio Huerta y a la 4T, apenas este martes Soto Martínez trató de justificarse con un comunicado en el que sostuvo que “los cetemistas darán su apoyo a quienes los ayude y no a políticos que solo buscan aprovecharse de la organización sindical para obtener cargos públicos”.
Plagiando al presidente López Obrador, tituló su posicionamiento con un “Amor con amor se paga” para responder a quienes lo han cuestionado por su viraje político mediante “críticas dolosas, torpes e infundadas en su contra”.
“Se rasgan las vestiduras, critican, lloran y se quejan”, asentó al reiterar que darán su apoyo “a quien nos ayuda y uno de esos amigos de la organización es Julio Huerta”.
No obstante, el cetemista omitió detalles ni tampoco dio explicación alguna respecto a cuál ha sido esa “ayuda” que Julio Huerta les ha dado.
En todo caso, se trata sólo de algunas promesas, de ofrecimientos que por ahora son apenas espejitos a cambio del tesoro concedido a Julio Huerta, quien desde luego agradeció, consumada la traición, al asentar que “la CTM está con nuestro proyecto de unidad y les digo con profunda gratitud, estamos con ustedes y con cada uno de los y las trabajadoras de Puebla”.
De ahí vinieron después los gritos exaltados. “Julio gobernador, Julio gobernador”, retumbó en la sede cetemista.
Exclamaciones que seguramente debieron despertar los eternos sueños de los legendarios líderes cetemistas, los que sí sabían de lealtades.
Fue entonces que, ipso facto, Don Blas Chumacero y Don Fidel Velázquez se volvieron a morir.