Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Tras la infinidad de dificultades que debieron afrontarse durante dos años por la pandemia de la COVID-19 –muchas de ellas resueltas a medias o de forma improvisada– y en torno a un ambiente de dudas y expectativas, al fin este lunes será el regreso presencial en las escuelas del país.
En Puebla, en los poco más de 14 mil planteles educativos, iniciarán el ciclo escolar 2022-2023 un millón 600 mil 401 estudiantes, de los cuales: 8 mil acudirán a su educación inicial; 261 mil, preescolar; 764 mil 843, primaria; 343 mil 687, secundaria; 2 mil 410, educación especial; y 297 mil 41 a bachillerato o la preparatoria.
Participan en esta nueva e inédita etapa escolar casi 81mil docentes, que en las dos semanas previas se movilizaron para conformar los llamados Comités de Salud Escolar y para llevar a cabo sesiones de formación continua en torno a la nueva propuesta curricular. Además, padres de familia se organizaron para las jornadas de limpieza y revisar los protocolos de sanidad a aplicar en las instalaciones, para evitar contagios.
A nivel nacional, el retorno a clases presenciales involucra a cerca de 25 millones de alumnos de prescolar, primaria y secundaria y 2.2 millones de trabajadores de la educación.
Tan enorme es la movilidad social, como lo son los nuevos y variados retos que ahora deberán atenderse con el retorno a clases presenciales, cuyo éxito depende de un gigantesco esfuerzo compartido que deberán aportar por igual alumnos, maestros, padres de familia y autoridades.
Un primer aspecto a considerar tiene que ver con las condiciones actuales de las escuelas, ya sea por el deterioro y el pillaje que sufrieron durante la pandemia, o por la precaria situación que persistía en algunos planteles en materia de equipamiento tecnológico, especialmente en el caso de computadoras y de conexión a internet.
Se sabe que en el caso de Puebla, casi 500 escuelas fueron atendidas en su infraestructura y habría muchas otras más en proceso de restauración.
Por otro lado, aunque las cifras revelan que hay una baja sensible en las cifras por contagio de COVID-19, la pandemia no ha terminado y sus efectos se resentirán todavía por buen tiempo, por lo que será indispensable mantener rigurosamente las medidas de prevención.
Este tema no es menor, ya que muchos padres de familia todavía desconfían en mandar a sus hijos a clases y aunque las campañas de vacunación han sido intensas, un buen número de menores de edad no ha sido todavía inmunizado.
Se calcula que menos de 50 por ciento de niños de 5 a 11 años no cuentan con vacuna y sólo seis de cada 10, de 12 a 17 años, se han aplicado al menos una dosis.
Lo cierto es que durante la pandemia se presentaron diferentes problemáticas, que fueron desde la deserción de algunos estudiantes, alumnos que tuvieron pérdidas familiares, daños emocionales y en la salud mental, hasta conocimientos que muchos no pudieron aprender.
Como parece lógico, y ha quedado demostrado, las suspensiones parciales y a veces totales de clases por la pandemia ocasionaron afectaciones irreversibles y rezagos importantes en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
En ese contexto, preocupa mucho la decisión de iniciar el actual ciclo escolar con un nuevo plan de estudios que ha sido cuestionado por amplios sectores al considerar que tiene fundamentos de tipo ideológico. En su defensa, el gobierno federal ha sostenido que el nuevo proyecto tiene como objetivo, “fomentar una educación científica y humanista”.
Aunque la aplicación de este nuevo modelo será parcial y paulatino, de cualquier modo parece inoportuno modificar los planes de estudio, cuando ni siquiera hay evaluaciones confiables sobre los efectos en la educación causados por la pandemia.
Debido a los rezagos, se habla ya de una “brecha generacional” entre quienes pudieron tener un acompañamiento y los recursos para mantener sus estudios y los que se vieron impedidos a ello, que se cuentan por millones.
Ahora hay niños en segundo o tercero de primaria que apenas saben leer y escribir, pero de acuerdo a las nuevas disposiciones, al no aplicarse el criterio tradicional de calificaciones, todos pudieron avanzar al siguiente grado escolar, sin posibilidad de reponer sus cursos.
Expertos refieren que habrá un retraso de más de un lustro en los avances educativos ante los aprendizajes que no se lograron durante el periodo de confinamiento y la educación híbrida, por lo que sumado al aumento en la brecha educativa, nos tardaríamos alrededor de una década en regresar a los niveles que se tenían en el año 2020.
De muchas maneras, el magisterio también ha padecido durante la pandemia. La inmensa mayoría de maestros no contaba con el adiestramiento adecuado para ofrecer sus cursos en línea o de manera híbrida, y en algunos casos, hubo algunos que ni siquiera dispusieron de las herramientas y los recursos tecnológicos para ello.
Al momento, los maestros tampoco han recibido capacitación necesaria para aplicar los nuevos lineamientos del renovado plan de estudios, que impuso la autoridad educativa.
A ello se suma la incertidumbre que prevalece entre el magisterio por la ausencia de liderazgos sindicales. La excesiva prórroga para la renovación de cuadros debió ocurrir desde diciembre de 2020, pero fue pospuesta por motivo de la epidemia de COVID-19.
Aunque ni siquiera ha sido lanzada la convocatoria, la votación en la que participarían en Puebla los poco más de 113 mil trabajadores –entre docentes, personal de apoyo y jubilados– se llevará a cabo hasta finales de este año.
Aunque los contendientes para la secretaría general se han enfrascado en una lucha interna de mucho desgaste, se habla ya de la posibilidad de conformar una planilla de unidad entre quienes tienen más posibilidades, que serían: Felipe Neri Morán, Dinora García Hernández, Salvador Torres Castillo, Alfredo Gómez Palacios y Arturo Hernández Hernández.
Por lo pronto, la falta de un liderazgo en el sector magisterial repercute sensiblemente entre amplios sectores internos, tan acostumbrados a concertar múltiples acuerdos y a contar con una instancia que proteja sus intereses.
A todo este cúmulo de adversidades, se suma un clima de desconcierto y definición de rumbo en materia educativa, por el relevo en la titularidad de la Secretaría de Educación Pública federal, luego que la maestra Delfina Gómez fuera reemplazada para ir como candidata a la gubernatura del Estado de México.
Tras un desempeño nada relevante, la maestra Delfina ha sido sustituida por Leticia Ramírez, cuyo único vínculo con la educación es haber dado clases de primaria hace más de 20 años.
Pero sí, desde luego, ella es muy cercana y querida por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha hecho valer de nueva cuenta la premisa de que la cercanía y la lealtad personal son más importantes que la capacidad y la experiencia.
Así de empedrado luce el retorno presencial a clases; muchas ilusiones y expectativas, frente a una muy compleja realidad.