Soliloquio
Felipe Flores
Es verdaderamente asombrosa la facilidad y displicencia con la que los partidos políticos repartieron algunas candidaturas para cargos de elección popular, en especial en muchos casos de las diputaciones y las presidencias municipales.
Quizá siempre ha sido así y existen ejemplos que lo ilustren, pero tal parece que ahora se llegó a los extremos al perderse todo el recato y las formas mínimas que antes se cuidaban por razones éticas y hasta por el respeto que se supone debe merecer el electorado.
Este no es un asunto de partidos. Todos parecen haber caído en esa tentación de otorgar posiciones de manera indiscriminada con ánimo de conservar el poder y de favorecer a todo tipo de parientes, ya sean esposas, parejas, hermanos, primos e hijos, e incluso al compadre, amigo o vecino, sin importar que él o la beneficiada tengan la capacidad y la experiencia necesaria.
Al conocer las listas emitidas durante los días recientes, ya en la víspera de que se inicien las campañas políticas, se advierte la presencia por igual de caciques, chapulines y de muchos familiares de actores políticos, no todos por cierto de la mejor reputación.
Los ejemplos sobran, están a la vista, algunos son patéticos.
Ahí está el caso del priista de toda la vida José Luis Márquez, quien logró acomodar a su esposa, Beatriz Sánchez Galindo como candidata de Morena a la presidencia municipal de Zacatlán, cargo que hoy ostenta él, con dificultades en su cuenta pública.
Otra postulación de Morena que llamó mucho la atención fue la que favoreció a Petra Morales Morales, quien buscará suceder en la alcaldía de Zihuateutla a su hijo, Miguel Ángel Morales, acusado de cacicazgo tras dos trienios en el poder.
Algo similar ocurre en el municipio de Jalpan, donde Morena eligió a Freddy Galindo Márquez, hijo del actual edil, Nicolás Galindo Pérez, quien a su vez había asumido el cargo que ganó otro de sus hijos, Nicolás Galindo Márquez, fallecido durante la pandemia por COVID-19.
En Amozoc, Morena designó a José Severiano de la Rosa Romero, hermano del edil en funciones, Mario de la Rosa Romero, mientras que Violeta Becerril Fragoso, cuñada del diputado federal morenista Iván Herrera, peleará la alcaldía de Ocoyucan.
En Xicotepec de Juárez, Juan Carlos Valderrábano Vázquez, quien fue presidente municipal por el PAN en los periodos 2008-2011 y 2014-2018, ahora pretende un tercer mandato bajo las siglas del PSI, pero además, promovió a su esposa, Paloma Goicochea para que fuera candidata de la alianza PAN-PRD-PRI.
Por otro lado, Mario Roberto Huerta Gómez, primo del exmandatario Miguel Barbosa Huerta y hermano del exsecretario de Gobernación Julio Huerta, quien también sería legislador, irá como candidato de Zinacatepec.
Otro caso que desconcierta, dado a conocer ayer, fue el de la postulación de Guadalupe Martínez, quién contenderá por la alcaldía de Quecholac con el PSI. Ella es hija de Antonio Valente Martínez Fuentes, alias El Toñín, presuntamente vinculado a hechos delictivos y sobrina de Alejandro Martínez, presidente municipal entre 2018 y 2021.
En esa rebatinga, por supuesto, también están los casos en los que los puestos de elección tuvieron precio al mejor postor, negociaciones en lo oscurito que no siempre se conocen. Ahí está, como ejemplo, el audio que delata un presunto pago que hizo Paola Angón por 2.5 millones de pesos para reelegirse en San Pedro Cholula, asunto que por cierto ya está en manos del Instituto Nacional Electoral.
La lista es aún más larga y estará sujeta a muchas interpretaciones, aún en el entendido de que sea comprensible la tentación de ocupar un cargo de elección popular.
Creo entenderlo así porque este reportero ya estuvo en esa tesitura, cuando hace años se me planteó la posibilidad de contender por una diputación local, con el atractivo adicional de que después podría aspirar al mismo cargo, pero a nivel federal.
Omito intencionalmente los nombres de los personajes que en ese momento me hicieron la propuesta, porque finalmente no tiene caso referirlos y debido a que en nada cambia esa historia que finalmente quedó como mera anécdota.
Para convencerme entonces de aquella oferta me hicieron saber que tenía todo por ganar y nada que perder, lo que de algún modo parecía cierto, pues el partido –el PRI por supuesto, que esos tiempos estaba en el poder casi absoluto– cubriría los gastos de campaña, además que debía considerar que tendría un salario mayor al que percibía entonces como servidor público, más otros ingresos extras por participar en comisiones y demás prestaciones.
“El gobernador ya te palomeó, no se le puede decir que no al jefe máximo”, me remató el gestor en tono de advertencia algo intimidatoria, pero en ese asedio agradecí la deferencia y a mi interlocutor y le dije simple y amistosamente que “eso no era lo mío”.
Tras aclarar que respeto a la política y a quienes la ejercen con convicción e incluso, con auténtica vocación, que los hay, el suceso ahí quedó.
Hoy me pregunto si tienen ese perfil todos los que hoy ostentan una candidatura, de otro modo, por decir lo menos, estarían degradando el alto valor de la política.