Siendo gobernador de Puebla, Mario Marín Torres llegó a aspirar la Presidencia de la República.
Lo creía, lo ambicionaba y lo soñaba.
“Es el Benito Juárez de nuestros tiempos”, escuché decir a uno de sus más cercanos amigos y fiel colaborador.
En ese entonces los vientos soplaban con fuerza a su favor.
Pero llegó la noche y vendría después la tempestad, que no supo enfrentar.
Luego cometería varios, graves errores.
Yerros personales y de cálculo político.
Por unos y otros desvaríos fue motivo de escándalo, tema nacional.
El “Góber Precioso” se hizo épico.
Desde hace poco más de un año está en prisión, acusado de tortura en agravio de la periodista Lydia Cacho.
Siendo secretario de Gobernación, durante el mandato de Mario Marín, Javier López Zavala lucía convencido de que sería el próximo gobernador de Puebla.
Se lo propuso, lo planeó, era su gran objetivo.
En ese propósito trabajó obsesivamente, día noche.
Lo creyó más cuando fue removido a la Secretaria de Desarrollo Social. La estrategia era recorrer todo el Estado, placearlo, darle el baño de pueblo que le hacía falta.
“No hay otro, ya está decidido, es el mejor, representa la continuidad del proyecto”, se decía en los pasillos de Casa Aguayo, en Los Portales, en todos los recovecos del edificio del PRI estatal.
Con el cobijo del gobernador, y pese al mudo reclamo de otros aspirantes con mayor tamaño y méritos, finalmente fue impuesto.
Fue candidato, pero perdió la elección ante Rafael Moreno Valle, cuya historia merece contarse aparte.
Se habló de traiciones, de pactos ocultos, cosas que abundan en las cañerías de la política.
Navegó después en espera de una nueva oportunidad, pero no dejó de hacer política.
La ambición permaneció intacta.
Amagó por distintos frentes.
Supo esperar.
Su objetivo era reaparecer en el 2024 y para eso movilizó a grupos, hizo alianzas.
Y en esa ruta, descuidó su vida personal.
Algo lo alteró al extremo.
Tomó la decisión equivocada.
Desde el pasado martes está en la cárcel, en espera del desahogo de varias carpetas de investigación.
Se le acusa por delitos de violencia familiar.
Y será, al menos, presunto responsable del feminicidio contra la abogada y activista Cecilia Monzón.
Se especula que hay razones más poderosas que una mera pensión alimenticia que negó y que le reclamaba su pareja, hoy fatalmente extinta.
Ya se sabrá.
Lo cierto es que, efectivamente, en los hechos hasta ahora conocidos hubo de su parte maldad y perversión.
Otros personajes que conformaron el primer círculo en ese fatídico periodo marinista han tenido también días oscuros.
Javier García Ramírez, su poderoso secretario de obra pública, está prófugo desde hace poco más de 10 años, incluso lo busca la Interpol. Se le acusa de peculado, delito que está próximo a prescribir.
También con orden de aprehensión pendiente, el exjefe policiaco Adolfo Karam, vinculado al caso de tortura por el que se acusa también al exmandatario.
Valentín Meneses fue alcanzado también. Estuvo en el penal de San Miguel por 90 días, y ahora enfrenta su proceso por obstrucción a la justicia desde su domicilio.
Todo aquél compacto grupo hecho cenizas.
Hay otros de también mala conducta que supieron eludir sospechas, pero siguen ahí, agazapados.
Todos al fin ídolos de barro.
Destinos marcados de una generación que prometía y que acabó ahogándose en los pantanos del poder.
Poder que ciega y que aniquila cuando se trasponen los límites de la civilidad, de la moral y de la ley.