Vestía un traje de fino casimir, sin corbata y una camisa de un blanco brilloso pero muy arrugada.
Estaba sentado en una silla secretarial con las manos juntas, sobre sus rodillas.
Tenía esposas o grilletes que le aprisionaban las manos.
Para llegar a la oficina del alto jefe policiaco, donde lo tenían resguardado, debí traspasar dos retenes de agentes federales con metralleta en mano.
Al verlo de frente le percibí apariencia de todo, pero no de peligroso delincuente.
Y menos de ser, a sus 43 años, El zar de las drogas, el Jefe de jefes, el inspirador del corrido que con ese título hicieron popular Los Tigres del Norte.
Era, nada menos, que Miguel Ángel Félix Gallardo, quizá la figura más emblemática de la historia del narcotráfico en México, comparado acaso con Joaquín El Chapo Guzmán, que luego heredaría su enseñanza y poderío.
Horas antes de ese 8 de abril de 1989, Félix Gallardo había sido detenido en Guadalajara, Jalisco, en un operativo relámpago de la Policía Judicial Federal que –se dijo– dirigió el propio Javier Coello Trejo, El fiscal de hierro, entonces subprocurador de la lucha contra el narcotráfico de la Procuraduría General de la República (PGR).
Hasta entonces, esa era la captura más relevante que había hecho el gobierno mexicano, después de las que se habían consumado para detener y juzgar a Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca.
El encuentro con Félix Gallardo fue breve.
Como servidor público del Área de Prensa de la entonces PGR, además de apoyar la logística para la presentación ante los medios, mi encargo era recomendarle que no respondiera las preguntas que los reporteros seguramente le harían. Cualquier declaración podría ser usada en su contra.
Fue atento, contestó amable mi saludo y apenas le escuché decir un “está bien”.
Félix Gallardo conocía esos protocolos, porque antes había sido agente de la propia Judicial Federal. Luego fue guardaespaldas del gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis, de quien siempre se sospechó de sus vínculos con los traficantes de drogas.
Años después incursionó en el mundo delictivo, formó el primer cártel de las drogas en el país, el de Guadalajara, y comandó con éxito un inmenso trasiego de marihuana y opio (derivado de la amapola) a los Estados Unidos de América.
No conforme, fue el primero del país en traficar cocaína y de hacer alianza con los grandes capos de la región, como el hondureño Ramón Matta Ballesteros, y luego con las mafias colombianas, incluyendo a Pablo Escobar, con quien –se dice– llegó a tener sangrientas diferencias.
Sus millonarias ganancias fueron incalculables.
Todas esas hazañas delictivas han sido descritas ampliamente en documentales y series de televisión, entre ellas Narcos, como la más popular, protagonizada por Diego Luna para Netflix.
En sus grandes ojos que sobresalían de su espigado rostro, aquella tarde pude advertir desconsuelo y frustración ante el derrumbe intempestivo del poderoso imperio que durante años había construido.
Horas más tarde se iniciaría el proceso legal en su contra que culminó con la sentencia de una larga condena, la más larga jamás impuesta un narcotraficante.
Tras 32 años de prisión, a cinco de cumplir el plazo condenatorio, Miguel Ángel Félix Gallardo volvió esta semana a la escena mediática.
Desde el penal de alta seguridad de Puente Grande concedió una entrevista a Telemundo, la cadena estadounidense en español. Negó los cargos que le imputaron, incluyendo el asesinato del agente de la DEA, Enrique Kiki Camarena.
Se dijo devastado y que sólo espera la muerte y un digno entierro en la raíz de un árbol.
Su imagen es deprimente. A sus 76 años se mueve en silla de ruedas, no escucha en un oído, perdió un ojo, tiene insensibles varias partes del cuerpo y padece neumonía, por lo que se acompaña en forma permanente de un tanque de oxígeno.
Félix Gallardo aprovechó la entrevista con Telemundo para elogiar la labor del presidente Andrés Manuel López Obrador: “No le pido nada, pero ojalá le vaya bien; poco a poco va resolviendo la violencia en el país… hay que darle tiempo”.
Su velado mensaje obtuvo pronta respuesta.
Pocas horas después, AMLO dijo que si el narcotraficante no tiene ningún pendiente con la Fiscalía General de la República podría salir libre por medio del decreto de amnistía para reos, que ahora prepara el gobierno federal.
“Ya cumplió con estar en cárcel y si tiene derecho a salir, yo no me opongo a eso”, declaró en su mañanera, al agradecerle además sus buenos deseos.
“Yo soy un humanista y estoy formado en la escuela de la no violencia, pero gobierno para todos y tengo que hacer que la ley se cumpla para todos”, enfatizó.
Que la ley se cumpla para todos, eso dijo el presidente.