Soliloquio
Felipe Flores Núñez
En esa pequeña población de difícil acceso nacieron capos de la talla de Joaquín El Chapo Guzmán, preso de por vida en Estados Unidos y el recién capturado Rafael Caro Quintero, por quien el gobierno estadounidense había ofrecido una recompensa de 20 millones dólares.
A casi 80 kilómetros de Culiacán, en Badiraguato, también nacieron e igual radican las familias de otros reconocidos narcotraficantes, como Ismael El Mayo Zambada, Ernesto Fonseca, Arturo Beltrán Leyva, Alfredo Beltrán Leyva y Juan José Esparragoza El Azul.
Allí precisamente estuvo hace días, en gira de trabajo, el presidente Andrés Manuel López Obrador. Su visita generó dudas y muchas controversias, tras los incidentes en los que en 2019 fuerzas federales dejaron libre a Ovidio Guzmán, el hijo de El Chapo, y un año después, cuando saludó en Sinaloa a la mamá de Guzmán Loera.
“Hay una campaña en las redes, de que voy a Badiraguato a reunirme con miembros del Cártel de Sinaloa. Pues no, voy a Sinaloa porque es un estado de gente buena, de gente trabajadora, no debe estigmatizarse”, justificó el pasado lunes.
Su visita coincide con el anuncio del alcalde Paz López, quien cree que la iniciativa del museo del narco “daría otra perspectiva a la actividad del narcotráfico” y considera viable abordar esa temática, para lo cual –dijo– se asesoraría con expertos en “centros culturales”.
“No tengo claridad de qué figuras se van a incluir allí, vamos a escuchar a los especialistas para que nos orienten. Si nos orientan que va a ser para el beneficio del municipio, pues también lo impulsamos desde el gobierno”, afirmó.
“Nosotros somos un gobierno que no tiene figuras favoritas, no tenemos compromisos con nadie, lo que tenemos es un compromiso con la sociedad badiraguatense y vamos a empujar a quienes nos recomienden”, ha dicho.
Reconoce, finalmente, que el museo puede ser un tema polémico, pero insiste que “no debe asustar a nadie”.
Más que susto, esa propuesta, por aberrante, ha causado indignación y es motivo de muchas preguntas que por ahora no tienen respuesta.
¿Qué será expuesto en ese museo del narcotráfico?
¿Las fotografías de los grandes capos con su semblanza delictiva?
¿Las pistolas adornadas con diamantes, las AK-47 forradas en oro puro y las armas de alto poder que utilizan?
¿Un listado de los miles de muertos que ha dejado su actividad ilícita?
¿Mapas ilustrados de las amplias zonas del país donde dominan?
Ni duda cabe, los tiempos cambian y los simbolismos también.
Antes, un Árbol de la Vida.
Hoy, un recinto como apología del delito, para glorificar y enaltecer a los delincuentes.
Antes, una lucha frontal contra bandas delictivas.
Del combate al narcotráfico, delito de lesa humanidad, pasamos a la complacencia y al “abrazos, no balazos”.
Del Árbol de la Vida, al museo del narco.
Hace 35 años un presidente de México honró a los policías caídos.
Ahora, ¿un presidente de la República inaugurará la obra que propone el alcalde de Badiraguato?